Mi Medallo, comencemos por ahí, por el nombre del libro, tan íntimo, tan posesivo. Cuando uno empieza a trasegar por las páginas, por las historias, entiende que no sólo se trata de fútbol, sino de un territorio, de una forma de caminar las calles y de contemplar la belleza, casi siempre, desde la nostalgia.
Así es Guillermo Zuluaga, o Guillo, como nos viene a la mente a quienes somos sus amigos. Guillo camina las calles con los ojos del cronista que añora, que busca afanosamente vestigios de un pasado quizás más placentero, quizás, incluso, jamás vivido.
Porque, ¿qué rayos hace un hombre que apenas roza los cincuenta, persiguiendo a Greco en sus corridas o evocando las gambetas del Charro? Eso sólo puede ocurrirle a un viajero del tiempo, y a uno que cabalga sobre dos minotauros, el periodismo y la historia.
En su mente de romántico irracional, Guillo, seguramente, se ha tomado algunos guaros con Corbatta y Daniel Santos en el Perro Negro del viejo Guayaquil, y hasta vio volar las cien palomas en la casa del Manco Gutiérrez en Enciso.
En su mente invadida de recuerdos sublimados, tal vez, esa noche del “autogoles”, sí pudo verse con Maryori con una sonrisa alumbrando su rostro por la victoria del Rojo en el Atanasio.
Porque Guillermo Zuluaga es uno de esos cronistas de la redención universal, tan escasos hoy día, porque no persigue los premios ni los multitudinarios aplausos, sino que busca, infatigable, entenderse a sí mismo a través de sus personajes, de Su Medallo. Y, entenderse a sí mismo es también perdonarse.
Pero también es un cronista noble, que tampoco abundan, porque su narrativa es cálida y cercana, como si se tratara de un anciano sabio repartiendo abrazos.
Guillermo es un hincha del Deportivo Independiente Medellín, de los auténticos. Su amor por el Rojo es tan honesto como el de Caretorta o Pareja, como el de Luciano Villa, Darío Jaramillo o Aura Gómez.
También es el periodista, y para colmo historiador, que es capaz de desencaramarse de la cumbre emocional de su corazón y ponerse a ras de piso para observar la verdad de los hechos, para ver el alma desnuda de los personajes.
Porque Guillo ama con todas sus fuerzas, por eso escribe, pero no por ello es un iluso. Y es que esa es la cualidad que más mortifica a los escritores nostálgicos, la insoportable levedad de las cosas, la irremediable desconexión del ser con su entorno.
El DIM, que a veces pareciera un ser mitológico y revestido de epicidad, otras es tan ordinario y vulgar que no justifica el romanticismo ofrecido por sus seguidores, esos locos capaces de viajar colgados de camiones o vendiendo manillas artesanales para poder verlo en alguno de los estadios de este inmenso país.
Guillermo es consciente de ello, pero jamás se atrevería a escribir diatribas en contra de Su Medallo.
En cada una de las crónicas y elegías de su libro Mi Medallo, puede entreverse ese afán de redención del que ya hablamos. Y no de un modo fanático e irracional, sino más bien desde el mirador romántico de quien es capaz de comprenderlo todo.
Las maravillosas crónicas de este cronista noble y nostálgico, queda bellamente explicado que eso de ser hincha del Poderoso, de ser hincha de cualquier equipo, va más allá de la cancha de fútbol y de la pelota. Es algo subcutáneo, algo que palpita en el corazón, un eterno tamborileo en clave de diástole y sístole. Un aroma añejado en los rincones de nuestros hogares, un amor platónico, un recuerdo familiar, un dolor inexplicable en el estómago y, indiscutiblemente, un impulso ciego por seguir adelante, a pesar de todo, a pesar de las desgracias y decepciones…, a pesar, incluso, del equipo.
Mientras se avanza por las crónicas de Guillermo, en las de Mi Medallo o en las incontables que ha escrito para El Espectador, El Tiempo y otros medios, es imposible no sentir ese escalofrío en la piel que nos recuerda lo humanos que somos.
En cada párrafo aflora la pasión y en sentimiento y, otra vez, la redención de todos los mortales. Guillermo es protagonista, testigo, observador, pensador y caminante. No teme sentarse a la mesa de un polémico Presidente para luego acompañar a un barrista acérrimo en sus alucinantes epopeyas. Y todo con una fina pluma cargada con esa tinta de lágrimas y sudor, porque jamás habrá una mejor pluma que aquella con la que escribe el cronista noble, redentor y nostálgico.
Es la segunda edición de este libro de las entrañas que vio la luz de la imprenta hace más de diez años. Y como era de esperarse, trae como valor agregado nuevas historias alrededor de la casaca escarlata. Una sobre Germán Cano que es casi como un sueño libido del cronista; otra que es un homenaje en vida al ídolo más entrañable del Rojo: David González; otra con el macondiano presidente Raúl Giraldo y, por supuesto, dos elegantes preámbulos de Wbéimar Muñoz Ceballos y Juan Manuel Uribe, un gran historiador que enaltece a Guillermo como un brillante escritor de fútbol, y no es para menos, pues Guillermo Zuluaga se ha convertido en consumado abastecedor de los anaqueles de la “fútbol-teca” colombiana.
Viajar por Mi Medallo, el Medallo de Guillo, es dejarse llevar por la historia mínima de un montón de personajes bellos, quizás locos; y por los senderos de un mundo que parece inventado, pero que es tan real como el zurdazo de Mao, los golazos de Cano o las atajadas de David.
Gracias Guillermo.
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