La Constitución y las Leyes nos obligan a todos. Bueno, a casi todos, habiendo por allí notables excepciones.
Al presidente de la República, por ejemplo, de hecho le importan una higa ciertas disposiciones del Derecho Internacional, como se evidenció con la deportación de los tres estudiantes venezolanos, poniéndolos peligrosamente en manos de los esbirros de la dictadura.
El caso es que ahora esos tres estudiantes están en las mazmorras a disposición de un aparato judicial carente de autonomía, porque, en Venezuela, la división de poderes es solo una entelequia, una mentira. Fiscales y jueces aferrados a sus puestos solo cumplen la voluntad del supremo contra pruebas y evidencias.
En Venezuela no operan la presunción de inocencia ni en debido proceso. A ello nos estamos acercando peligrosamente en Colombia, al paso que la opinión pública descree el sistema judicial con rejones de castigo del 79 %. De ahí que tienen razón, y mucha, quienes cogen un avión y se largan allende las fronteras, huyendo de la injusticia como si se tratara del ébola.
El presidente debería denunciar los Tratados Internacionales que, de alguna manera, estén estorbando sus perversos propósitos y ahorrarnos ese espectáculo de desacato que el mundo civilizado deberá estar deplorando.
Pero no es el único.
Véase el caso del alcalde de Bogotá quien, más horondo que michín, pasa por encima de la legalidad y se atornilla al puesto con la complicidad del presidente, del fiscal y del registrador del estado civil. O el personaje sabe muchas cosas o reparte canonjías y prebendas, o ambas, que lo hacen hasta ahora inmune a las consecuencias de violar las leyes.
El caso de Petro es patético. Las normas y decisiones que le favorecen le son bienvenidas. Las que no, procura pasarlas por la faja y en ello ha tenido éxito haciendo uso de toda clase de burlas y rabulerías. Valga la pregunta: ¿Quién teme a Petro y por qué? Pareciera tener pacto de sangre con el mismo diablo, asunto del que debería ocuparse el señor Cardenal.
Y hay otro por ahí muy vistoso, el senador Iván Cepeda Castro, cuya sola figura asusta de día y con mayor razón de noche. Pareciera Mefistófeles reencarnado porque así se comporta, como el putas de mi tierra, y resulta que apenas si se parecería al espanto de hojas anchas.
A como de lugar el putas pretende llevar a las barras del Senado al doctor Uribe Vélez, llevándose de calle el reglamento del Congreso, porque es otro para quien no existen más normas válidas que las que le vienen bien a sus intereses dijéramos, por citar algo, revolucionarios, y las demás hay que desecharlas.
Sí el senador Cepeda desea obrar bajo las normativas del Frente Manuel Cepeda y no de las que atañen al Estado Social de Derecho que nos amparan, debería salir del clóset, renunciar la senaturía, dejar la indumentaria burguesa y enfundarse el camuflado.
Tiro al aire: la gente es bien jodida y dice que en Antioquia hay un triunvirato gerontológico al frente del Centro Democrático.
[author] [author_image timthumb=’on’]https://fbcdn-sphotos-b-a.akamaihd.net/hphotos-ak-xfa1/t1.0-9/525392_109808425873065_1217524006_n.jpg[/author_image] [author_info]Francisco Galvis Ramos Abogado y comentarista en internet. Leer sus columnas. [/author_info] [/author]
Comentar