Nos olvidamos del COVID

Como si se hubiera tratado de un suceso bajo los dominios de Morfeo, en un abrir y cerrar de ojos, todo lo que vivimos durante la pandemia se disipó y erradicó de nuestro imaginario: el miedo, los hábitos de cuidado, el número de contagios y demás elementos vinculados al virus que germinó en los suelos del gigante asiático.

Alguna vez, en el ámbito agrario, un hombre de aquellos que personifican la imagen laboriosa, con sombrero vueltiao, abarcas tres puntá y voz de tenor, me dijo:
“Oh, compae Mora, es que el coronavirus no podía durar mucho, no ve que eso fue hecho en China. Y lo que hacen allá ni es bueno ni dura”. En medio de aquella frase cargada de simplicidad y jocosidad, quizás había un poco de verdad que más tarde nos alentaría a escribir estas letras.

Aún recuerdo aquellos días en que estábamos aprisionados por el miedo y la zozobra, avivados por el dolor que nos causaba la partida de un familiar o amigo a causa de ese mortal virus. Parecía que estábamos condenados a vivir en medio de un clima apocalíptico.

Los titulares en la prensa eran cifras de muertes o contagios que día tras día aumentaban. Según la OMS (Organización Mundial de la Salud), entre 2020 y 2021, más de 13 millones de personas en el mundo perdieron la vida a causa del COVID-19.

Las escenas que vivimos durante la pandemia parecían ser el final de la película que la humanidad había grabado sobre la faz de la Tierra. Sin embargo, el ser humano demostró su capacidad de resiliencia y superación. Poco a poco fuimos viendo la luz, y así también fuimos olvidando la pandemia.

Podemos olvidarnos del COVID-19 y de esos episodios tan tristes. Lo que no debemos olvidar es la magnificencia de la vida y la necesidad de agradecer a Dios por sacarnos de ese abismo de tinieblas, y hoy permitirnos estar en un valle de luz y esperanza.