Sí, trabajar la mentalidad es la base, no es un asunto menor, la actitud y las emociones de las personas importan y es pertinente hablar de esto… Innovar por las grietas.
Freddy Vega expone con datos en Cómo Maduro destruyó Venezuela (y qué sigue), además de la problemática relevante de Venezuela, el por qué la Democracia es la base del desarrollo en América Latina. Coincido con él en sus conclusiones, desde el estudio de otros lugares posibles de conocimiento como la ciencia política, la justicia (principios generales del derecho) y la reflexión antropológica del conflicto colombiano.
Convivir en democracia, es decir, como seres humanos dignos y ciudadanos libres; implica hacernos responsables de nuestro propio destino, de civilizar la toma de decisiones colectivas desde el respeto y la razón, de entender que la apatía política es una posición política cómplice de cualquier resultado por omisión. No basta una carta de derechos consagrada en una Constitución Política, la que sea, si mental y culturalmente no dimensionamos el costo socioeconómico de los derechos; de conquistarlos, promoverlos, ejercerlos y garantizarlos.
El estatus de igualdad política y de derecho requiere de cada individuo la convicción de ser un fin en sí mismo, la obligación de saberse relevante porque lo que hace trasciende e impacta la vida de quienes le rodean, la voluntad de hacerse cargo de su propia vida entendiendo que ningún otro ser humano – por aparente poder que tenga – cuidará mejor de cada uno de nosotros, que nosotros mismos. Algo que la economista estadounidense Diedre McCloskey explicaría desde la igualdad de permiso, la posibilidad de que cualquier persona, independientemente de su condición y características, pueda soñar y construir el proyecto de vida que mejor le parezca, lo que sea que elija sin que dañe a nadie.
“Soy porque somos”, el reconocimiento Ubuntu de comunidad, solidaridad y tejidos de vulnerabilidad que elaboran resistencia y pervivencia cultural afrodescendiente. Y así, ésta, como muchas otras culturas nativas y presentes en nuestro territorio, nos muestran cosmopercepciones que enriquecen las rutas de desarrollo sostenible que están emergiendo en países como Colombia, en la categoría de políticas de Estado, pues gobiernos de distintas corrientes políticas han comprendido este tesoro inmaterial de la humanidad presente en nuestras identidades.
La esfera pública que necesariamente convoca al acuerdo, toma sentido en la confianza de saberse parte, de sentirnos parte. La democracia solo es posible en esta dimensión del encuentro con los otros a quienes éticamente asimilamos iguales, libres y autónomos, aceptando entonces la legitimidad de los consensos mayoritarios, que a su vez suponen ser el resultado del diálogo participativo y deliberativo (como fundadora de Ágora: Laboratorio Político, sueño con que algún día practiquemos el diálogo socrático en la plaza pública).
El reconocimiento de la pluralidad y la diversidad, la complejidad misma, nos permite abrir exponencialmente el margen de oportunidades. Sin embargo, se requiere estar en la disposición mental de tolerar, de aceptar con humildad la cantidad de probabilidades de estar equivocados, de abrazar con esperanza nuevas rutas de progreso, de asimilar que quizá el problema es más profundo que una dictadura y son las creencias totalitarias. No existe raza superior entre los seres humanos, pero sí argumentos genocidas. La realidad de Venezuela nos enseña que no existen gobiernos “antiimperialistas” porque ese discurso segregacionista parte de una premisa frágil de soportar por quienes difunden esta narrativa, sin embargo, los mismos que se denominan “antiimperialistas” comandan un régimen en el que impera el crimen, capaces de asesinar, degradar, esclavizar y torturar a sus propios pueblos.
La democracia, que no es tan ideal porque está rota en nuestros imaginarios culturales que asocian lo político (que es cultural y nos corresponde a todos) con la corrupción, pero tampoco vivencial porque la mayoría de las personas no creen tener un estatus jurídico y político igual al de sus gobernantes y/o dominantes del mercado (y realmente lo padecen); es el mayor de los activos de nuestra región porque al menos institucionalmente donde persiste no se cuestiona la humanidad de quien es diferente, pese a la vigencia de las violencias. La declaración universal de los derechos humanos insinúa la humanidad en el hecho natural de nuestra especie de sentir y pensar, de razonar.
Colombia es multiétnica y biodiversa, pensar nuestros contrastes bajo esta forma de gobierno – la democracia – posibilita la convivencia cercana frente a nuestras particularidades lejanas, nos demanda una mentalidad de crecimiento donde mirar de frente, y no desde abajo, evita las aspiraciones de tiranos y confronta exterminadores. El problema de Venezuela va mucho más allá de Nicolás Maduro y su séquito de criminales de lesa humanidad, es un problema de imaginarios políticos que hoy se fuerzan a cambiar desde la movilización cívica y un liderazgo íntegro y estratégico.
Fortalezcamos juntos nuestro mindset democrático.
Comentar