Santiago, cuéntenos un poco sobre su perfil…
Tengo 32 años. Nací en la comuna 8 de Medellín, en Colinas de Enciso. Crecí en una familia con mi papá y mi mamá, soy hijo único. Viví una niñez muy bonita, porque en últimas la felicidad no depende de donde uno viva, o de lo que uno tenga. Nunca he tenido más de lo que he necesitado para vivir, siempre viví muy al ras porque mi papá era obrero. Es más, cuando yo era pequeño mi papá tuvo una época muy larga de desempleo.
Desde el año 1996 al 2001 viví en un barrio en conflicto. Yo no entendía bien las razones de por qué se profundizó en la violencia. Después averigüé y me enteré que eran las distintas facciones urbanas de las milicias en el barrio, y lo que era una estructura paramilitar de Enciso. Entonces, desafortunadamente, crecí en un contexto de mucha violencia. Nosotros salimos desplazados, no porque nos hayan hecho algo, pero sí por la violencia que se vivía. Eso marca la vida de cualquier persona.
De ahí llego a la comuna 12 y me radico el resto de mi vida. Estudié en colegio público, en la Normal Superior, y orgullosamente hice hasta octavo allí. Fui muy feliz porque siempre he creído en la educación pública. Luego me gradué en Salazar y Herrera en el 2004, e ingreso a estudiar en la Universidad Nacional. Ese fue el momento más feliz de mi vida. Fue el logro personal más importante que he tenido, porque nadie pensó que yo iba a pasar a una universidad pública ya que mi proceso académico estuvo muy truncado por la violencia en el colegio. No hubo una constancia académica por la situación de la violencia que se había vivido, también por los paros se tuvo que dejar de estudiar y se reponían las clases los sábados.
Pasé a la Nacional y la empresa donde trabajaba mi papá, Empresas Varias, nos pagaba la matrícula, eso fue una oportunidad muy importante. Allá yo retomo un proceso de liderazgo que tenía desde la Normal. Como he tenido la posibilidad de hacerme elegir y representar, la gente siempre me ha tenido confianza. Por eso desde temprano me uno al movimiento estudiantil y a sus organizaciones. Al año era representante del pregrado de historia. A los dos años y medio era representante de toda la sede en Medellín. A los cuatro años era representante ante el Consejo Académico. Tire mucha piedra en esos años…
Yo soy un orgulloso luchador por la educación pública. Y por eso celebro tanto esa decisión que tomó Daniel Quintero con la Matricula 0. ¿Cuántos paros nos hubiéramos ahorrado si esa decisión sobre la educación digna fuera una política para la gente?
En últimas entendí en la Universidad que el igualador social más grande es la educación, porque la mayoría de personas con las que yo estudiaba eran muy pobres. Incluso yo entré pensando que era muy pobre, y me encuentro con gente aún más pobre en la Nacional. La gente no tenía para un pasaje, había que compartir “coca” y ayudarnos entre todos. En el año 2005 la Unal todavía era muy popular.
Pero hay una cosa muy importante que fue trasversal en mi vida: tras pasar de un barrio a otro, y haber perdido la identidad y el arraigo del barrio, buscando un lugar en el mundo para ser aceptado y tener un hábitat más idóneo en la genética de lo urbano, me volví barrista. En el año 2001 fui a un partido de Nacional por primera vez. Ese día me encontré con un amigo de Enciso, y me dijo que él venía con unos parceros del barrio y se juntaban con unos de Zamora. Desde ahí comencé a ahorrar todas las semanas y empiezo a comprar boletas y asistir a las reuniones de Los del Sur.
«A mí siempre me criticaron en la academia por pertenecer a una barra, pero para mí también fue duro explicar en la barra que yo era estudiante universitario».
Yo nunca permití que mis mundos se separaran. A mí siempre me criticaron en la academia por pertenecer a una barra, pero para mí también fue duro explicar en la barra que yo era estudiante universitario, pues éramos muy poquitos. Yo siempre sostenía en la barra mi ideal de estudiar, y en la academia sostenía que mi identidad era ser barrista. Mi monografía en el pregrado fue sobre fútbol. Y era sobre cómo se construye el imaginario de barra brava en Medellín (un debate contra el periodismo principalmente).
Cuando me gradué no pude hacer una maestría. Me fui a Argentina a estudiar, pero no se dio. Entonces vuelvo a Colombia a trabajar en la Nacional, donde había estado amenazado por personas externas que vendían drogas en los alrededores. Allá me desempeño como coordinador del programa de egresados y apoyo de bienestar de la Facultad de Humanas. En ese entorno me empiezo a acercar a todo lo del Presupuesto Participativo, porque muchos proyectos que ejecutaba la Universidad eran de eso. Desde ahí me empecé a acercar a la Secretaría de Participación Ciudadana, porque yo era el enlace con los proyectos. A la par comienzo una maestría en Estudios Políticos, que luego terminé, y me meto a hacer un doctorado en Ciencias Sociales.
Después de ese recorrido ¿Cómo llega a la Secretaría de Participación Ciudadana? ¿Por qué el cambio de lo académico a lo público?
Yo conozco a Quintero en otro ámbito de la vida. Me lo presentan dos amigos: Juan Pablo Ramírez y Esteban Restrepo. Eso ocurre por allá en el 2014. Teníamos una relación de cordialidad, y cuando él y su equipo se fueron a Bogotá yo les ayudé con procesos acá en Medellín.
Cuando Quintero gana las elecciones, Juan Pablo me invita al empalme por mis conocimientos en la Secretaría de Participación. Yo ya llevaba un tiempo trabajando con estos temas y con los líderes de planta. Yo conocía la estructura de la secretaría, entonces acepté.
Al principio Juan me pidió que le ayudara y me quedara, yo ya tenía trabajo como asesor del vicerrector de la Nacional y del profesor John Jairo Arboleda en la UdeA, entonces empecé siendo asesor externo del despacho. Ese rol cambia cuando comienza la pandemia, y él me pide que ingrese en mayo al equipo directivo de la secretaría. Ingresé como subsecretario de Formación y Participación Ciudadana. En septiembre cambio, y comienzo a ser subsecretario de Planeación y Presupuesto Participativo.
«Entonces a nosotros nos “bombardearon” desde el empalme con la idea de que la gente era como mala, sospechosa o peligrosa».
¿Y cuál fue el panorama que se encontró en la secretaría cuando comenzó de lleno?
Una secretaría organizada, con un talento humano impresionante. Los servidores en su mayoría están muy preparados y tienen mucha vocación y amor por lo que hacen. Esto permite que todo sea mucho más sencillo.
También me encontré con una visión implantada en la Alcaldía y en la secretaría, eso es innegable. Un estilo muy distinto a lo que nosotros representamos.
De inmediato se crearon unas tensiones entre cómo implantar nuestra forma de concebir la participación, la democracia y la relación con los públicos, porque esto es un proceso que viene inoculado hace más de tres o cuatro gobiernos. Entonces encontré que hay una visión sobre la “toxicidad” de los liderazgos sociales, pues dicen que hay intereses negativos en los ediles, en los liderazgos sociales y en los comunales. También una idea que la mayoría de liderazgos tradicionales en los barrios no sirven.
Entonces a nosotros nos “bombardearon” desde el empalme con la idea de que la gente era como mala, sospechosa o peligrosa. Había una desconfianza muy grande por la gente.
Nosotros desde el principio tratamos de hacer un ejercicio para discernir la información entre lo que nos decía la gente en los barrios en campaña y de lo que hoy nos encontrábamos con los servidores, y así hicimos una catarsis grande. El alcalde, sin dudarlo un momento, cuando estábamos mirando el Plan de Desarrollo, manifestó que quería contratación social, que se fortaleciera lo público, que se fortaleciera el territorio. Él quería que la secretaria y el Presupuesto Participativo se metieran a profundidad. Y Juan Pablo, que es un ser fundamentalmente popular y un líder territorial como pocos, de inmediato asumió ese reto desde enero. Entonces el alcalde nos ayudó con ese tema.
Esa fue la gran primera decisión que se tuvo que tener: la dignidad de la gente. Y esa dignidad está en escuchar a la gente, en no tener prejuicios, en no hacer juicios de valor frente a sus liderazgos. Y ahí empezamos a entender algo, y es que la gran mayoría de la gente que a nosotros nos decían que tenían intereses, que eran malos y que tenían liderazgos negativos, son personas que construyeron ese barrio. Es decir, estamos hablando de gente de 60 o 70 años que probablemente llevan más de 20 años dando lidia en ese territorio para sacarlo adelante. Entonces es una especie de dicotomía entre el tejido social y su fortalecimiento en el norte y en las comunas populares o un estilo más gerencial y desde la entelequia de lo que es la participación como un ejercicio abstracto sin mucho sustrato.
O sea, la participación se puede asumir desde dos enfoques. Desde lo legal, que es usted qué debe hacer obligatoriamente (ahí nadie le dice usted con quién se tiene o no se tiene que reunir) o si usted a parte de lo legal también hace un ejercicio de escucha, de atención o de entender esa representación que tiene cada persona que haya ganado su cargo en un proceso democrático, desde el delegado del Consejo Comunal de Participación hasta comunal o edil. Es que si está ahí es porque ganó y se ha hecho contar.
A nosotros nos decían peyorativamente que ellos tenían una maquinaria. Pero eso es un poco absurdo, porque ellos son políticos y hacen política. ¿Cuál actor político no tiene maquinaria, intereses y estructura? ¿Cuál político no tiene intereses en trabajar en sus propios proyectos o de implantar su visión a lo que ejecuta y gestiona?
Pero acá lo que pasaba es que solo eran loables los intereses de ciertas comunas. Era el enfoque de participación de la comuna 11, 12, 14, 16 y más o menos la de la 15. De ahí se rompía todo. Eran 5 comunas y todas las otras había que verlas con sospechas. Nosotros nos despojamos de esas sospechas y nos metimos a los barrios. Y la pandemia nos ratificó que teníamos la razón, porque cuando llegábamos a cualquier lugar la única persona que salía a arriesgar su vida frente al virus era el comunal, el edil o el barrista. Los líderes de los barrios eran los que salían a señalar las casas donde había gente aguantando hambre. Es que es la gente que conoce a la gente. Ahí dijimos que ese era el camino.
«Imaginémonos que casi el 60% de Medellín vive donde no hay lugares con zonas húmedas, es decir, no hay piscinas ni privadas ni públicas».
Usted habla de una visión distinta de la participación ¿Eso cómo está impactando en temas de Planeación Local y Presupuesto Participativo?
El ejercicio de la planeación del territorio en Medellín tiene una gran simbiosis, es una articulación espectacular entre el Departamento Administrativo de Planeación y la Secretaria de Participación Ciudadana. Resulta que eso son los técnicos, los del DAP, y los que hacen que la gente participe y sea incluida, que somos nosotros.
Allí encontramos varias cosas. Lo primero es que los ejercicios de planeación del desarrollo local no contaban con el suficiente peso de la gente. Entonces uno escuchaba la prospectiva del territorio y de Medellín en las próximas décadas y siempre están hablando de cómo conectar a Medellín con el mundo, con la Costa, con el Magdalena Medio, con el Valle del Sinifaná, con el Valle de San Nicolás, con Urabá. Y eso está bien, pero a nosotros nos generaba un cuestionamiento porque cuando uno pone un pie en el territorio, en la Medellín de los barrios, entiende algo como por ejemplo esto: para ir a las comunas 1, 3 (parte alta), 6 y 7, la gente necesita gastar más tiempo para llegar a la casa del que se tiene que gastar cualquier ciudadano de otra parte, entonces ahí estamos hablando de una desigualdad impresionante porque allá vive la mayoría de Medellín.
Uno encuentra planes para hacer puentes y túneles, encuentra Parques del Río, encuentra desarrollo urbano en la 33, en el Centro, en San Juan y en Colombia, además de los mega proyectos del Poblado. Pero entonces hay algo muy sencillo que no hemos podido solucionar, y es el del habitante que cada que pasa un carro de la basura se tiene que aguantar un taco, porque no cabe el carro, y estamos hablando de centenares de miles de personas. Nosotros levantamos la mano como secretaria y decimos que en la Planeación del Desarrollo Local no solo hay que proyectar a Medellín hacía el mundo, también hay que ver cómo solucionamos con planeación, con un enfoque de desarrollo local y sobre todo cómo hacemos prospectiva del espacio público de la movilidad de las zonas más alejadas de la ciudad.
Un segundo ejemplo es este: resulta que la parte más densa de Medellín es la zona 1. Allá queda el Parque Norte, el Parque Explora, la UdeA y el Jardín Botánico, y paradójicamente es la zona de la ciudad que menos espacio público tiene, porque estos espacios quedan en la margen del río. Entonces cuando nosotros vamos al territorio y le decimos a la gente que se sueñe la Medellín en 40 años, ellos nos dicen que cómo van a hacer eso, si ellos ni siquiera han podido construir su barrio. Y uno les pregunta entonces por qué no han podido construir el barrio, qué les hace falta para ello. Y responden que todavía tienen vecinos desconectados de servicios públicos o cosas por el estilo.
Y colocándonos en los zapatos del otro, imaginémonos que casi el 60% de Medellín vive donde no hay lugares con zonas húmedas, es decir, no hay piscinas ni privadas ni públicas. No hay parques, ni zonas de esparcimiento. Y lo peor, no hay movilidad. Entonces cuando uno les dice a los ciudadanos del norte que planeemos Medellín, no le podemos decir que omita planear su barrio.
La gente de la comuna 1 necesita urgente una intervención de movilidad para poder solucionar su situación de transporte público. No importa si vas en moto, carro o bus, el taco es impresionante. Entonces a nosotros nos estresa la foto de un ciudadano que va en una Toyota, en la Avenida el Poblado, en Ferrocarril o en Guayabal y salimos a decir que la movilidad en Medellín es increíble, pero no hemos visto las fotos de los tacos que se arman en el norte.
El enfoque de nosotros de la planeación del desarrollo local y los Planes de Desarrollo Local y todo el ejercicio participativo tiene que ir en vía de eso. De cómo nosotros de verdad podemos generar espacio público, porque sin este no hay ágora ni democracia. No es digno que la gente no tenga espacios de ocio.
Durante 20 años nos dijeron que el gran problema era llegar en 40 minutos a Santa Fe de Antioquia y llegar en 30 minutos al Aeropuerto José María Córdoba. Por qué no nos preocupamos que la gente que trabaja en el Centro, en Guayabal, en Belén, en El Poblado o que trabaja en el sur llegue en 30 minutos a la ciudad. ¿Por qué esa gente tiene que aguantar una hora y media de transporte para llegar a su hogar? No hemos podido encontrar las soluciones a las mayorías. Ese es el gran reto que tenemos hoy.
Todo lo que expone ¿Cómo se ve reflejado en el Presupuesto Participativo?
Ha existido un desequilibrio siempre hacía el PP, frente a la planeación local, eso es un reto que tenemos hoy. El PP es un presupuesto limitado que no puede solucionar esos problemas que he mencionado. Pero la parte de la planeación del desarrollo local es donde tenemos que hacer hincapié. Hay que decirle a la gente que, si sigue pensando que la planeación del desarrollo local es para proyectos de PP, y no se dan cuenta de que necesitan soluciones estructurales a temas de espacio público, de hábitat, de movilidad y de esparcimiento en esas comunas, estamos desequilibrando la cancha de una manera impresionante. Por ejemplo, la educación es lo más importante, pero el estudiante necesita revivir la Biblioteca España, necesita un parque para sentarse a la sombra… por qué no podemos tener en igualdad de condiciones a la gente de Laureles y el Poblado que tienen decenas de cafés y de espacios literarios. ¿Por qué no podemos empezar a planear ese desarrollo del territorio en las comunas más vulnerables?
«La cultura de la reja que nos imponen las urbanizaciones del sur no puede ser también la cultura de lo público».
El reto hoy es pensar en ese ejercicio de planeación. La gran decisión de Quintero en este tema fue realizar Parques del Río Aranjuez, en la zona norte. Esa es una decisión muy importante, porque es la zona que más necesita espacio público. Hoy necesitamos discutir cómo vamos a derribar las mallas del Jardín Botánico, del Parque Norte y de la UdeA, el ITM y la Unal, porque todo eso es espacio público de la ciudad. Y que hoy afectaría positivamente a la gran mayoría de ciudadanos, obviamente dándoles todas las garantías de seguridad a las universidades. Pero hoy ese es el gran reto porque en Medellín hay una cultura de la reja muy grande, el espacio público está cercado. La cultura de la reja que nos imponen las urbanizaciones del sur no puede ser también la cultura de lo público.
[…] por su parte, reivindica su “identidad de barrista”. En 2021 le dijo a Al Poniente que cuando era estudiante universitario, esa doble condición de estar en la academia y en una […]