La reciente polémica en torno a la canción urbana «+57» ha desatado un intenso debate sobre el papel de la música en nuestra sociedad y la responsabilidad de los artistas. Sin embargo, me pregunto si estamos enfocándonos en los aspectos verdaderamente relevantes. ¿Estamos perdiendo de vista el verdadero problema?
La música, en particular, es un reflejo de la creatividad y la expresión de sus autores. Es natural que las letras de las canciones aborden temas que nos preocupan, nos indignan o nos apasionan. Sin embargo, es importante recordar que el objetivo principal del arte es emocionar, provocar y generar reflexión, no necesariamente educar.
Desde el presidente de Colombia hasta entidades defensoras de los derechos humanos han intervenido en el debate. El tema se politizó, al punto de que una senadora del Partido Liberal radicará un proyecto de ley para regular las letras de las canciones y evitar que estas denigren a las mujeres y a los niños. Además, la iniciativa busca generar sanciones y una reparación integral por parte de los artistas.
Los artistas son creadores, no pedagogos. Su función es expresar su visión del mundo a través de su arte. No debemos exigirles que sean modelos a seguir o que edifiquen nuestra sociedad. La verdadera responsabilidad recae en los padres. Es hora de dejar de señalar a los docentes, políticos, artistas y influencers como responsables de la educación de sus hijos. La ausencia de los padres en la vida familiar es un problema más grave que cualquier letra de canción.
Esta polémica en torno a una canción más ha puesto de manifiesto la importancia de la educación en la formación de ciudadanos críticos y reflexivos. La música, como cualquier otra forma de expresión artística, debe ser analizada y discutida en un contexto más amplio, que permita a los jóvenes desarrollar sus propios criterios y no simplemente aceptar los mensajes de manera pasiva.
Es curioso cómo ciertas canciones generan una indignación generalizada, mientras que otros géneros musicales, con temáticas igualmente controvertidas, pasan desapercibidas. Esto sugiere una cierta hipocresía en la forma en que juzgamos el arte popular. Además, ¿por qué nos escandalizamos tanto por las letras de las canciones y no por otros aspectos de nuestra cultura, como la violencia intrafamiliar, la corrupción, la degeneración, la degradación, la perversión y la desigualdad social?
La controversia en torno a una canción más que sale y que en un par de meses dejara de sonar es un recordatorio de que la música es mucho más que simple entretenimiento. Es un fenómeno social complejo que refleja nuestras aspiraciones, nuestros miedos y nuestras contradicciones. En lugar de centrarnos en la censura o en la condena, deberíamos aprovechar esta oportunidad para reflexionar sobre el papel que reproduce la música en nuestras vidas y para promover una educación que nos permita disfrutar del arte de manera crítica y consciente.
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