“¿Quién crió a los hijos? ¿Quién se quedó en casa cuando la guerra apremiaba? ¿Quién siempre tuvo la llama encendida? Pero no, han tratado de olvidar que también hicimos parte de la construcción de la sociedad”.
“Hombres necios, que acusáis a la mujer sin razón, sin ver que sois la ocasión de lo mismo que culpáis, si con ansias sin igual, solicitáis su desdén, ¿porque queréis que obren bien si las incitáis al mal?”
Desde siempre hemos sido un hermoso peligro para la sociedad, desde la primera mujer y no me refiero exactamente a Eva, aunque ahora que la menciono, vamos a hablar sobre su admirable persona; es verdad que ella se dejó tentar, pero como dijo Saramago: “Estar informado siempre es preferible a desconocer, sobre todo en materias tan delicadas como son estas del bien y del mal, en las que uno se arriesga, sin darse cuenta a la condenación eterna”, y ahora resulta que por esa mujer, nos expulsaron del Edén y tenemos que sufrir los dolores de un parto. Pero si algo bien hizo, y ustedes me disculparan si se ofenden, es habernos hecho abrir los ojos.
No entiendo por qué la historia que nos enseñan es la de los hombres, por qué se han olvidado de las mujeres y todo lo que hicieron para que sea posible hablar de este presente. ¿Quién crió a los hijos? ¿Quién se quedó en casa cuando la guerra apremiaba? ¿Quién siempre tuvo la llama encendida? Pero no, han tratado de olvidar que también hicimos parte de la construcción de la sociedad.
Afortunadamente, han existido mujeres que han gritado tan duro, que tan siquiera algunos murmullos se han escuchado. Y es que como les parece, que para el cristianismo, las mujeres no tuvimos alma hasta el año 585 en el Concilio de Macón, que por un voto se determinó que sí teníamos.
Dionisos estaría muy decepcionado de tal percepción, solo le haría falta recordar todas las orgías lésbicas bañadas en sangre que se hicieron en su honor, y cuidadito del hombre que se acercara, porque podría resultar muerto.
No ha sido fácil, no es como por arte de magia que yo esté aquí escribiendo y que mis amigas puedan estudiar y opinar. Maldigo a Aristóteles por haber dicho que las mujeres somos menos que los animales. Maldigo a cada hombre que le ha alzado la mano a una mujer. Maldigo a cada mujer que cree que nuestro lugar ha estado por siempre en la casa y sirviendo a los hombres.
El hecho de que hoy podamos usar pantalones fue alguna vez muestra de rebeldía. Sé que muchas mujeres murieron luchando por nuestros derechos, que se amarraron a ferrocarriles como protesta en contra del patriarcado. Por ellas, por su valentía, tenemos que seguir luchando.
Claramente no somos iguales a los hombres, pero eso no significa que seamos menos. Que lo diga Safo de Lesbos, Sor Juana Inés de la cruz, Marie Curie, La Pola, Virgina Wolf, Simone de Beauvoir, Nuestra Señora de Termidor, Frida Kahlo, Eva Perón, Malala, Cleopatra, Juana del Arcó, Hipatía de Alejandría, Coco Chanel, La papisa Juana y muchas más. Y si usted no conoce a alguna de ellas, felicitaciones, usted ha tenido los ojos vendados. Incluso, mujeres con intensiones oscuras marcaron la historia, como María Antonieta con su “si no tienen pan, que coman pastel” y Charlotte Corday, asesina de Jean-Paul Marat.
Hemos sido buenas y malas, las pu*** y las santas, quienes se han tocado en secreto a solas o con otras en búsqueda del placer carnal, quienes han leído literatura erótica con miedo de un matrimonio en el que podrían salir violadas, quienes han usado el veneno como su arma más preciada.
Somos un poco más libres desde que existen los métodos de planificación. Gracias condón, por desamarrarnos a los hombres.
Dicen que los tiempos han cambiado y tienen razón, pero aún sigue siendo un reto ser mujer en pleno siglo XXI, porque en Colombia, cada 13 minutos nos agreden y cada 30 nos violan, es que como dijo el exconcejal Ramón Cardona: “las mujeres son como las leyes, están para violarlas”.
No soy la primera ni la única a la que han acosado en la calle, puedo decir con total certeza que todas las mujeres que conozco se han quejado de cómo las tratan los hombres, de la inseguridad de ir solas por el mundo. Puedo dar fe de la maldición de ser mujer; una vez estaba caminando en la calle, como cualquier día normal en mi vida, y un hombre de aproximadamente 50 años pasó montando bicicleta, cuando me vio empezó a masturbase, me siguió durante dos cuadras y me dijo cosas que no quería escuchar. Lo más triste de esta historia es que un compañero me dijo que mirara el lado positivo; ¡Alguien se estaba masturbando por mí! El miedo se ha apoderado de nosotras, por sabernos solas, por no poder denunciar porque “no nos han hecho nada”, porque “pudo haber sido peor”.
Es difícil porque todavía nos da pena la menstruación, porque a los hombres les da asco y a nosotras también. No nos podemos machar y el hecho de que escondemos nuestras toallas higiénicas y tampones denota un problema.
Recuerdo que mi madre le dio un consejo a mi hermana antes de casarse, le dijo: hay que ser “Una señora en la calle, una sirvienta en la casa y una pu** en la cama”. No, ya no somos eso o al menos yo no quiero serlo. Quiero decir groserías para zafarme de lo que no se puede expresar con más palabras, quiero que un hombre me cocine de vez en cuando y me ayude a hacer aseo, quiero acostarme con quien quiero cuando la pasión arda.
No somos hombres, pero no somos menos que ellos. Claramente somos distintos, no hace falta que miremos nuestros cuerpos para darnos cuenta de la inevitable diferencia. La historia nos ha marcado unos roles y nos ha condenado a ser “el sexo débil”, no obstante, aquí estamos, luchando por nuestros derechos, abriendo las puertas del inframundo para gritar “NO MÁS”, buscando una manera de romper el hechizo de una maldición que parece ser inmortal