“¿Permitiremos que el planeta continúe su actual curso hacia un caos climático y espiral de eventos impredecibles?”
Como ocurre desde 1970, este lunes 22 de abril se conmemora en todo el mundo el día de la Tierra, ese minúsculo cúmulo de materia que en la infinidad del universo ha sido nuestro hogar por cerca de dos millones de años. Siendo el planeta Tierra nuestra casa y la de millones de seres vivos más, no podemos dejar de elevar una reflexión sobre la enorme responsabilidad de conservarlo, pero más aún, la urgente obligación que tenemos de revaluar muchas de nuestras acciones que han devenido en una problemática singular y de escala mundial en la historia de la humanidad: el cambio climático. Una reflexión que de manera muy somera debe recordar nuestro pasado para advertir sobre el presente y perfilar nuestro futuro.
Hurguemos un poco en la prehistoria. Hace 200.000 años, distintos azares biológicos y evolutivos permitieron que una especie de organismos desarrollarán el pensamiento, el lenguaje y la cooperación colectiva. La biología asintió en llamarlos Homo Sapiens. El uso del fuego, la elaboración de elementos líticos y la creación de fuertes lazos sociales permitieron al ser humano colonizar terrenos inhóspitos y llegar desde Afroasia a continentes como América, Australia, la isla de Madagascar y Nueva Zelanda, entre muchas otras. La conquista de estos territorios habría de abonarle a nuestra especie el primer gran desastre ecológico: miles de especies desaparecieron en lo que se conoce como la primera oleada de extinción de megafauna. Con el ascenso y expansión de la agricultura, vendría una segunda extinción masiva.
Inconsciente de aquellos desastres ecológicos, y tras aproximadamente 10.000 años, el hombre llegó a su etapa más prolífica en términos de desarrollo: la revolución científica e industrial de los últimos dos siglos, la cual, si bien ha traído una relativa mejoría de calidad de vida para el ser humano impulsando su crecimiento demográfico, ha derivado también en un incremento exponencial de la contaminación ambiental, la destrucción de hábitats, la sobreexplotación comercial de recursos minerales y una reducción de la biodiversidad de fauna que muchos científicos no dudan en llamar como la tercera oleada de extinción provocada por el hombre. Todo un ramillete de insucesos, a los que desde los años 70’s y dada la investigación y comprobación científica, se ha unido la “bobadita” del calentamiento global.
Como especie humana nos hemos anotado una tras otra marca. Después de ser la especie más mortífera en los anales de la biología, nos podemos anotar ser la única que ha llegado a producir cambios globales en el clima. Ahora nada parece escapar a la acción del hombre. Los animales de los océanos que no sufrieron las mega extinciones de antaño, hoy se enfrentan a la sobreexplotación pesquera, mientras sus aguas reciben anualmente cerca de ocho millones de toneladas de basura.
En áreas continentales, el panorama es más desolador. Del top tres de países con mayor biodiversidad del planeta, los dos primeros, Brasil y Colombia presentan aumentos sustanciales en sus tasas de deforestación y en una de las mayores reservas del planeta: la Amazonia. En Colombia, y a falta de una cifra oficial, los expertos indican que durante 2018 se habrían perdido alrededor de 280.000 hectáreas de bosque, una tendencia al alza que parece no preocupar al gobierno de Iván Duque, que en su Plan de Desarrollo 2018-2022 ha consignado mantener en cero la tasa de deforestación, con lo cual el país perdería cerca de 900.000 hectáreas en el cuatrienio. En Brasil, la deforestación viene en ascenso desde 2013; según cifras del Instituto Nacional de Investigación Espacial de Brasil (INPE) entre agosto de 2017 y julio de 2018 se perdieron 790.000 hectáreas de bosque, y la llegada de Bolsonaro al Palacio de la Meseta a principio de año no augura una reducción, pues en campaña prometió ampliar las tierras para los agronegocios y la explotación minera. Entre tanto, Indonesia, que en 2016 presentó cifras escalofriantes de un millón de hectáreas perdidas, en 2017 presentó un descenso con la implementación de nuevas políticas de protección.
Conocedores de este panorama sombrío, cabe preguntarnos ¿permitiremos que el planeta continúe su actual curso hacia un caos climático y espiral de eventos impredecibles? o ¿permitiremos que en los anales de la historia se registre nuestra generación como la que no estuvo a la altura del momento para encarar esta problemática? y finalmente, ¿qué posibilidades tenemos para cambiar el curso de esta situación?
Responderé a la última pregunta. Los modos de producción y consumo creados por el hombre nos trajeron hasta este punto y son precisamente, los cambios sustanciales en nuestro modo de producir y consumir lo que nos puede sacar del callejón en que hemos metido a nuestro planeta. En este sentido, tenemos que emprender acciones individuales y colectivas.
Las acciones individuales son variadas y a nuestro total alcance: ahorro de agua y energía, reciclar, no desperdiciar los alimentos, reducir el uso de plástico y elementos de un solo uso, usar el transporte público o la bicicleta, reciclar, sembrar árboles, etc. A la par de estas acciones, debemos escalar al nivel colectivo donde el reto es mayor, pero así mismo sus posibilidades. Implica poner en la agenda política temas como la movilidad eléctrica, la generación de energía a partir de tecnologías limpias, el desincentivo de los plásticos, la protección de los bosques, ríos y océanos, la lucha contra la deforestación, y en general, una paulatina descarbonización de la economía. Esto requiere que a los cargos de decisión lleguen nuevos liderazgos con la voluntad política e independencia para posicionar una agenda verde en el centro de su gestión pública. Necesitamos ambientalistas en la política y políticos en el ambientalismo. Y obviamente, una ciudadanía movilizada para presionar por los cambios que demanda el planeta.
Es el momento de que asumamos con seriedad este desafío de la historia y actuemos en consecuencia, mañana puede ser tarde.
@GermanMunozA
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