Desde tiempos antiguos, pueblos enteros han querido huir de la opresión de regímenes que los instrumentalizan. Tal vez el ejemplo más conocido es la migración del pueblo judío desde Egipto hasta su tierra prometida, Israel. A lo largo de la historia y según las diversas crisis mundiales, regionales y locales, los pueblos continúan migrando. Algunos pueblos cuentan con gobiernos e instituciones atractivas, que a menudo son las que intervienen menos en las vidas privadas de la gente. Estos territorios se vuelven la estrella polar de los pueblos oprimidos, las nuevas tierras prometidas.
Se huye de la guerra, del hambre y de la inseguridad. Se huye porque todos queremos ser felices en el corto espacio-tiempo que duramos en esta tierra.
El fenómeno fue común en la Europa del siglo pasado, un territorio agobiado por guerras y conflicto, tanto internacional como nacional. El fenómeno fue tan extendido y a menudo tan poco comprendido que el presidente John F. Kennedy escribió un libro magistral sobre él, A Nation of Immigrants. Este libro destaca los aspectos positivos de la migración, algo que el pueblo norteamericano del destino manifiesto parece estar olvidando.
El turno ahora es para Latinoamérica. Y lo ha venido siendo por las dificultades que presentan las democracias aparentes, los Estados fallidos y el gatopardismo, como lo llama el ilustre profesor de relaciones internacionales José Rodríguez Iturbe, ¡Que todo cambie, para que no cambie nada! La concepción del Estado y de la democracia como un juego macabro en el que unos están arriba para su propio beneficio, y que alguien necesariamente debe estar abajo. Y bien abajo. Se erosiona así la ciudadanía y los pueblos se subdividen en grupos, a menudo enfrentados a muerte. Luego vienen otra vez las elecciones, y puede cambiar la cabeza e incluso el cuerpo, pero la relación se mantiene, unos arriba y otros abajo y combate a muerte y por todos los medios.
Pareciera increíble a primera vista que Latinoamérica aun se debata entre quienes consideran el comunismo viable(así sea con otro nombre), y quienes nunca lo han creído, esto, luego de la caída de la Unión Soviética y el muro de Berlín. Pareciera increíble que aun se debata el tema y algunos países quieran seguir el triste ejemplo de Cuba. Increíble, pero así es. Hoy tenemos regímenes de tendencia comunista en centro y sur América. Nicaragua y Venezuela para ser más específicos. Estos gobiernos han cogido países que antes de ellos tenían en mayor o menor medida, un pie en la senda del progreso. Hoy, por la ausencia de verdadera democracia y la escasez que produce atacar a los empresarios, estos países no exportan productos, sino personas. Pero no son los únicos, y la corrupción no distingue entre derecha e izquierda, por eso en Centroamérica ha sido común desde los años 80 ver a los pueblos migrando. El lugar que más movimiento tiene es el llamado “Triángulo Norte” formado por Guatemala, El Salvador y Honduras.
Comprender el fenómeno es el primer paso para enmendarlo. Identificar una crisis es una de las tareas más arduas para el analista político. Se piensa con el querer, y las cifras están sometidas a contradicción, que dicho sea de paso, puede ser una contradicción totalmente descarada, como la de la vicepresidente de Venezuela, Delcy Rodríguez, que trinó en su cuenta de twitter que las fotografías tomadas de venezolanos migrando mostraban en realidad, colombianos migrando de un “régimen paramilitar”.
Mientras en Suiza existe un debate sobre la conveniencia de dar un salario mínimo a toda la población por no hacer nada, en centro y Suramérica existen éxodos modernos, con maletas que tienen ruedas, pero éxodos a pie, caravanas a la antigua.
Se estima que de Venezuela han salido tres millones de personas. Se estima, porque el gobierno no provee cifras veraces. Recordemos que Venezuela tiene 30 millones de habitantes, o sea, el 10% ha migrado. Y la migración tiene su dinámica. Migran primero los más acaudalados y lo que otrora se llamó la intelligentsia. Luego migran los más pobres. Hoy, se dice que migran los propios chavistas.
Se estima que actualmente hay 4,1 millones de migrantes provenientes de Centroamérica, y que el 78% reside en Estados Unidos.
Es claro que una política de fronteras cerradas no va a detener la migración, es claro que este es un problema que debe ser estudiado a fondo antes de proponer soluciones simples que en realidad no son soluciones.
Medellín no es ajena al reto; se estima que más de 50 mil venezolanos viven en la ciudad. La acogida que les demos refleja lo que somos. Empezando por lo más fácil, urge el diseño de un sistema de información sobre migrantes en la ciudad. En las ciudades de Europa, así vayas de visita por más de un mes, tienes la obligación de informarle a la Alcaldía donde vas a estar y porque. En Medellín necesitamos una tecnología que nos permita saber exactamente quienes son nuestros migrantes y que necesitan.