Luis XIV rey de Francia durante 72 años, fue quizá uno de los mayores ególatras de la historia, y su influencia fue tal, que su época (1638-1715) se ha denominado el siglo de Luis XIV. El rey sol (como humildemente se hacía llamar), acuñó la famosa frase L’État, c’est moi, (el Estado soy yo) tópico comúnmente utilizado para referirse a la reducción del poder a una sola persona, y que sintetiza no solo un individuo, sino un modelo y una línea: el absolutismo, el culto a la personalidad y la egolatría.
La sencillez y los buenos modales no han sido precisamente una característica de los hombres poderosos; basta dar una mirada a los emperadores romanos, a los dictadores de las repúblicas bananeras latinoamericanas o a la Unión Soviética estalinista para encontrar ejemplos de megalómanos enfermizos.
Casos más recientes los encontramos distribuidos por todo el orbe, en la Turkmenistán de Saparmurat Niyazov, quien gobernó el país durante 21 años; en su gobierno no solo se cambió el nombre de los meses del año por los nombres de sus familiares, (cual si fuese la revolución francesa), sino que mandó construir sendas estatuas de sí mismo bañadas en oro y distribuidas en la capital: Asjabad.
En la Corea de Kim Jong-il sus allegados afirmaban que su majestad tenía un ejército de esclavas sexuales y gastaba 700.000 dólares al año en coñac[1] y en la Uganda de Idi Amin, personaje siniestro que practicaba el canibalismo, estuvo ocho años en el poder y se autodenominaba “Señor de todas las bestias de la tierra y peces en el mar”. El poder convierte en monstruos narcisistas a los hombres más sensatos, el poder sublima el alter ego de las mentes enfermas. Pero el poder necesita de un pueblo cómplice, postrado y dispuesto para poder subsistir.
La megalomanía es una especie de delirio que según teóricos de la psiquiatría y el psicoanálisis se gesta en la niñez, concretamente como mecanismo de defensa y de formación reactiva. Es una especie de delirio de grandeza llevado al extremo; un trastorno mental ligado al periodo anal expulsivo. El megalómano es rocambolesco, proyecta en el horizonte una sombra alargada cual si fuese su propio ego, considera a los demás, satélites de su luz incandescente.
Otra forma de megalomanía cuya aproximación teórica concierne al terreno de lo filosófico y lo político es el culto a la personalidad, este término fue utilizado en primera instancia por Nikita Kruschev, ex secretario del Comité Central del Partido Comunista y presidente del Consejo de Ministros de la Unión Soviética entre 1953 y 1964, para definir la adoración excesiva hacia un caudillo o líder carismático. Según el diccionario soviético de filosofía (1965) El culto a la personalidad es:
“la ciega inclinación ante la autoridad de algún personaje, ponderación excesiva de sus méritos reales, conversión del nombre de una personalidad histórica en un fetiche. La base teórica del culto a la personalidad radica en la concepción idealista de la historia, según la cual el curso de esta última no es determinado por la acción de las masas del pueblo, sino por los deseos y la voluntad de los grandes hombres[2]”
En este concepto se fusionan otros términos, la adulación y la lambonería: en el culto a la persona nacen los ídolos y los fanáticos, los amos y los siervos; en palabras coloquiales, los enfermos y los bobos. Los primeros como deus ex machina, enviados divinos, todopoderosos; los segundos ciegos y esclavos de su propia sumisión.
En nuestro idiosincrático bestiario político pululan los lisonjeros, lamesuelas, sobasacos, zalameros, lagartos, chupamedias, pero tampoco son pocos los pretenciosos, reyezuelos, arrogantes y farabutes. Es una simbiosis necesaria para que reinen en total armonía la impunidad y la corrupción.
Colombia es en sí misma una inmensa alfombra roja donde se pelan las rodillas no pocos súbditos, inclinados a los emperadores de quinta. Los polémicos empresarios y los morenazis criollos, los oradores de la demagogia y la verborrea conservadurista, obsoletos y patéticos sí, pero también poderosos y maniqueístas, gracias – claro está– a su fiel audiencia y a su inquebrantable fervor popular.
Ahora que en el firmamento político colombiano “nace una nueva estrella”, ad portas de ser presidente, guiado por un anciano ciclotímico con cardiomegalia[3] (como si en vez de astros sin luz propia, no abundaran también agujeros negros en su partido) es imperativo, revisar en la historia los grandes egos políticos y económicos que han gobernado esta patria boba y las consecuencias de su fiebre.
A esta nueva clase dirigente chic, light, y buena onda que escala peldaños a lametazo limpio pertenecen ciertos delfines, hijos y nietos de expresidentes; pero también (tristemente) hijos de personas honestas que dieron su vida por ideales políticos y cuyos hijos ingratos y soberbios vendieron su alma al peor postor, párvulos maleducados que probablemente lo tuvieron todo, menos una buena reprimenda, todo menos un poco de humanidad. Adolescentes tardíos de apellido Lara, Duque o Galán que sirven a rancios hampones de apellidos Lleras o Uribe, monicongos dispuestos a todo por una rebanada de poder.
Fuentes:
[1] Tomado de: http://www.abc.es/internacional/20130613/abci-secretos-jong-201306071546.html
[2] Culto a la personalidad Diccionario soviético de filosofía, Ediciones Pueblos Unidos, Montevideo 1965, páginas 97-98
[3] Corazón grande