Mi hermana (de otra madre) nació en España así que cuando mi madre me dijo que no era española me quedé perplejo. A diferencia de mi, ella necesita tener los papeles en regla si no quiere ser ilegal y eso es indignante.
Cualquiera que lea estas primeras líneas puede pensar, o bien que no le interesa o bien que le interesa, comparte mi perplejidad y se pregunta por qué es de interés general. Pues bien, traigo aquí el caso de mi hermana porque día a día me refuerzo en mis ideales. Unos ideales que hablan de la ausencia de barreras entre países más allá de las administrativas, de la libre circulación de personas frente a la trata de personas que todavía vivimos y, por supuesto, del trato igual entre personas.
Con el crecimiento económico en España, la inmigración creció. La cantidad de personas que venían en búsqueda “del sueño” aumentó rápidamente y, entonces, la mano de obra barata “venía bien”. Ahora, las cosas han cambiado. El inmigrante se ha convertido en un problema y peligrosas mentalidades se están asentando en el subconsciente de parte de la ciudadanía española. No sólo eso, el Gobierno se adapta al clima y adopta una postura peligrosa. En los últimos días hemos visto como el Ministerio de Interior ha adoptado como política pública la volver a instalar cuchillas en la frontera con Marruecos. Os preguntaréis por qué destaco la palabra “volver”. Lo hago por que denota un paso atrás y, además, muestra una forma de concebir la inmigración: como un peligro del que protegerse. La última frase de este artículo creo que debe de relacionarse con esto último dicho.
A veces me estremezco. Pienso en mi hermana siendo arrestada y me retuerzo. A menudo se me sobrecoge el alma al pensar que fuimos nosotros los que creamos esas cárceles llamadas Centro de Internamiento de Extranjero (CIE). Ciertamente se cometen errores y la lectora nos perdonará por ello. El propio partido, con su lentísima estructura, está tratando de movilizar su enorme cuerpo de gigante, dar la vuelta hacia su público (nosotros) y balbucear un simple pero necesario “lo siento”, un inicio para el cambio. Mi “jefe político” (y creedme que tengo pocos jefes) en la Secretaría de Integración, Wilson Ferrús, desde un primer momento me dejó claro qué opinaba al respecto: los CIEs se han convertido en cárceles, cometimos un grave error y es esencial reorientarlos. Estos centros no pueden convertirse en cárceles por una sencilla razón: no encierran delincuentes. El hecho de tratar como delincuente a alguien que no ha cometido ningún delito va, en sí mismo, contra los derechos humanos. Lo que en teoría son centros de retención administrativa, en la práctica son cárceles en las que se llega a practicar el abuso ¡y esos es intolerable! La teoría ha de traerse a la práctica, se han de abrir las puertas de estos sitios, que corra el aire y la corrupción salga; que sean, en definitiva, una instancia administrativa de retención temporal, y con vías a la regularización, de la persona indocumentada. Que opine que las políticas de regularización deberían hacer muchísimo más por regularizar de lo que hacen daría para otro artículo.
En sociedad, acostumbramos a poner barreras a la propiedad. Barreras que tratan de proteger nuestros bienes del ajeno por medio de, por ejemplo, cuchillas en las vallas de nuestros jardines porque lo consideramos peligroso ya que viene o a robar o matar. A los perros se les pone collares de pinchos cuando se les quiere adiestrar y mostrar lo que se puede o lo que no se puede hacer. Hoy, a España, vuelven los collares de pinchos contra el inmigrante peligroso que viene o a robar o a matar. Seamos conscientes.
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