El ex general Miguel Maza Márquez no aceptó ningún cargo sobre la muerte de Luis Carlos Galán. Ahora que la justicia ha dado grandes pasos después de 27 años de impunidad, una de las personas implicadas no quiere dar datos ni aceptar cargos para que por fin, después de dos décadas, el homicidio más doloroso del siglo XX en Colombia pueda tener un fin.
Aquella noche de 1989 mi país pudo ver con un frío poderoso que corría por la espalda, cómo uno de los candidatos más queridos y con las ideas más claras caía sobre una tarima mal armada y sin protección alguna. Justamente en el momento en que el candidato a la presidencia levantaba las manos para saludar al público que lo acompañaba en Soacha, recibió una ráfaga de disparos que entraron por su abdomen y se encarnaron con un dolor exagerado en sus entrañas por más de una hora.
Semanas atrás, Galán vivía con la angustia de tener que moverse por la ciudad con un cuerpo de seguridad que no le generaba confianza. La decisión de cambiar todo su grupo de escoltas no tuvo nunca una justificación que valiera la pena para entender que la muerte del candidato liberal no estuvo a cargo del DAS, que muchos de los hombres de confianza del gobierno jamás tuvieron un conocimiento o una información mínima sobre la inteligencia que se le hizo con tanto empeño a Luis Carlos. En el fondo duele pensar que la orden de su muerte, la última orden, saliera del grupo que se jactaba de velar por la seguridad de un país, por tener la labor de inteligencia para desenmascarar a las personas más peligrosas de Colombia.
Años de dolor los que vivió el país del sagrado corazón a manos del siempre nombrado y ya agotado Pablo Escobar. A él se le suman Maza Márquez, Carlos Humberto Flórez, “El Mexicano”, Teófilo Forero, Luis Alberto Roa Cárdenas, el sargento Herrera, Torregrosa, entre tantos nombres que van y vienen, que se ponen y se quitan de la mesa de presuntos implicados. Ante tanto misterio y tanto dolor, llegó como una luz en la oscuridad Ni un paso atrás, libro del periodista y escritor Enrique Patiño. Publicado en octubre del 2015, esta historia fue un ejercicio de exorcismo para liberar el dolor de la muerte de Galán, de la esperanza, de las grandes ideas que con esfuerzo cambiarían el rumbo del país.
Fueron ocho meses de investigación, de buscar a los testigos de primera y segunda mano, de luchar para hallar la información precisa y pertinente, de enfrentarse a miles de voces que decían que también estaban escribiendo un libro, que ya habían contado la historia a otra persona y así, entre tumbos llegó el fin de un proceso de archivo y de reporteria que abrió la puerta para las horas de escritura, de lucha constante con la hoja en blanco, con el capítulo que iniciaba.
Ni un paso atrás es la radiografía de los últimos días de Luís Carlos Galán, es la entrada a un laberinto que juega con la voz de Galán en los momentos de angustia y de felicidad, a la hora de compartir con sus hijos y su esposa, con sus padres y con los ideales de un partido político que recostó todo los esfuerzos de este hombre que encarnaba la nueva sangre de una sociedad que se desmoronaba a punta de trampa y de nexos entre los “buenos” y los “malos”.
Enrique Patiño no se guarda nada, su novela es un perfil de Luis Carlos Galán a portas de su muerte, en el umbral de sus sueños y el desespero de ver cómo los medios nunca atendieron su llamado, que el presidente no prestó atención a sus gritos y que su enemigo, su verdadero verdugo, estaba las 24 horas con él disfrazado de cuerpo de seguridad.
La historia, publicada por Editorial Planeta, se encuentra también en el catálogo que se ofrece en los colegios para el plan lector. Es una gran apuesta para que se conozca la historia que buscaba cambios y no pudo porque pesa más la maldad que la fe. Son doscientas veintiséis páginas en donde aparecen los nombres de los carteles de Cali y Medellín, de agentes del DAS, Álvaro Uribe Vélez, el presidente de turno, los hijos de Galán y todos aquellos que pusieron un granito positivo o negativo en esta historia.
Ahora con el proceso que se lleva y que ya va dando frutos, este libro tiene un papel fundamental, quizás no en la investigación o tal vez sí, pero se convierte en un bastón para apoyar tantas dudas que se pueden agudizar y hacer de ellas un cuestionamiento que vale la pena poner sobre la mesa para entender el actuar de unos y otros, para comprender que en este país, aún después de tanto tiempo, la traición y la ambición lo siguen desangrando.
Es un libro desgarrador, pero con la capacidad de brindar las cartas necesarias para entender no sólo la vida de un hombre, sino también a una sociedad que nunca se cansó de ver correr sangre, que nunca se cansó de buscar la vida fácil. El dinero fácil y la convicción de que todo se arreglaba a los tiros fue el peor ejemplo que le pudimos dar a las nuevas generaciones, que crecieron forjando en su mente que las armas y las drogas eran los instrumentos para ganar dinero que luego se convertiría en carros y mujeres, esa convicción que nos llevó a creer que solo vinimos al mundo a morir sin un motivo para vivir.