Nací con ese virus que nacemos varios, casi todos en Medellín, de amar desmesuradamente ese pedacito de la Tierra. Algo debe tener el aire o el agua que se encajona en ese valle. Además, hace cuatro años vivo lejos, y amor de lejos de pendejos, pero más intenso también. Vivo con Medellín en la retina, y por eso, aunque me cuesta, aquí le escribo:
Va, en tres partes, algunas impresiones de Medellín desde acá. Es un poco irresponsable de mi parte porque un lugar lo hacen los que lo viven, y uno hablar desde afuera es ser simple espectador de lo que va pasando y alcanza a seguir, mezclando impotencia, nostalgia e idealizaciones…
- Los discursos
Por estar lejos, una de las cosas que más me impactan son los discursos sobre Medellín. Dentro de un escenario colombiano en general que se ha ido abriendo más y más al turismo regional, Medellín es hoy una ciudad insigne en Latinoamérica en cuestiones de urbanismo, temas y eventos de ciudad. Pero eso se debe mucho más a los discursos y al lobby mediático que a otras cosas. Los generados allí primeramente, a modo de marketing y los que como catarsis, se van generando afuera, siendo estos últimos especialmente ingenuos, vistos por alguien que ha vivido y recorrido Medellín.
Acá en Brasil, hace un tiempo no muy lejano, decir Medellín era casi lo mismo que decir nada, y acto seguido seguía la pregunta de los más atrevidos: de si eso era la capital de algún país que hiciera frontera con Brasil. Lo pongo al límite, pero no me crean exagerada. El discurso que se genera acá es el eco del discurso que se genera ahí, de forma intencional. En este septiembre que acaba de pasar, conté en el periódico local tres reportajes sobre Medellín, además de otro par a principios de año, todos muy positivos, casi deslumbrados, de un lugar que “nasce ante el mundo, jamás visto”. De una Medellín pujante, innovadora…
Además, con su acento paisa aprendido, llegó Pablo Escobar en piel de Wagner Moura de la serie gringa Narcos – sospecho que hecha especialmente para brasileños – y a los discursos anteriores se le sumó este: cinematográfico, explosivo, impresionante. Y pegó mucho, ahora la gente viene y pregunta por su propia cuenta como así que eso fue así, y uno arranca pacientemente a explicar, hasta que en cierto momento empieza incluso a dudar de que fuera posible que uno hubiera nacido en semejante caos.
No negaré que Medellín tuvo su tiempo de historia muy negra y dañina para la gente y que poco a poco se ha ido superando en algunos sentidos, no tanto en otros, y que en buena medida nos ha ido quedando bien maquilladita y con edificios bacancitos la bella villa. Y que todos, aun los feos, lucen entre esas montañas verdes. Pero tampoco creo que esos capítulos, de los que sabemos mucho menos de lo que deberíamos, sean ajenos a la idiosincrasia de la ciudad, de aquellos tiempos y de ahora.
Pero que no me cuenten cuentos. Lo que de verdad gusta de Medellín no ha cambiado tanto, y sobretodo no es como dicen los reporteros brasileños que van al Lleras y se deslumbran: que es otra ciudad completamente distinta a lo que fue. Cada que leo eso me quedo imaginando, con cierta burla, con qué idea llegarán a la ciudad. Y claro, lo que encuentran es vida, gente contenta, color, gente que hace las cosas con gusto, rutinas, encuentran en últimas que allí podrían vivir, y que ese lugar que no les decía nada o les daba susto, es mucho más familiar de lo que pensaron en toda su vida. Y vuelven anonadados, embobados, boquiabiertos.
Ese asombro viene de que se les hace muy raro encontrar gente que quiera tanto el lugar donde vive. Eso es raro, por acá. Obviamente el discurso interno respalda todo eso, y también me desespera que se hable ahí de una “Nueva Medellín” eso siempre me suena a que debemos botar todo lo que hay hasta ahora y empezar de nuevo. ¡Peligro! En temas de ciudad, y sobre todo de ciudadanía, todo son procesos. No discursos, no marketing, no fotos de un momento. Y la esencia de un lugar la construye la forma como la gente vive esos procesos. No podemos hablar de una Medellín que no existía antes, surgida de la nada, y si, hablar de una Medellín que lleva dentro su historia, y que va siendo capaz de transformarla, desde las administraciones también, pero sobre todo, desde cada uno que se diga habitante de Medellín, y en los procesos, a pesar de todos los discursos, nos falta mucho. Es verdad que hoy hay tranvía, metro, metrocable, parques biblioteca y otro montón de cosas, pero la procesión va por dentro, y si hoy encantamos tanto a los de afuera es porque hoy nos vienen a ver, no porque de una década a otra hayamos cambiado drásticamente, para bien o para mal. Creería, sin mucho margen de error, que si esos reporteros hubieran ido hace una o dos décadas hubieran salido tan bien impresionadas como escriben hoy. Por una buena impresión de esas, en plenos años 80, es que existo yo.
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