Gustavo Petro Urrego es un delincuente que fue perdonado por un Estado fallido, como era la Colombia de los años 80 y 90. Recapitulemos un poco: la desmovilización del M-19 se dio en medio de los ataques terroristas del cartel de Medellín, estructura ilegal que sometió a las instituciones y arrodilló a la democracia, para evitar la extradición de sus cabecillas (la historia suele repetirse: hoy acontece lo mismo, pero con las Farc). Producto de las bombas, la sangre derramada, los asesinatos y el miedo a Pablo Escobar y todos sus sicarios, los colombianos fuimos sometidos de manera aberrante e impresentable por el bandidaje.
En una operación que se encuentra perfectamente documentada, el M-19, grupo terrorista al que pertenecía Petro, incendió, literalmente, uno de los tres poderes públicos: el judicial, con sus magistrados incluidos (que no crea Petro que esa infamia se nos ha olvidado). El indulto con el que fue beneficiado el hoy candidato presidencial es parte de la historia oscura de Colombia que muchos incautos que quieren votar por él no conocen, y, por lo tanto, no pueden entender que ese premio que le regalaron en su momento a Petro es producto de una época siniestra, en la que el terrorismo y el narcotráfico, en contubernio con la izquierda radical armada, dieron un golpe de Estado, por medio del cual los unos obtuvieron la prohibición de la extradición, y los otros, inmunidad total por sus crímenes y la habilitación para hacer política sin verdad, sin justicia y sin reparación para sus víctimas. Así empezó Petro su vida “democrática”.
Posteriormente y en consonancia con su ideología y el rumbo que decidió darle a su vida, se cruzó en el camino con alguien con quien se identificó plenamente: Hugo Chávez. Petro ofició de anfitrión y protector en Colombia del tristemente célebre tirano venezolano, en momentos en que los dos soñaban con una gran revolución que se gestaría a partir del ideario de Bolívar. El sueño de ese par mefistofélico era instaurar el socialismo en todo el continente. Ello parecía un anhelo inalcanzable, pero Chávez lo empezó a hacer realidad, cuando lo inoculó como un virus en Venezuela, y posteriormente exportó esa plaga a Perú, Ecuador, Bolivia, Nicaragua y Argentina, utilizando para ese propósito el petróleo, que tantas puertas abrió y apoyos compró. Como en Colombia había un muro de contención llamado Álvaro Uribe, la forma que escogió Chávez para promover su cáncer ideológico en estas tierras, fue dándole cobijo a las guerrillas en Venezuela, para que evadieran el actuar decidido de nuestras Fuerzas Armadas. En consecuencia, Petro también es producto de la inefable “Revolución Bolivariana”.
Posteriormente, padecimos a Petro como alcalde de Bogotá, por lo que pudimos comprobar que, al igual que el modelo chavista, el progresismo destruyó las bases económicas de la capital de la República. Fue muy bueno, eso sí, en construir una maquinaria de seguidores y fanáticos sectarios, comprados con subsidios públicos, mientras que las finanzas distritales quedaron en la inopia, el desarrollo se frenó y la inversión privada se espantó. Bogotá se hundió en manos de Petro, que, además, ha implementado una política del odio, que busca incitar a los seguidores del Chávez colombiano, a tomarse las vías de hecho, a seguir rabiosamente sus designios delirantes, entre los que se cuentan inculcar la división y polarización de la sociedad, aprovechándose de las rampantes desigualdades existentes.
En conclusión: Gustavo Petro, representa todo lo que un buen ciudadano no debería ser: perteneció a un grupo criminal en el que cometió toda suerte de delitos, para imponer su manera de ver el mundo; fue asesor de cabecera y cómplice del sátrapa de Hugo Chávez; como administrador es un fracaso total (arruinó a Bogotá); no puede llevar bien su propia contabilidad; no es capaz ni siquiera de pagar sus deudas (es mala paga); tiene como derroteros de su existencia la venganza, el resentimiento, la estigmatización y el odio de clases, y, cada vez que puede, desacredita las instituciones y fustiga e irrespeta al Ejército y a la Policía.
Gustavo Petro sigue actuando como un delincuente (su escuela ha sido el crimen, en variopintas facetas): Por eso miente como un estafador, sin sonrojarse, prometiendo cosas que jamás podrá cumplir para explotar la necesidad de los que nada tienen. Si Petro empuñó un fusil para “defender” sus ideas, siendo un simple mozalbete, imagínense lo que sería capaz de hacer como presidente en ejercicio.
La demagogia y el populismo de izquierda que representa Petro es un salto al vacío que Colombia no puede dar: tenemos el mejor espejo de todos: Venezuela.
¡Colombiano, si eres un patriota de verdad, dile NO a Gustavo Petro; derrotemos juntos la maldad que posa de bondad!