Musulmanes en Europa

Los vínculos entre los musulmanes y el Viejo Continente no son nuevos. Sino pensemos en las Cruzadas o en las invasiones en el Mediterráneo durante la Alta Edad Media. No obstante, aquellas migraciones todavía ocurrieron en los últimos tiempos de la ilustración árabe; ilustración que duró muy poco, ya que en el siglo XI el Imán Al Ghazali, a pesar de vasta erudición, se volcó al fanatismo religioso e inició un movimiento de destrucción sistemática de la filosofía, hasta que esta, al poco tiempo, fue absorbida por la mística sufí. Entonces el Islam quedó paulatinamente sumido en una evidente detención religiosa hasta nuestros días.

Por el contrario, mientras que el mundo islámico se encerraba en las entrañas de sus teocracias, Europa dio inicio a su propia modernidad. Con ella, comenzó la resistencia, no solo contra la supremacía eclesiástica cristiana, sino también contra las tiranías de ese tiempo, hablo de las monarquías absolutas. Razón por la cual, a través de una serie de revoluciones, como la inglesa de 1688 o la francesa de 1789, se fue implementando la idea de libertad política hasta desembocar en nuestras actuales democracias liberales, donde la Iglesia se distanciaba del Estado.  Dios y el gobernante se divorciaron.

Pero aun así los absolutismos tomaron nuevas formas. Estos se vieron representados por los experimentos fascistas, marxistas o comunistas que se energizaron con los errores del capitalismo, y para mantener su hegemonía se volcaron hacia la represión. Pero estos totalitarismos de izquierda -o de derecha-, son generalmente ateos, mientras que el Islam se encapsuló dentro de las teocracias. La lucha en el siglo XX fue entre el liberalismo norteamericano y el marxismo-leninismo soviético, chino maoísta o el socialismo cubano de Castro. Era una dialéctica sin mayor incidencia de la religión. Sin embargo, a partir de la caída del Muro de Berlín el capitalismo liberal se hizo casi universal. Al “Sheriff planetario” solo le restaba democratizar a las teocracias. Nada más absurdo.

El texto de Samuel Huntington “El choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial” de 1996 proponía como nuevo enemigo de Occidente al Islam. Las Guerras del Golfo, la invasión a Afganistán y la mal llamada Primavera árabe fueron intentos avasalladores de atacar sistemas milenarios absolutos impregnados de una lógica sacra. Ya no se enfrentaban a una teoría filosófica, a un materialismo dialectico, a la apelación a una consciencia de clases, sino directamente con la palabra revelada de Dios. Empezaba de esta manera un “Nuevo Orden” –o “desorden”- donde los Dioses eran asimismo los antagonistas.

Empero, hay algo muy importante que no debe olvidarse: los musulmanes viven según “El Corán”, su constitución es la “Sharia” o ley islámica, tienen una visión distinta del mundo, de la política, de la sociedad. No son democráticos. No entienden ni comparten las ideas modernas de libertad ni de república. Sostienen una mirada milenaria y sagrada que estas latitudes a pesar de sus esfuerzos no podrá modificar. Las potencias occidentales removieron el avispero y este se volvió inevitablemente contra ellos. Sumado a siglos de colonialismo y saqueo de los recursos del Magreb y del África subsahariana que, para bien o para mal, han creado profundos lazos entre “amos y esclavos”, y hoy por hoy son muy difíciles de superar.

Los éxodos en masa a Europa son una de las consecuencia de siglos de colonialismo y de destrucción, de incomprensión y olvido de una periferia poco respetada, que hoy en día, al mejor estilo de la “caída del Imperio Romano” en poder de los “barbaros”, el flujo indiscriminado de inmigrantes que demonizan el estilo de vida liberal, que irrumpen con la imposición de sus costumbres y usos religiosos, que atacan al corazón de las democracias contagiando a candidatos y a electorados con improntas divinas, fundamentalistas, con una cultura totalmente distinta y poco dispuesta a negociar su adaptación, amenazan ahora a este orbe occidental, aun con sus errores y sus problemas, con hacerlo tambalear.

Lo que nos lleva a pensar que tal vez el derrumbe del Imperio actual no ocurra por una guerra de grandes proporciones, sino lentamente, quebrándole su corazón, implosionándolo como un “Caballo de Troya”, desde sus entrañas, donde comience quizás una transformación tal que lo subsuma imperceptiblemente en las tinieblas de otra medievalidad.

Sergio Fuster

Filósofo, Teólogo y ensayista.

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