Neurociencia de la violencia de género

La violencia de género se considera una violación a los derechos de igualdad y no representa únicamente un problema legal o cultural, también tiene raíces en el funcionamiento del cerebro. Comprender su neurociencia es clave para prevenirla desde la raíz.


Hace unos días atrás, veíamos con asombro un video en redes sociales de como un hombre golpea a una mujer en un aeropuerto, a plena luz del día, frente a decenas de testigos y cámaras de celulares grabando. No es una escena aislada. Es apenas una muestra visible de una realidad que se vive todos los días, en muchos rincones de Colombia, aunque no siempre con la crudeza del video viral o el testimonio público. Muchas veces sucede y quedan en la impunidad.  La violencia de género, entendida como cualquier forma de agresión ejercida contra una mujer por su condición de género, sigue siendo una de las más frecuentes formas de discriminación, y su comprensión requiere más que indignación moral, exige un análisis profundo, multidisciplinar y también desde las neurociencias.

¿Es posible que el cerebro de un agresor funcione distinto? ¿Podemos identificar patrones neurobiológicos que contribuyan al comportamiento violento? De manera puntual, la respuesta es sí, pero con ciertos matices.

En hombres con conductas agresivas, hay una estructura encargada de procesar el miedo, la rabia y las emociones intensas que suele encontrarse hiperactiva.

Esta alteración, convierte a los individuos reactivos ante frustraciones, amenazas percibidas o pérdida de control. Sin embargo, en una persona sin alteraciones, esa respuesta emocional se regula por la corteza prefrontal, región encargada del juicio, la empatía y la autorregulación. En muchos agresores, esa “frenada” no ocurre, ya sea por daño estructural, inmadurez funcional o porque han desarrollado patrones de respuesta violenta sostenidos por años de aprendizaje social.

Aquí la neurociencia dialoga con la cultura, la violencia de género no nace de la biología, pero sí puede fortalecerse en cerebros moldeados por entornos violentos, desiguales, y emocionalmente negligentes. Un niño que crece viendo a su padre maltratar a su madre con gritos y golpes, puede internalizar esa dinámica como válida. Con el tiempo, su cerebro refuerza esos circuitos de respuesta, haciendo que la agresión sea un camino automático ante el conflicto. La repetición se vuelve un patrón disfuncional continuo mal dirigido y este individuo va a replicar los comportamientos. También es importante que aclaremos que el patrón violento no depende del estrato social ni del nivel educativo, los agresores provienen de todos los contextos, porque la violencia se aprende, se normaliza y se perpetúa en cualquier entorno donde falte empatía, límites y reparación emocional.

Pero la buena noticia es que el cerebro también puede reaprender. Existen programas de reeducación emocional y control de impulsos con evidencia científica que respaldo su utilidad. Investigaciones científicas han mostrado cómo prácticas como la meditación, la psicoterapia cognitivo-conductual y el entrenamiento en empatía modifican la activación cerebral, reduciendo la impulsividad y aumentando la autorregulación. Prevenir la violencia de género implica no solo castigar al agresor, sino también intervenir antes de que la violencia se normalice en su estructura mental.

En el fondo, la violencia de género no es solo una falla moral o legal. Es también una falla en el desarrollo emocional y cerebral de una parte de nuestra sociedad que aún no ha aprendido a vincularse sin dominar. El machismo, lejos de ser un simple prejuicio, deja huella en la arquitectura cerebral, afectando la manera en que algunos hombres procesan el poder, la frustración y la diferencia.

Por eso, la prevención real debe comenzar en la infancia, con una crianza que fortalezca la empatía, la regulación emocional, el respeto mutuo y la igualdad. La neurociencia, en este sentido, no es solo una herramienta diagnóstica, sino también una aliada para el cambio.

Detrás de cada agresor hay una historia. Y detrás de cada historia, hay un cerebro que podemos y debemos transformar. Finalmente, se requieren políticas serias en Colombia para prevención de violencia de género. Debemos encargar a expertos que coordinen esfuerzos desde la academia.  La agenda política nacional debe considerar una prioridad el erradicar de nuestra cultura el arraigado patrón machista que conlleva a maltratar a las mujeres.

Luis Rafael Moscote-Salazar

Medico Neurocirujano
Consejo Latinoamericano de Neurointensivismo (CLaNi), Colombia
neuroclani.org

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