“Se comunica a la población, que a partir de la fecha, el país se encuentra bajo el control operacional de la Junta Militar. Se recomienda a todos los habitantes el estricto acatamiento a las disposiciones y directivas que emanen de autoridad militar, de seguridad o policial. Así como extremar el cuidado en evitar acciones y actitudes, individuales o de grupo, que puedan exigir la intervención drástica del personal de operaciones”.
Con esta orden se despertó Argentina el 24 de marzo de 1976. Ese día la Junta Militar, encabezada por Jorge Rafael Videla (comandante del Ejército), Emilio Eduardo Massera (comandante de la Armada) y Orlando Ramón Agosti (comandante de la Fuerza Aérea), derrocó al gobierno constitucional de María Estela Martínez de Perón, conocida como Isabelita y viuda del presidente Juan Domingo Perón.
Desde ese momento y hasta el 10 de diciembre de 1983, los militares impusieron un gobierno cívico-militar denominado “Proceso de Reorganización Nacional”. Durante siete años ejercieron todo tipo de vejaciones, como asesinatos, detenciones forzadas y robo de niños. Además, alrededor de 30.000 personas fueron desaparecidas, según cálculos hechos por organizaciones de derechos humanos como la Asociación Madres de Plaza de Mayo.
La censura fue una de las armas que usaron los militares para intimidar a la población, y la cultura no se escapó de ella. Quemas de libros, prohibición de películas y cierres de exposiciones estuvieron a la orden del día, mientras que artistas, cineastas, escritores, periodistas y poetas fueron asesinados, desaparecidos o partieron al exilio. La música también fue perseguida y los militares, con lista en mano, iban hasta las emisoras para prohibir las canciones que consideraban “peligrosas” o “subversivas”.
El cancionero prohibido por los militares incluía canciones de artistas de música folclórica como Atahualpa Yupanqui, Horacio Guarany o Mercedes Sosa. También de Charly García, León Gieco, Luis Alberto Spinetta y otros exponentes del rock argentino, así como agrupaciones extranjeras de la talla de Pink Floyd y Queen. El tango y la música romántica tampoco huyeron de la censura y en las listas negras de la Junta aparecían canciones de Astor Piazzolla, Carlos Gardel, Camilo Sesto y Sandro. La paranoia de los militares hizo creerles que un acto tan cotidiano como escuchar música era una rebelión a su régimen de terror. Aun así, los argentinos no se dejaron amedrentar con este silencio forzoso, y los artistas se valieron de su ingenio para cantar lo que pasaba en aquellos años aciagos.
Hoy se conmemoran los 40 años del fatídico golpe, y cinco días antes me contacté con el periodista y profesor argentino Roberto Herrscher para conversar sobre estas melodías prohibidas.
Roberto nació en Buenos Aires en 1962. Es Licenciado en Sociología de la Universidad de Buenos Aires y Master en Periodismo de Columbia University. Fue reportero y editor en el Buenos Aires Herald, la agencia de noticias IPS y las revistas Hombres de Maíz y Lateral. Autor de los libros Los viajes del Penélope (2007), Periodismo narrativo (2009) y El arte de escuchar. Viajes por la música clásica (2015). Sus crónicas, perfiles y reportajes han sido publicados en Gatopardo, Etiqueta Negra, Página 12 y otras publicaciones. Actualmente dirige el Master en Periodismo BCN_NY, organizado por IL3-Universidad de Barcelona y la Universidad de Columbia en Nueva York, y es corresponsal en España de la revista Opera News.
Sin más preámbulos, aquí comienza la primera parte de esta conversación que sostuve por correo electrónico con Roberto Herrscher, en la que él evocó las canciones y los músicos que le hicieron frente al horror.
Primero quiero que me hable un poco de usted, Roberto. De su trabajo como periodista y profesor, de sus gustos musicales y el tipo de historias que le gusta escribir.
Brevemente: tengo dos vocaciones, una es el periodismo, pensar historias para escribir, viajar, entrevistar, escribir, editarme; la otra es enseñar. Dentro del periodismo, uno de los temas de los que vengo escribiendo hace tiempo, pero sobre todo desde que llegué a Barcelona en 1998, es la música clásica. Me gustan varios tipos de música: tengo una relación intensa, personal y emotiva con la música popular de mi país: el folklore argentino, el tango; también con el jazz, tal vez más cerebral con el cool jazz desde Charlie Parker y Miles Davis, y más desde la alegría pura con el hot jazz de Louis Armstrong y Benny Goodman. Y me gusta el rock, sobre todo el rock sinfónico de los setenta y ochenta. Me gusta escribir historias de la gente. Escribo sobre situaciones de pobreza e injusticia, parte de lo que escribo tiene un elemento de denuncia. Pero también me gusta mucho escribir de música, de músicos, de la experiencia de lo que nos pasa en relación con la música.
Ahora, quiero pedirle que se traslade al 24 de marzo de 1976. Ese día los militares se tomaron el poder en Argentina. Muchas personas se sorprendieron con el golpe de Estado, pero otras se lo esperaban ¿Cómo vivió usted ese momento?
Yo tenía 13 años. Acababa de entrar al secundario. Esa misma semana fue mi primera semana de clases. Es difícil pensar en qué pensaba yo entonces, cuando no sabía, cuando era casi un niño. Sí recuerdo que en mi casa y en el colegio se decía que vendría un golpe de estado. En mi país hubo golpes continuos, desde 1930, cada 5 o 10 años. Era común, y la forma de terminar con un gobierno que muchos veían como inoperante era la llegada de los militares. Lo que no esperaban, y fueron sabiendo sobre la marcha, fue que ese era un golpe distinto: no quería quitar a unos para poner a otros, tenían un plan político, económico, y de extermino que llevó a que mataran decenas de miles de personas en un par de años.
¿Hasta qué punto la dictadura afectó la cotidianidad de su país y también la suya?
Lo afectó todo. Yo me pasé la adolescencia bajo estado de sitio. Instauró el miedo, que ya existía porque había mucha violencia antes, pero esta vez las desapariciones eran el horror a lo no sabido: eran rumores. Y nadie sabía por qué se los llevaban, qué habían hecho. Un régimen de terror. Yo crecí con mis padres y profesores enseñándome a callar, a no preguntar, a no saber, a no cuestionar. Es la dictadura metida en tu cabeza. La autocensura. Y los militares controlaban todas las esferas del poder, desde la educación hasta los medios. La economía, eso sí, era “liberal”: estaba en manos de empresarios que usaban el Estado para servir a sus intereses.
Aunque la Junta Militar negó la censura, esta estaba latente y la cultura fue uno de sus blancos ¿Cuáles fueron los motivos para censurarla?
Por un lado, borrar a los revolucionarios, a los rebeldes, a los protestones, a los denunciantes. La censura de libros, canciones, películas era la parte suave del otro borrar: desaparecieron escritores como Haroldo Conti o Rodolfo Walsh. Más de cien periodistas. Muchos tuvieron que exiliarse. Censuraban lo que llamaban el discurso “antiargentino”, que era el contrario a su forma de ver el país y el mundo: la moral más conservadora, la sumisión al poder, el silencio sobre los crímenes de la pobreza y la opresión de las clases sumergidas.
Cuando la Junta Militar se tomó el poder desmanteló emisoras y publicó comunicados con los nombres de los artistas “prohibidos” o “sospechosos”. Incluso, presionó a varias casas disqueras para que no los grabaran ¿Podría hablarme al respecto y de otras formas de censura ejercidas por la Junta?
El libro de Sergio Pujol “Rock y dictadura” es una investigación profunda sobre esto. Ahí está el relato de cómo lo hicieron, y por qué. Los músicos debían pasar las letras de sus canciones por la censura, que en muchos casos ejercían civiles al servicio de los militares. Siempre hay gente con vocación de censor, de inquisidor. Solo puedo agregar mi recuerdo de cuartos de jóvenes llenos de humo escuchando discos y casetes, y que para escuchar a Charly García, a Joan Manuel Serrat, a Silvio Rodríguez cerrábamos la ventana. No se sabía cuál vecino te podía delatar. Sentíamos la censura de escuchar, además de la más directa de los creadores para hacer su música. Escuchábamos en secreto. Nos copiábamos casetes de los discos y no les poníamos etiqueta, para que no se supiera qué estábamos escuchando. Todos estábamos sujetos a la censura.
Para Sergio Pujol, autor del libro Rock y dictadura, ya había censura antes del golpe del 76. Citó algunos ejemplos, como la prohibición, en 1933, de pasar por radio canciones que utilizaran el lunfardo ¿Qué opina usted al respecto?
La censura existió siempre. En la Italia del siglo XIX se censuraban los libretos de óperas. Verdi no pudo hacer su Rigoletto como él quería, como estaba en la novela de Víctor Hugo en la que se basó: la censura no dejó que el malo fuera un rey, y lo transformaron en Duque de Mantua. En su Un baile de máscaras, al rey que terminan asesinando lo transforman en gobernador de Boston. El poder siempre quiso controlar el discurso de los creadores populares, porque saben de su poder. Hay un libro reciente, “33 revoluciones por minuto”, de Dorian Lynskey, que cuenta la historia de las revueltas y rebeldías del siglo XX en 33 canciones de protesta. Y prácticamente cada una de ellas se tuvo que enfrentar a la censura y los intentos de no difundirlas, de acallar esas voces. Lo del lunfardo tiene que ver con un intento de “educar” al pueblo, impidiendo que se divulguen canciones que usan el habla popular, coloquial, la forma en que habla el pueblo. Es la lucha permanente entre la música “elitista” y la popular, el intento del poder por controlar a las masas imponiéndoles su propia cultura. Hay muchos libros al respecto.
¿Qué canciones y cuáles artistas recuerda usted que fueron prohibidos por la Junta Militar? ¿Cómo reaccionaban usted y la gente ante esas prohibiciones?
Pujol habla mucho y con mucha documentación de la censura al rock. Yo me acuerdo más, porque era la música que escuchaba más en esa época, del folklore, la canción de protesta. Mercedes Sosa tuvo que salir al exilio porque estaba amenazada de muerte. Serrat no pudo venir hasta el fin de la dictadura. A Víctor Jara lo asesinó la dictadura chilena. Una canción que para mí fue símbolo de esa época es “Me gustan los estudiantes”, de Violeta Parra. Yo tenía el gran disco de Mercedes Sosa dedicado a Parra, y la cantábamos. Nos veíamos reflejados en esa imagen romántica del estudiante rebelde. Y también escuchábamos mucho Sui Generis y Serú Girán. Entendíamos en las letras de Charly esa rebeldía expresada entre líneas. Las metáforas que los censores eran demasiado brutos para entender.
El dato: Escuche aquí un fragmento de La mañana, programa radial del periodista uruguayo Víctor Hugo Morales, que en 2008 reconstruyó los sucesos del 24 de marzo de 1976.
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