“El escritor también es un intruso que mira en otros rostros el reflejo de lo real para incluirlo en el discurso franco de la ficción.”
Hay una narrativa de las imágenes que la mirada sensible halla en los rostros de la calle. La cara cotidiana de la sobrevivencia se expone diariamente para que el pensamiento mire en ella la coyuntura sociopolítica de un país. ¿Quiénes se atreven a mirar sin asco, sin lástima, sin culpabilizar?
Un fotógrafo encuentra el artificio para que los rostros que resisten su existencia también se resistan al olvido. Hay caras aferradas a la idea de libertad, enfrentadas al poder con la luz del flash que ilumina la asimetría de la pobreza y la textura de la piel cansada en múltiples relieves. Son rostros sublevados ante el lente que tensionan entre la verdad y el silencio para presentarse como documento artístico o crónica social. Un fotógrafo trabaja primero con sus ojos fisgones para atrapar la cara de satisfacción de la señora que come pan rodeada de palomas en la plaza o el gesto de resignación del muchacho que viaja en el metro con audífonos, también, la cara de aburrimiento de la adolescente que hace scroll en su teléfono desde el autobús o la mirada de asco del hombre que camina rápido frente al parque de los indigentes y estos mismos indigentes que construyen su espacio privado con cartón. Un fotógrafo mira esto, y más, con cuidado para no espantar el gesto espontáneo e instintivo que quiere capturar, mira para no ser mirado con temor.
El que no es fotógrafo también mira y algunas veces, no pocas, descubre las tinieblas que lo acompañan en el rostro de los demás. El que no es fotógrafo encuentra en los otros la insatisfacción y el deseo que intenta ocultar diariamente en sus ojos y se pregunta si también en su cara la confusión es notable. El pintor responde que sí y lo demuestra en el trazo luminoso que persigue a la sombra.
El escritor también hace su tarea; es un intruso que mira en otros rostros el reflejo de lo real para incluirlo en el discurso franco de la ficción. Exponer el rostro en la cotidianidad es un riesgo doble de identidad; no ser reconocidos como queremos o que nos reconozcan sin querer. Es por ello que la mirada del rostro cotidiano teme tropezar con otras miradas, el rostro busca ser frío con la inexpresividad animal que se desprende de lo humano. El gesto de la indiferencia en el rostro que quiere mostrarse inalcanzable al otro. Sobrevivir alejándose de la interacción o de la posibilidad de comunidad porque no conocer al otro genera miedo, mirarlo es saber que no todo es visible en su imagen y esa ausencia en el campo visual ofrece un horizonte de posibilidades para elegir un sentido, esto resulta incómodo, pues, estamos educados para recibir y aceptar la certeza absoluta, esa que nunca hemos podido probar.
La exigencia de la mirada artística es tropezar con esas miradas esquivas de la rutina diaria que sobreviven a la pobreza, a la confusión, a la mismidad. Corresponde enfrentarlas con interés y propiciar una interlocución que transforme en curiosidad el miedo de mirar al otro en su miseria y sus virtudes. En un encuentro de ese tipo, las miradas perciben la confianza en la aparición espontánea de una sonrisa que en cualquier momento puede desvanecerse.
Comentar