“La tan esperada Conferencia de las Naciones Unidas sobre Biodiversidad, «COP16», comenzó en Cali. Aunque la ciudad es experta en albergar eventos internacionales, hay un preocupante escepticismo frente a los resultados tangibles que se tendrán en términos de protección medioambiental. El discurso de la biodiversidad es el foco de acción de una serie de individuos con afán de reconocimiento y protagonismo, que carecen de compromiso serio y de respeto por los demás.”
El enfoque de la izquierda política colombiana sobre la protección del medio ambiente y la biodiversidad no representa un elemento diferenciador clave en el contexto de una narrativa ecologista. La situación actual del país es el resultado de una corriente ideológica afectada por la corrupción y la violencia. Para desviar la atención de los acontecimientos actuales que afectan a la nación, se ha introducido un evento en Cali que es perfecto para la distracción. La destrucción deliberada del medio ambiente es una estrategia política, sin escrúpulos y engañosa, que obstaculiza el desarrollo sostenible. Los cambios provocados por el progresismo socialista hacen que cada vez sea más difícil mantener la producción y el progreso. El contexto actual enrarece la creación de un entorno ambientalmente sostenible. En Colombia se está constituyendo una compleja espiral en la que la inseguridad, la desconfianza y la trampa son el motor de un gobierno que se presenta como víctima y se posiciona falsamente como el salvador del planeta y el que tiene la solución para resolver todos los problemas.
Cada vez está más claro que la izquierda progresista colombiana se caracteriza por su tendencia a la charlatanería y la falsedad. Esto se ha traducido en un preocupante aumento de la actividad delictiva dirigida contra los turistas, e incluso los líderes ambientalistas, incidentes que se han incrementado en todo el país en los últimos dos años. Es lamentable, pero inevitable, que en los próximos días Colombia se convierta en objeto del ridículo mundial. Las contradicciones de Gustavo Francisco Petro Urrego se harán patentes, demostrando que en el poder hay un populista con ansias de adulación y graves problemas mentales. Las decisiones políticas que se dicen tomar en beneficio de la biodiversidad chocan con las altas tasas de deforestación y la falta de recuperación de los bosques, así como con la insuficiente inversión en educación ambiental y el apoyo a las ONG privadas que trabajan por las especies amenazadas.
Es incoherente con los valores declarados por Gustavo Francisco Petro Urrego como líder ambiental que actúe de manera hipócrita con el planeta. Hace unos días, declaró que era coyuntural e inatajable que Ecopetrol se convirtiera en una empresa de IA en un futuro próximo. Sin embargo, en la instalación de la COP16, atribuyó la catástrofe medioambiental a la IA. Anteriormente, expresó su interés en enviar textiles colombianos a Marte, pero desde entonces ha criticado a Elon Musk por sus planes de enviar humanos a Marte. La retórica incendiaria de su presidente está resonando en un segmento de la población que no es consciente o no está dispuesto a reconocer el alarmante ritmo de degradación medioambiental en Colombia. En el primer trimestre de 2024, la deforestación en el Amazonas aumentó un 40%, alcanzando un máximo histórico.
El progresismo socialista y su visión sobre la biodiversidad experimenta actualmente un auge de popularidad con la presencia de 196 delegaciones en Colombia. Sin embargo, en los próximos días se hará evidente cuánto le ha costado al país este evento y cuántos recursos se han redirigido a mejorar la imagen de una corriente política que se ha percibido como ineficaz. Es poco probable que una reunión ideológica, como la que ahora propone la izquierda en Cali, resulte en soluciones tangibles al cambio climático. Es indispensable pasar de la divulgación y socialización de planes, programas, temas e iniciativas, a conclusiones eficaces que puedan ser aplicadas e implementadas. Sería imprudente promover una agenda ambientalista extrema que podría dañar la economía e impedir la inversión en los países. Además, sería un ideario equivocado que podría esclavizar a la humanidad, reduciendo la capacidad de confiar en los propios esfuerzos de la población y fomentaría la dependencia de regímenes autoritarios.
La multitud de medidas y acciones limitadas tomadas por un régimen regresivo, como el vigente en Colombia, obstaculiza el potencial de un discurso productivo sobre energías limpias. También impide la capacidad de efectuar un cambio gradual, serio y sostenible para descarbonizar las economías y crear políticas públicas que mitiguen el cambio climático. La congregación burocrática y ambientalista que ahora se materializa en Cali revelará la doble moral que existe frente al cambio climático, así como las narrativas progresistas que plagan a un gobierno que ya es reconocido como el de más delirios de grandeza y menos ejecución en la historia de Colombia. La inclinación a seguir un curso de acción que no está fundamentado en la realidad, mientras simultáneamente se demoniza el petróleo, el gas natural y la minería legal, lleva a la idealización del cambio sin reconocer la necesidad de teorías menos populistas y acciones más específicas.
Es imperativo que se ponga fin a la producción de electricidad a partir del carbón, y que esto se consiga mediante la aplicación de políticas públicas sólidas y urgentes. Aunque los carros eléctricos están cada vez más extendidos, es importante reconocer que dependen de una serie de componentes, como neumáticos, cables y tornillos, que a menudo se fabrican utilizando hidrocarburos y la minería. Es imperativo que la narrativa ecologista del progresismo socialista trascienda la politización, la burocracia y el clientelismo. En lugar de esperar la ayuda de la comunidad internacional, debe aplicar medidas para detener la destrucción de la selva y dejar de facilitar el crecimiento de la coca. Una revisión del informe de la ONU revela que quienes dicen participar en las negociaciones y actuar como gestores de paz son, en realidad, los impulsores de la expansión de los cultivos de hoja de coca en el país. Las cifras son claras y el impacto sobre las regiones es evidente: Cauca (13%), Norte de Santander (17%), Putumayo (20%) y Nariño (25%). Son el ELN, las FARC y otros grupos terroristas, que se han beneficiado de las mayores ventajas en la política del cambio, los que están causando el mayor daño al medio ambiente.
Desde el principio, era evidente que el resultado sería infructuoso. La inauguración de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Biodiversidad, «COP16», fue un fracaso, y el discurso de Gustavo Francisco Petro Urrego fue una exhibición magistral de una vergüenza. Sin pretender restar importancia al evento que se está celebrando en Cali, es importante reconocer que la agenda medioambiental de su presidente ha sido en gran medida retórica, carente de resultados tangibles. A pesar de los gestos de buena voluntad y el apoyo teórico detrás de los ejercicios, los impactos positivos han sido limitados. La reunión de 12.000 expertos académicos, líderes gubernamentales, empresarios y activistas ambientales en el Valle del Cauca representa un esfuerzo progresivo por demostrar la aplicación de estrategias de gestión ambiental acordes con el enfoque adoptado por la administración Petro Urrego.
Como en versiones anteriores de este evento, no hay avances en la reducción de la contaminación terrestre y marina, la conservación de la diversidad biológica, la garantía del uso sostenible de los recursos o la distribución equitativa de los recursos genéticos. La crisis de legitimidad de las COP es un reflejo de su incapacidad para abordar eficazmente los retos ambientales e impulsar un cambio transformador en los patrones de producción y consumo globales. Sería beneficioso que Colombia firmara un documento respaldado por todos los países asistentes en el que se denunciara el impacto perjudicial de las narcoguerrillas sobre el medio ambiente. Esto obligaría a Colombia a llevar a cabo una fumigación extensiva de los cultivos de cocaína, lo que tendría como resultado la criminalización de la producción y venta de esta droga. La biodiversidad debe considerarse un activo valioso, en lugar de un obstáculo para el progreso. Debe reconocerse su potencial como ventaja competitiva en ámbitos como la ingeniería genética, la biología sintética, la agricultura y el turismo, entre otros. Es hora de adoptar un enfoque coherente que no se base en las cuestionables pretensiones del progresismo socialista.
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