No soy ingenuo o me gusta pecar de optimismo, la salida negociada al conflicto pasa por horas bajas, la estrategia de la Paz Total -el alma y nervio de un Gobierno que lucha con los dientes para dejar un legado- naufraga en las farragosas aguas de la incertidumbre. No es claro a qué punto llegarán los procesos de negociación política o de diálogo sociojurídico que se vienen adelantando en nueve frentes, o si el día de mañana la sociedad civil se activará masivamente para rodear la búsqueda de la paz. La realidad es que hay cansancio, agotamiento y hastío.
Y aunque el presidente Petro despidió el 2024 afirmando que “El fin de la guerra, es el propósito nacional para el 2025″, todo parece indicar, tras un arranque de año turbulento, que, a contrario sensu, el 2025 será el año en el cual la Paz Total hará aguas quedando reducida a su mínima expresión, ya sea con un progresivo efecto dominó -empezando con la enésima suspensión del proceso con el ELN-, o logrando, en lo inmediato, acuerdos de desescalamiento, pero sin una estrategia clara para propiciar las condiciones suficientes para el fin del conflicto.
Sin embargo, el conflicto social y armado al concluir el Gobierno Petro no podrá ser leído o analizado a partir de los enfoques tradicionales, es más, desde la salida de las FARC hacia finales de 2016 el conflicto se transformó, convirtiéndose en una confrontación multisectorial altamente territorializada, cada vez más permeada por las condiciones inciertas de la geopolítica regional -¡Venezuela, Venezuela, Venezuela!- y mundial, la influencia atemperante y opaca del crimen transnacional, y la despolitización de los actores armados en disputa.
Y en medio se encuentra un pueblo que no ha encontrado su lugar en la estrategia de negociación más ambiciosa de la historia reciente, y así los voceros del Gobierno afirmen hasta el cansancio que los procesos de la Paz Total se sustentan en instancias de participación, comités o grupos de impulso, no tiene sentido engañarse: el pueblo expresado en una persistente movilización de la sociedad civil no ha sido un factor clave o decisivo para oxigenar la salida negociada.
No se ven grandes marchas o concentraciones que presionen a todos los actores a no pararse de las mesas o cuando menos a encontrar alternativas en medio de las sucesivas crisis, claro que en los territorios azotados por el conflicto las comunidades se expresan y se movilizan, claman para que se respete la vida de sus líderes y los saquen de la confrontación, pero en las grandes urbes, en las ciudades que en el 2019 y el 2021 le enviaron desde las calles un mensaje contundente al establishment, la movilización por la defensa de la paz ha quedado rezagada al ecosistema pro-paz que nació o se reactivó en el proceso de La Habana.
Algo que también debe llevar a preguntarnos sobre el rol de la sociedad ante un conflicto que se transformó, lo que implica, desde un ánimo propositivo, plantear nuevos agendamientos ciudadanos o cualificar las capacidades de incidencia, porque sin un pueblo activado no hay paz posible, o, si nos gana la frustración, considerar que ante la criminalización exacerbada el pueblo se encuentra atado de manos, dependiente de la voluntad del Gobierno de turno -con políticas de paz que tienen fecha de caducidad- o del estado anímico de los actores armados. Vaya panorama.
Sería la profundización de una fractura social que erosiona el sentimiento colectivo de solidaridad, la búsqueda de la paz y la unidad de propósitos.
Y ciertamente no se trata de salir a defender un Gobierno o su deficitaria política de paz, es emplazar como sociedad por la defensa de la vida, por el respeto a la integridad de quienes dejaron las armas y avanzan en procesos de reincorporación, por la posibilidad de construir consensos políticos o sociales en medio de las diferencias. Se necesita de un pueblo movilizado, exigiendo, asumiéndose como el principal garante, plenamente convencido de que la paz es un propósito nacional permanente, no solo la promesa navideña de un presidente que empieza a padecer de la clásica soledad del poder.
Comprendo el agotamiento, el cansancio y el hastío, porque también lo siento y no suelo caer en dilemas ilusorios, la situación no es la mejor, estamos en horas bajas, pero mi convencimiento es monolítico: si no le metemos pueblo a la búsqueda de la paz, será el pueblo el que padecerá cada vez más y más los rigores del conflicto. Hoy es el Catatumbo, ¿y mañana?
Y nunca he creído que estemos condenados a matarnos, o si ese es el caso, pues me niego radicalmente a aceptarlo.
*En el portal Isegoría se puede encontrar una serie de columnas, boletines, documentos académicos, y reportajes periodísticos relacionados con el proceso de diálogo con el ELN y con la política de paz. Esta información se puede consultar en https://isegoria.udea.edu.co/
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