“Porque el poder de decidir sobre el futuro de nuestra gente no puede seguir siendo monopolio de unos pocos. Es hora de que la democracia deje de ser un discurso y se convierta en una práctica. ¡Es hora de que el pueblo mande! ¡Es hora de que las palabras se conviertan en acción!”
El próximo primero de mayo no será un día cualquiera. Mientras las plazas de muchas ciudades se llenan de pancartas, consignas y banderas, en la Plaza de Bolívar habrá algo más: un llamado urgente a la acción directa. El presidente Gustavo Petro ha anunciado que ese día radicará ante el Senado las 12 preguntas que conformarán una consulta popular. Este movimiento, que podría convertirse en un hito político, también enfrenta un obstáculo mayúsculo: un Congreso que parece más interesado en mantener sus privilegios que en escuchar el clamor de quienes llenan las calles.
Esta consulta no es solo una lista de preguntas, es un grito colectivo que busca rescatar las ideas de la reforma laboral tumbada por el Congreso. Una reforma que, en esencia, no es del gobierno, sino del pueblo. De los trabajadores y trabajadoras, de los campesinos, de los estudiantes, de quienes han alzado su voz históricamente, especialmente cada primero de mayo, exigiendo condiciones laborales dignas y un futuro más justo. ¿Cómo olvidar las luchas de la MANE en 2011 o el estallido social de 2021? Si por mucho menos el pueblo se movilizó y logró frenar reformas regresivas, ¿cómo no hacerlo ahora que está en juego una transformación positiva que beneficiará no solo a los trabajadores actuales, sino a las generaciones futuras?
Pero aquí está el punto crítico: esta reforma no será una realidad sin el aval del Senado. Y eso, mis amigos, es el mayor obstáculo. ¿Cuántas veces hemos visto cómo el Congreso se convierte en un muro que bloquea los sueños colectivos? ¿Hasta cuándo vamos a permitir que unos cuantos, con sus pactos de poder y sus agendas personales, decidan el destino de millones? Por eso, este primero de mayo no basta con la movilización histórica. Se necesitan todas las herramientas, todos los mecanismos, toda la presión posible para exigir que la consulta popular sea aprobada. Que sea el pueblo, y no siete personas en una sala cerrada, quien decida si queremos o no cambios en el mundo laboral.
La reforma laboral es mucho más que un documento lleno de términos legales. Es una declaración de guerra contra la precariedad, una oportunidad para dignificar las vidas de quienes sostienen este país con su esfuerzo diario. De los campesinos que alimentan nuestras mesas, de los trabajadores y trabajadoras que construyen nuestras ciudades, de los jóvenes que sueñan con un futuro mejor. Decir “sí” a esta consulta es decir “sí” a una Colombia más justa.
La historia nos enseña que las grandes transformaciones nacen de las luchas colectivas. Este primero de mayo no debe ser la excepción. Que las calles hablen, que las plazas vibren, que las voces del pueblo retumben hasta en los pasillos del Congreso. Porque el poder de decidir sobre el futuro de nuestra gente no puede seguir siendo monopolio de unos pocos. Es hora de que la democracia deje de ser un discurso y se convierta en una práctica. ¡Es hora de que el pueblo mande! ¡Es hora de que las palabras se conviertan en acción!
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