Durante el fin de semana, reconocidos medios de comunicación de cara a las elecciones presidenciales han publicado columnas referentes al modelo económico y social que hoy aplica a nivel nacional, intentando revivir el debate frente al tema, dado que, es de público conocimiento la aberrante desigualdad social que gobierna a Colombia y en pleno siglo XXI, la dependencia de materias primas y el exiguo nivel de ciencia y tecnología que tiene el país de cara a la competencia internacional.
Al hablar de historia del pensamiento económico, es sabido que desde la famosa frase de Cesar Gaviria “Colombianos, bienvenidos al futuro” se da inicio a lo que se conoce con el nombre de apertura económica que en principio estaba dirigida a la flexibilización del comercio internacional y las finanzas, sin embargo, esta se ha permeado inclusive en la forma de concebir las relaciones sociales, económicas y políticas propias de cada nación, con la idea de que «a menos regulación estatal habrá mayor progreso y desarrollo económico», no obstante, el modelo se quedó corto en el cumplimiento de sus promesas, respecto de la distribución de la riqueza, el crecimiento de la economía y la efectividad de la teoría de las ventajas comparativas combinadas con la globalización.
La liberalización de los controles estatales y su correspondiente reducción como parte del andamiaje de la apertura es lo que se conoce como neoliberalismo, y es precisamente este modo de ver la economía que -como se mencionó- se filtró en la estructura interna del país. Su consecuencia más inmediata es la monopolización o privatización de los derechos sociales, es decir, ganancia por encima del bienestar de la población, en el entendido que el Estado es ineficiente en aspectos determinantes como la educación, que hoy tiene costos confiscatorios que en muy pocas ocasiones se compensa con la calidad. Por otro lado la salud que hoy responde a un modelo inicuo de Empresas Prestadoras de Servicios que tienen por oficio la apropiación indebida de los recursos públicos destinados para este propósito, un aparato productivo carente de articulación, de recursos y para colmo, mono-dependiente de productos sin valor agregado, un estilo legislativo y político inaceptable donde se pasó de hacerle trampa a la ley a introducir la trampa en la ley con estilos jurídicos sofisticados que intentan, por ejemplo, despojar a los campesinos de los baldíos del Estado que por mandatos de la constitución y la ley les corresponde y como aspecto curioso, el empeño por criminalizar la pequeña y mediana producción en todos los sectores de la economía, así como el envilecimiento de las condiciones laborales, salariales y contractuales de los trabajadores, que por si acaso se les ocurre protestar, sus verdugos se las ingenian para criminalizarlos y la consecuencia más grave es la promoción de industrias extractivas en detrimento del medio ambiente así como la innegable, pero evidente corrupción que hoy se debate entre sí ha aumentado o es la misma que por efectos del acuerdo de paz se está desmantelando.
Ahora bien, el debate no consiste en si Colombia debe tener una economía autárquica o no; más si debería consistir en qué tipo de capitalismo vamos a construir los colombianos de manera autóctona y cuál va ser el papel del país de cara a la expansión de la globalización, de acuerdo con nuestras necesidades, con las preferencias profesionales de los habitantes, con la vocación del sistema productivo que evidentemente es agropecuario, las características de la Economía Naranja que incluyen el emprendimiento y los talentos de los colombianos. O más bien vamos a reducir la construcción de un capitalismo incluyente, equitativo, democrático y pacífico a simplemente el imperio de organismos multilaterales cuyas recomendaciones no son recomendaciones sino órdenes para la satisfacción de tres o cuatro transnacionales que aportan a sus causas.
Ahora, algunos se preguntarán ¿Y cuáles son las propuestas frente a estos males?, pues la primera y más inmediata es votar bien en las elecciones del próximo año, la segunda es tomar conciencia de que los colombianos somos los verdaderos y únicos responsables de construir una Colombia mejor, la tercera es que desde nuestros roles en la sociedad empecemos a cambiar la forma de pensar y de ver el país como un todo y no como la suma de individuos que se juntaron por cosas del destino, la cuarta es hacer de lado la polarización y los sectarismos políticos en donde se tiende a confundirse y la quinta hagamos movilizaciones como la que se llevó a cabo en Bucaramanga para proteger el páramo de San turban, democrática, pacífica y civilizada, especialmente por ser auspiciada por el mismo alcalde, cosa que no suele pasa. Aun así, se necesitan propuestas estructurales que requieren de técnica y responsabilidad para solucionar estos y otros problemas como implementación del acuerdo de paz, pero, esas cinco soluciones son la cuota inicial de un cambio verdaderamente provechoso para el futuro de Colombia.