“México pasó en el siglo XIX de una colonia a un imperio; luego una república y después a la intentona de restablecer nuevamente un imperio europeo con la llegada de Maximilano de Habsburgo.”
México celebra todos los 15 y 16 de septiembre el inicio de su independencia. Un proceso histórico que culminó con la creación de una nación nueva que desde que vio la luz, ha estado llena de dudas sobre su identidad y la posibilidad de dirigir su propio destino, lejos de la influencia de las grandes potencias.
Todo comenzó la madrugada del 16 de septiembre de 1810, cuando el cura Miguel Hidalgo y Costilla convocó al pueblo de Dolores Hidalgo, a través del repique de las campanas de su iglesia, a levantarse en armas en contra del dominio de los españoles.
Después de 11 largos años, con una sucesión casi interminable en el liderazgo de los grupos rebeldes y con un cambio sustancial en sus objetivos, ideologías y necesidades, finalmente el 27 de septiembre de 1821 se da por concluida esta lucha con la entrada triunfal del Ejército Trigarante a la Ciudad de México, encabezado por Agustín de Iturbide y Vicente Guerrero.
Así, el llamado de un cura a levantarse en armas es lo que celebramos los mexicanos, y no la consumación de la Independencia nacional del “yugo español”.
En la celebración de los 211 años del Grito de Independencia, el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, aseguró que todo esto tiene una razón y responde a los ideales tanto de Hidalgo, que es el iniciador y como de Iturbide, que es el que la concluye.
“Por esas singularidades de nuestra historia, la fecha que más celebra el pueblo de México es la del inicio, la del Grito y no la de la consumación de la Independencia nacional”, señaló el mandatario.
Y agregó: “A los mexicanos nos importa más el iniciador, el cura Hidalgo, que Iturbide, el consumador, porque el cura era defensor del pueblo raso y el general realista representaba a la élite, a los de arriba, y solo buscaba ponerse la diadema imperial”.
Esa famosa madrugada en que sonaron las campanas del pueblo de Dolores Hidalgo para levantarse en armas, nadie sabía qué iba a pasar. Pero cuando se firmó el Acta de Independencia el 28 de septiembre de 1821, tampoco se sabía que iba a pasar con la nueva nación y con su gente.
En esa acta se establece que México sería reconocido como Imperio con Agustín de Iturbide como emperador, algo que de alguna manera imitaba la forma de gobierno de la corona española. Pero con la caída del “emperador” en 1823, el acta fue renovada y en lugar de decir “Imperio”, se estableció el término “República”.
Con estas contradicciones de origen, México pasó en el siglo XIX de una colonia a un imperio; luego una república y después a la intentona de restablecer un imperio europeo con la llegada de Maximilano de Habsburgo, entre 1864 y 867.
Llegó después la lucha entre liberales y conservadores, para dar paso al restablecimiento de una nueva república con Benito Juárez y en medio de esto, las invasiones militares de los franceses y estadounidenses por deudas y conflictos diplomáticos.
Cuando la situación tomaba un orden y un ritmo más cercano a la creación de un Estado sólido, surge la figura de Porfirio Díaz, que en la primera década del siglo XX pasó de ser un presidente democrático a crear toda una dictadura personal, hasta que en 1910 la Revolución Mexicana terminó con su mandato.
Luego vendría una lucha constante entre las facciones revolucionarias por hacerse del poder, hasta que de la mano del general Lázaro Cárdenas, se logró institucionalizar a estos grupos, reordenar las cúpulas militares, aglomerar los sectores populares en sindicatos y así, comenzar una nueva era.
De esta manera los gobiernos post revolucionarios poco a poco fueron dando forma a una estructura de Estado autoritario, que su peso recaía en la figura del presidente pero que estaba sostenida por un partido político (el Partido Revolucionario Institucional, PRI) que permaneció en el poder por 70 años sin que nadie lo pudiera mover.
Es decir, la lucha de Independencia derivada por el poco espacio que tenían los no españoles para ocupar cargos en el poder, se repetía pero ahora con un partido que dominó por completo todo el escenario político.
A finales del siglo XX, el mundo cambió y obligó a México y a su oligarquía a ajustarse al nuevo modelo democrático. Así surgió lo que han llamado la “transición democrática” que justo en el año 2000, llevó a un nuevo partido político (el PAN, Partido Acción Nacional) a la presidencia.
Y ahora justo estamos en eso que algunos llaman la “transformación democrática”, con diversos partidos controlando los gobiernos y los congresos locales; y que cuentan con mayor representación en el ámbito legislativo a nivel nacional.
Pero lo cierto, es que a pesar de todos estos cambios en la escena política -algunos positivos y otros no tanto-, los mexicanos aún no logramos tener instituciones completamente confiables ni gobiernos que sean totalmente responsables con las necesidades de la sociedad.
Los políticos siguen creyendo más en los placeres del poder que en servir a las personas. Actúan y buscan sus beneficios propios y se apoderan de los puestos de elección popular avalados por el sistema. Es decir, no permiten que otros que no pertenecen a la élite política, puedan ser parte de ese privilegiado grupo.
Pareciera que así como pasó con la Independencia, la Reforma, el Porfiriato, la Revolución Mexicana y la época de la “dictadura perfecta” del PRI; ahora con la democracia, las élites se han adaptado a las exigencias de la época para no perder sus privilegios y seguir en la parte más alta de la escala social.
Pero en todos estos cambios históricos, políticos y sociales que ha vivido México, han prevaleciendo dos constantes: la pobreza y la corrupción.
Podremos celebrar una fecha especial por el nacimiento de nuestra nación, pero la fiesta será mucho más justa cuando se celebre el fin de estos dos males. Lo triste es que esto parece un sueño romántico que tal vez nunca sucederá.
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