Estamos por finalizar el mes donde conmemoramos la diversidad sexual y de género, el mes donde podríamos supuestamente expresar y celebrar nuestra individualidad, la posibilidad de pensar, desear y ser diferentes, sin miedo y con orgullo. Sin embargo, la vida no se trata de un deber ser, o bueno sí, es muy lindo pensar en cómo debería ser, el ideal; pero poner las banderas de la diversidad sexual no combate el problema estructural de nuestra sociedad, no combate la homofobia sistemática y normalizada.
Creo que ya entienden un poco a dónde voy y a qué me refiero. No quiero desconocer los avances y los esfuerzos que hacen nuestros gobiernos, pero la norma no es suficiente. No es suficiente que me pueda casar, tener hijos con una mujer, poder apropiarme de mi nombre y mi género, si cuando lo expreso públicamente solo tengo miedo.
Nuestras libertades están en riesgo y automáticamente también nuestra existencia. Agradezco que la ciudad en la que crecí realice una visibilización simbólica de la diversidad sexual, pero hace falta voluntad y compromiso político, económico y cultural para combatir la discriminación sexual en todas las esferas de la vida.
Siento que hay una lucha real que se queda en un segundo plano tras la promoción capitalista de la diversidad, grandes marcas promueven el PRIDE y se apropian de nuestra orientación sexual con la sola intención de vender, no es un interés real y auténtico en acompañarnos y defendernos ante las injusticias del mundo. Hoy nos mercantilizan: hasta nuestra sexualidad (algo tan íntimo y tan público a la vez) es un objeto de venta.
Y esto está mal en muchos sentidos, uno de ellos es que estamos de moda y solo importamos un mes al año, y la gente dice que es genial tener amigos fuera del rango heteronormativo, y “que linda se ve esta camisa de 190.000 con la bandera del orgullo”. Pero fuera de este mes, seguimos siendo un cero a la izquierda, nuestras luchas, nuestras vidas no importan, ni tenemos la oportunidad de ser libremente.
Por otro lado invisiblizan la violencia de la cuales somos víctimas a diario, no nos ayudan a denunciar la discriminación, lo único que hacen es comercializar lo bello que es ser diferente.
Existe una doble moral en cuanto a la homofobia. Una vez al año los gobiernos se interesan en nosotros durante un mes y hacen una parafernalia exorbitante, pero de fondo no están dispuestos a ayudarnos, defendernos y cuidarnos, no quieren correr el riesgo de perder el apoyo de una sociedad enferma y asquerosa que se amotina junto al odio y defiende sus buenas costumbres.
Muchos podrían decir “¿qué más quieren? Ya se pueden casar y todos tenemos los mismos derechos” pero no es así, No tenemos los mismos derechos en la medida en que las vidas, la seguridad, la garantía de atención medica de las personas heteronormativas no están en riesgo a causa de su sexualidad. Caso diferente al nuestro, que cuando caminamos en la calle, hasta la policía y los actores institucionales se burlan y ponen en riesgo nuestra existencia, minimizan nuestras experiencias y apoyan la discriminación. Lo que quiero decir es que lo que tenemos está bien, está ahí, pero materializar y hacer valer nuestros derechos no es tan sencillo.
Por eso, señor Estado, -y sí, digo señor, porque eres expresión masculina, heteropatriarcal y machista-, por eso sabemos que no podemos contar con usted, porque no eres nuestro aliado en esta lucha, porque te importamos solo cuando es conveniente en términos mediáticos. Por eso hoy vengo ante ustedes por este medio, ante todo aquel que este cansado de tener miedo, de esconderse y de mentir. Vengo acá para expresar mi odio, mi rabia y mi frustración, porque no puedo entender cómo en la actualidad seguimos teniendo miedo de ser. A demás de exteriorizar mis inconformidades, vengo para hacer un llamado, aunque mi voz se pierda en el mundo.
(El siguiente texto lo escribí en un estado de frustración profunda) El odio.
Me presento, Valentina, 24 años, no binaria, me encantan las personas por su inteligencia y sensibilidad,. Soy colombiana, hincha del poderoso, ciclista aficionada, politóloga, tosca, torpe y tranquila. Vivo en la ciudad que incineró a Juana de Arco, donde hay más iglesias que universidades. Escribo mucho, pienso más de lo que escribo y si en medio de este mundo mezquino e indiferente quieren o necesitan contar con alguien, cuenten conmigo.
Esto no es una carta de amor color arcoíris en donde agradezco al gobierno por sus paupérrimos avances y compromisos con la comunidad sexualmente diversa. Paupérrimos porque no existen políticas públicas que luchen contra la homofobia y la discriminación, no hay un acuerdo real para que nosotros podamos ser sin miedo. Poner una bandera en tu centro de funciones no te hace menos culpable de lo que pasa con nosotros, PILATOS.
Podríamos decir que al ignorante se le combate con conocimiento y experiencia, pero la homofobia va más allá de un simple repudio a las expresiones sexuales y de amor diversas. El trasfondo de esta enfermedad social radica en el machismo estructural que acompaña nuestras tradiciones desde mucho antes que fueran tradiciones. Radica en el machismo en la medida de que al macho alfa del lugar le excita ver dos mujeres besándose, pero siente ganas de torturar cuando son dos hombres, o siente asco cuando se cruza con un ser tan maravilloso como son los trans.
Y cuando trato de ser empática, ponerme en tus zapatos llenos de miedo y rechazo, simplemente no puedo. No puedo porque no comprendo en qué medida mi vida sexual y romántica, mi necesidad de ser yo pone en riesgo la tuya; a diferencia de ti, que no conoces las palabras empatía y diversidad, que con tu ignorancia y aires de superioridad moral juzgas y cohíbes mi existencia. Créeme, homofobia, he intentado con todas las fuerzas de mi espíritu y en uso de mis capacidades intelectuales ser empática contigo, pero no es posible porque eso te daría legitimidad para existir.
Créeme, para mí, hace mucho dejaste de existir. No importabas, porque te ignoraba, pero en ese momento donde no puedo tomar de la mano tranquilamente a la mujer que me acompaña, solo por el miedo de tus palabras grotescas, en ese momento en que me percato de tu inútil e incómoda existencia, quisiera que desparecieras de la faz de la tierra, tú y tus cercanos, tú y el rechazo. Y no, no quiero desaparecer personas o matar a alguien, quiero desaparecer del mundo a la ignorancia, el temor a lo diferente, la violencia, yo quiero desaparecer incluso la palabra que te define.
Te ODIO porque haces que una persona completamente íntegra, formada y buena, se sienta con miedo a amar. Te odio porque haces que cada beso en público e incluso en privado se convierta en culpa y crimen. Te odio a ti con tu 180 cm de estatura cuando acompañada de tus amigotes, me acosas en un bar, en un restaurante y te presentas como remedio, como si lo mío fuese enfermedad. Te odio.
Homofobia, te odio porque das la oportunidad de sentirme con temor, porque me haces prisionera de tu visión del mundo, a mí. YO amo defender la mía, la verdaderamente libre y honesta. La mía, que es y permite ser. Te manifiestas en personas de bien, respetuosas de la norma y de la vida, de buenas costumbres y buena familia, te apropias del discurso del amor y del cuidado de los que no pueden hablar, pero tú no eres más que una patraña.
Algo sé yo de buenas costumbres, de normas, de familia, de amor. Yo, nieta e hija de la violencia, la desigualdad, y el miedo, me hice fuerte y ahora que lo soy, por mí, por mi madre, por mi abuela, por mis amigos, te digo que somos nosotros los verdaderos respetuosos, admiradores y guardianes de la vida. Tengo la esperanza de que somos más, somos muchos y mejores que tú.
Te odio, porque tu violencia, me impide amar y cuando no hay amor por culpa del miedo, solo queda la lucha, el enojo y la frustración. No eres nadie para opinar sobre mis orgasmos, mis emociones y mis experiencias.
Es por eso que hago un llamado a mis amigos, familiares y a quien se sienta empático con esta ira, a que dejemos de tolerar la ignorancia, la homofobia y el miedo, y nos levantemos, con nuestras espaldas rectas, miradas desafiantes y empecemos a exigir el respeto que los “normales” tanto proclaman. Es el momento de exigir y construir un mundo donde todos podamos ser: el diverso y el cisgénero, sin miedo a ser y compartir. Debemos pedir políticas públicas de calidad y funcionales que nos acompañen a destruir la homofobia, porque la homofobia es la manifestación de una sociedad podrida, una sociedad que está echada a perder.
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