“Primero se me queda la cabeza antes que la camisa”
Aquel que no se crió en el barrio, que no es sinónimo de pobreza, quizá tarde en entenderme, pero los que crecimos con la pelota bajo el brazo, y conocimos el mundo al son de su movimiento, hablamos la misma lengua, nos distinguimos, nos observamos y nos reconocemos. Hacemos parte de una cultura única en su desarrollo, pero global en su historia. No solo jugamos fútbol en Medellín, pero si formamos la jerga, las normas y la pasión, bajo el estricto módulo de nuestra, siempre bella, pujanza paisa.
Viviendo el sueño
Amigo mío, si usted es de los que piensa que es un simple juego, lo invito, y lo ayudo, a bajarse de esa nube. Yo, como muchos otros, entendí desde pelao, que tanto en la escuela, como en el barrio, la pelota definía personalidades.
En el colegio, no había acontecimiento más importante, que el cotejo de interclases (partido entre salones). Cuando nos entregaban la camiseta, se le trataba como manto sagrado, intocable e invaluable. La fecha del partido era inamovible, y entre más se acercaba, más me asustaba.
Siempre fui descuidado con mis estudios, en más de una vez, olvidé material indispensable para el trabajo, ¡pero ojo! Cuando era día de partido, no se quedaba ni un lápiz, la maleta estaba más lista que para un viaje y la revisaba al menos dos o tres veces antes de irme. “Primero se me queda la cabeza antes que la camisa”, me repetía en la mente, luego buscaba los guayos, y proseguía con medias y pantaloneta, cuando sabía que estaba listo, me iba.
Yo nunca llegué a representar ni a mi departamento, pero representé a mi escuela, y a mi clase, estuve lejos de ser un futbolista profesional, pero me creí el cuento cuando salí a la cancha, cuando veía gente en las gradas observando, me sentía en el ‘Atanasio ‘, aún si ellos ignoraban el marcador, o quién anotaba los goles, me sentía importante entre tantas almas y único entre tantos sueños.
En el hermoso contexto de este deporte, el héroe usualmente no viste ropa de marca, como Bruce Wayne, ni tiene pectorales de acero, como ‘Superman’. El héroe, puede ser el gordito o el crack, podés ser vos, y hasta puedo ser yo, este deporte que tanto amamos, lo amamos porque no conoce de colores, peso, ni nombre.
Aún ahora, sentado en la comodidad de mi sofá, escribiendo estas notas, siento emoción al recordar esos momentos, en los que, por un instante, casi fugaz, vivimos el sueño.
¿Quiénes somos en la cancha?
Yo también me creí Messi. Ya les he dicho, aquí no estamos ni cerca de ser famosos, pero nuestra pasión radica en que nos creemos todo. Que lance la primera piedra, aquel que no se sintió Ronaldinho, cuando hizo un regate exitoso, o Ronaldo cuando marcó un gol bonito. Como me dijo mi papá, “el fútbol es un estado de ánimo”, y basta con un poco de motivación, para entender que todo se puede, y creatividad, para imaginar la maniobra. Sí alguien lo hace ¿por qué yo no?, todo es cuestión de actitud.
El fútbol es como la vida
“A mi mejor amigo, lo conocí jugando fútbol. Entre las patadas que me dio, y las que le devolví, entendimos que, aunque hay diferencias, a los dos nos mueve una cosa, la pelota”.
A una de las novias que más recuerdo, me la presentaron luego de un partido, una noche en la que además de la gaseosa, digno premio de vencedor, me lleve su número, y posteriormente, sus besos.
Cada día es un partido, acompañado de sus propias circunstancias, injusticias y felicidades, con un toque de amargura y de éxtasis que se determina según como lo juguemos, según cuánto nos cueste y cuanto lo deseemos. En este torneo que es nuestra vida, somos los directores, árbitros y jugadores, escribimos en las páginas de lo imborrable, capítulos que se asimilan a remontadas o títulos inesperados, hambrientos de goles y pasión, que nos den un poco de emoción en el pasar del día a día, somos fanáticos de ganar siendo elegantes, pero también de triunfar sudando un poco. En este capítulo de la vida y el fútbol, las emociones y los momentos, son como Henry Fiol y su ‘Montaña Rusa’.