“mientras los medios y algunos sectores políticos explotan estos eventos para su propio beneficio, el verdadero desafío es reconocer y actuar frente a las crisis que realmente importan. Quizás, el primer paso es dejar de ser meros espectadores y convertirnos en aliados activos en la búsqueda de soluciones reales.”
Decir que esta columna iba a hablar sobre cuestionarse acerca de mi carrera profesional y las dificultades que enfrentamos en un contexto donde, más que nunca, se necesitan jóvenes comprometidos con la transparencia en el ejercicio laboral, resulta cada vez más complicado encontrar oportunidades. Pero, mientras me enfrento a la dura tarea de ver tendencias en TikTok sobre qué hacer en mí no voluntario sino obligado tiempo libre, sentí que debía dejar a un lado estos pensamientos tristes, que no solo me afectan a mí sino a mucho alrededor de estas simples líneas con los que se sentirán identificados.
Al escribir casi media página sobre los enredos de no encontrar trabajo, me di cuenta de que otros temas merecen más atención: el 26 de julio, la inauguración de los Juegos Olímpicos en París, y el 28 de julio, las fatídicas y fracasadas “elecciones presidenciales” en Venezuela. ¿Qué tienen en común estos temas? EL OPORTUNISMO MEDIÁTICO, que en palabras sencillas es la práctica de explotar eventos a través de los medios de comunicación para obtener beneficios personales, políticos o económicos, a menudo de manera poco ética o manipuladora.
Pero bueno, esto no será un escrito académico que ilustre las malas prácticas de ciudadanos, políticos y medios de comunicación nacionales e internacionales, así como de las élites conservadoras religiosas que intentan vestirse de seda para defender la Última Cena…En fin, lo que nos compete…
El 26 de julio, la inauguración de los Juegos Olímpicos, a mi modo de ver, fue un espectáculo deslumbrante; una mezcla de colores, cultura y, por supuesto, atletas que se preparan para demostrar que el ser humano puede ser casi tan impresionante como un video de animalitos en internet. Pero parece que esta vez, además de la emoción deportiva, también tuvimos un desfile de críticas que no provino de críticos de arte, sino de sectores religiosos que, al parecer, encontraron en la inauguración una buena razón para actualizar sus listas de oración y devoción.
Para muchos de estos críticos, la ceremonia era un “evento pagano disfrazado de gala olímpica”. ¡Ah, sí, el viejo truco del “invocador de deidades encubiertas” que siempre parece acompañar a eventos de gran escala! Para ellos, el espectáculo de la inauguración no era más que una oportunidad para hacer un llamado a la oración, como si alguien pudiera invocar una lluvia divina para “purificar” los juegos de sus “pecados escénicos”. Pero claro, está bien haber retirado el uso del hiyab a las atletas femeninas para las competencias dentro de las villas olímpicas, pero si está mal disfrutar del arte y la historia, las pantomimas y los despliegues creativos, eso ya es otra historia. ¡Qué paradójico! ¿Dónde está la inclusión, queridos religiosos? ¿Acaso solo es inclusión cuando se trata de cumplir con las expectativas y normas propias?
¿Y Venezuela? ¿Qué tiene que ver con esto? Pues, ¡Todos somos Venezuela!”, claman los colombianos con una pasión digna de una telenovela o mientras se preguntaban cuántas horas le quedaban a Maduro. – Nunca sabremos qué le pasó por la cabeza a Duque, aunque muchos parecen tener una teoría: Así lo querí a.-… En fin, dejando los chistes. Los colombianos, más que los propios venezolanos, parecen estar preocupados. No por apoyar la democracia (que ya ni en Venezuela se ve), ni por el cercano triunfo de Edmundo y María Corina, sino por sacar al mal vecino de cada esquina. O más claro, por sacar la piedra en el zapato.
El verdadero problema aquí es el oportunismo mediático de Colombia. Pues no nos hicimos de esperar cuando casi llegando la media noche daban a Maduro como ganador de las elecciones y lo que más genero tendencia en X no fue el “gran” apoyo a los venezolanos que creían en un cambio real después del fraude electoral por el que pasaban, sino más bien el revuelo colombiano sobre sí mismos.
Por no extenderme y mencionar nombres que no vienen al caso, los periodistas políticos y ciudadanos han demostrado un preocupante nivel de analfabetismo mediático. Han construido un “OJO COLOMBIA” con una base tan sólida como un castillo de naipes, afirmando que “Petro está mostrando el camino para quedarse en 2026”. Con esto, queda claro que, en realidad, no estábamos tan interesados en el bienestar político y democrático de Venezuela. Sino más bien, el interés real era el oportunismo, la politiquería y el show.
Estos dos eventos, aparentemente distintos, ilustran cómo el oportunismo mediático puede desviar la atención de los problemas reales. En lugar de enfocar la discusión en la crisis humanitaria venezolana, la atención se centró en cómo el resultado electoral podría influir en la política colombiana. En el caso de los Juegos Olímpicos, el espectáculo deportivo se convirtió en una plataforma para críticas que reflejan más sobre las agendas cristianas que sobre el evento en sí.
En última instancia, mientras los medios y algunos sectores políticos explotan estos eventos para su propio beneficio, el verdadero desafío es reconocer y actuar frente a las crisis que realmente importan. Quizás, el primer paso es dejar de ser meros espectadores y convertirnos en aliados activos en la búsqueda de soluciones reales.
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