“ “La verdad es más importante que los hechos.” Frank Lloyd Wright ”
No, no fueron 6.402. Si eso acaba el debate y, por alguna razón, le da tranquilidad a alguien en este país, creo que todos podemos acordar en esta realidad evidente. Una, que la misma JEP, quien dió a conocer la cifra en primer lugar, reconoce (siendo este un número en constante revisión y actualización). Estando de acuerdo, entonces, por un momento, dejemos las cifras y discutamos lo que importa mucho más: la verdad.
Para esto hay que ser claro, no busco, tampoco podría, desestimar ni la importancia de alcanzar claridad sobre estos números, ni el trabajo de quienes arduamente buscan ese esclarecimiento (desde diferentes lugares). Ahora, la razón por la que esta cifra es tan importante, es la misma por la que no podemos dejar que los hechos (fríos números) oculten la verdad, en este caso, la más importante y real de todas, que parece olvidarse, pero en la que creo también está de acuerdo todo el país, incluyendo, por poner ejemplos recientes, opuestos ideológicos como David Racero y el mismo Álvaro Uribe. Esa verdad, la más absoluta, es que: 1 sola víctima ya sería inaceptable. En palabras del mismo expresidente: “cualquiera de estos delitos es grave sin que importe el número”.
Esencialmente, es por eso que es tan fundamental la cifra, porque tan atroz, cruel y despiadada es la realidad de solo uno de estos casos, que sería casi tan injusto que el país, después de lo ocurrido, dejara de reconocer, así sea en un horrible número, a tan solo una de esas víctimas.
1 sola víctima ya sería inaceptable. En palabras del mismo expresidente: “cualquiera de estos delitos es grave sin que importe el número”.
Desafortunadamente, para todos, incluyendo a quienes exigen completa exactitud para aceptar la realidad, no por justicia, sino por la más clara lógica, a una sociedad que desapareció a su gente y distorsionó sus registros, le quedará siempre desaparecida y alterada la cifra exacta de la atrocidad cometida.
Atrocidad, que empieza, incluso, a perder su nombre, no hace ya falta que haga mención del hecho para que todos sepan de lo que hablo y puede ser mejor, porque el apelativo más famoso que tenía era tan falso como aquellos “positivos”. Falso, no porque no se entienda, falso por deshumanizante e inapropiado, tanto, como es intentar desestimar la verdad porque un número no la alcanza a contener.
Por eso, y por muchas razones más, acá lo que todos debemos, y queremos, aunque seamos incapaces, es, justamente, debatir la verdad. No la que ya mencioné, esa es indiscutible, y a su vez tan grande, que solo podríamos tratar de explicar lo que queda más allá de lo evidente.
Vuelvo a citar al expresidente: “duele y mortifica que hubieran negado falsos positivos (…) los cometidos durante mi gobierno mancharon la Seguridad Democrática que bastante sirvió al país”.
Perdonen lo obvio, parece que hay que serlo, pero todos sabemos que sí pasó lo que tenemos claro que pasó, entonces ¿qué queda por negar?
Apelando a algo de buena fe, creo que nadie, al menos la mayoría, niega directamente. Sin embargo, ahondando en argumentos y respuestas de quienes rechazan y reniegan al escuchar o leer 6.402, no queda claro qué buscan con su total desestimación. Su principal tesis se sostiene en que la fiscalía tiene registro de “únicamente” 2.248 casos, como si cambiar 4 dígitos por otros 4, no solo pálidamente disminuyera, sino eliminara el problema y como si la falta de registro por una entidad estatal (la fiscalía), sobre un fenómeno de desaparición, encubrimiento, alteración y corrupción sistemática perpetrada por el estado, no pudiera ser tan fácil, como lógicamente explicada.
Fuera de eso, los enfrascados en la cifra, entiendo, apelan a otros 2 argumentos, uno, que lastimosamente solo puedo resumir como “la guerrilla fue peor”, lo cual, de nuevo, no por ser un hecho, deja de ser aún más una falacia, pero sobretodo una realidad inconducente y de falsa equivalencia. ¿Acaso es imposible entender el dolor agravado que genera qué quienes tenían el deber constitucional de proteger a todos los colombianos, hayan actuado con la misma, o peor, crueldad de los grupos al margen de la ley, solo para recibir beneficios propios generados por una lógica que antepuso los “resultados” por encima de las vidas mismas que juró proteger? O, acaso ¿Es qué debido al exceso de violencia de tantos actores, deberíamos enfocarnos en un solo grupo y no buscar un ápice de verdad y justicia para todas y cada una de las víctimas? No queda claro y jamás podría quedarlo.
El otro argumento, ya no tratado, pero al menos más importante, y que le quedará por resolver a esa misma justicia y verdad, tal vez ya divina, pues la mortal acá no suele llegar, aunque también a quienes nos tenemos que enfrentar con lo innegable, responde a: ¿cómo pasó, por qué y quiénes fueron los responsables? Acá, la narrativa del Centro Democrático es que fueron hechos aislados, desafortunados, no incentivados, menores, independientes del gobierno Uribe y usados desproporcionadamente para mancharlo a él y a las fuerzas armadas. Toda una historia de manzanas podridas que tiene en su centro esa, aún más dolorosa, pregunta de “¿Quién dió la órden?”. Tal vez, la principal discusión, pero que al demandar de análisis jurídicos, políticos, investigativos y hasta filosóficos mucho más elevados y, sobre todo, por tener implicaciones de responsabilidad, no se quiere tener.
Lo cierto acá, parece, es que a través del escándalo, la insensibilidad y la provocación, lo que buscan algunos “representantes” es confundir hasta el punto de negar de una forma más cruel e incluso efectiva. El fin lógico de desaparecer los símbolos (de lo poco que queda de las personas y sus registros) y botarlos a la basura parece querer gritar incoherentemente: “tal vez sí pasó, pero no importa, porque pasaron cosas peores, y si pasó, fue tan poco, que ni siquiera terminó pasando”.
Esa incoherencia hace realidad, únicamente, la “predicción”, sobre el futuro y el pasado de Colombia que está en Cien Años de Soledad, cuando dice, que sería dicho siempre: “seguro que fue un sueño -insistían los oficiales-. En Macondo no ha pasado nada, ni está pasando ni pasará nunca. Este es un pueblo feliz.» Así consumaron el exterminio.”
La suerte, desafortunada en cualquier caso, es que la historia puede confundirse y las discusiones distorsionarse pero la más pura verdad no puede ser suprimida. En especial, cuando hoy aún quedan muchas víctimas, e incluso victimarios, que dan testimonio de lo que sí ocurrió.
Hoy, también, en todo caso, podemos encontrar algo de esperanza, en que la discusión, que en su mayoría debió ser zanjada, al menos no ha sido olvidada. Porque el país aún tiene la mínima dignidad para hacerla centro de debate e incluso generar un renovado deseo por parte de todos los partidos de esclarecer qué pasó y en qué magnitud. Todo, gracias al acto de valentía, protesta, arte y amor, de unas valientes madres que siguen llorando a sus hijos, tanto como luchan por ellos.
Y mientras los que mandan a la basura un clamor de justicia, esperamos, decidan cual es el verdadero centro de sus objeciones, podremos, tal vez, debatir un número pero no la absoluta verdad que representa, pues lo obvio, por evidente que es, no podrá jamás ser debatido:
Si pasó. Pasó en cantidades escalofriantes, más, cuando es claro que nunca debió haber pasado y lo mínimo que puede hacer cualquiera en este país es saberlo, reconocerlo y ofrecer el mayor respeto y empatía a las únicas personas que lo deben saber más que nosotros, no porque quieran, sino por que lo vivieron y lo siguen viviendo, especialmente, cuando se intenta mandar a la basura lo único que les quedó de tanta tragedia; la verdad y su memoria.
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