Seré contundente con lo que voy a decir: Mario Mendoza no es la pluma más fina que tiene Colombia. Es más, Mario Mendoza sólo tiene tres libros que valen la pena de los más de 18 que ha sacado a la luz; algunos de estos han sido publicados en menos de 2 años, lo cual habla mucho de su rigurosidad en la escritura y de su responsabilidad como autor. No puedo negar la sorpresa que me generó leer: La ciudad de los umbrales, una novela con tintes intelectuales, con un esfuerzo de organización literaria y sobre todo, con los pies en la tierra a la hora de narrar la historia de sus personajes. Luego, mi sorpresa se sostuvo con Scorpio city, novela policiaca, entretenida y con un hilo conductor que como si fuera el hilo de Ariadna, va conduciendo al lector hasta el fondo de la miseria humana. Después de esto, las novelas que leí solo me trajeron una sensación amarga y molesta al ver personajes impostados, víctimas hasta el punto de ridiculizarlo todo.
Ya con la lectura de Satanás, el ritmo de las historias que venía contando cambia drásticamente. Es más, hasta los críticos se lo reconocen y recibe el premio Biblioteca Breve (2002). Pero después, los mundos narrados por el escritor bogotano vuelven a ser el de las almas en pena, los dolidos del mundo, los ignorados y además, los que nunca tienen voz. Historias que muchas veces se desbordan del sentido de la ficción y aunque no puedo negar que involucra a ciudadanos de a pie y que sus descripciones se ajustan a cierto punto de la realidad, siento también que hay una desfiguración desmedida de la misma.
Una de las razones por las cuales se debe reconocer a Mario Mendoza como uno de los autores más importantes de Colombia, es porque sus libros construyeron un grupo de seguidores de gran talante y las historias se venden en todas las librerías del país. Es tan productiva su venta, que los vendedores de libros piratas obtienen buenas ganancias. Su público, que son jóvenes de colegio, hacen filas y esperan horas para poder ver aunque sea un segundo a su autor favorito. A Mario Mendoza, que dejó el sello editorial Seix Barral para vender con Planeta, lo han llevado a visitar colegios y dar conferencias sobre sus historias a jóvenes que sueñan con ser como él.
Podría decir sin temor a equivocarme que lo que ha generado Mendoza es un fanatismo ciego por sus historias y aunque eso no está mal –para algunos-, si es importante luchar como se lucha contra los youtuber y sus libros, los Best Sellers y la literatura juvenil o light, para que los jóvenes se vuelvan críticos y logren llegar al nivel de una comprensión lectora que los lleve a valorar la literatura fuera del mercado literario.
Mario Mendoza es escritor de solo tres libros y ahí empieza uno de los problemas más complejos que puede tener un autor, que sólo sea reconocido por una obra que lo haya puesto en un punto alto y que de ahí en adelante no se sepa nada de él, ni de sus historias. Es un referente de la literatura colombiana, claro que sí, pues en lo que se entiende como literatura policiaca aporta un grano de arena importante. Es uno de los autores más vendidos y sus textos llegan a un público bastante significante, pero no es la pluma más fina que tiene mi país. Su forma de escritura para muchos colegas es un poco tosca y brusca. Si el hecho es hablar de autores con plumas finas y sentido de seriedad a la hora de construir historias, sólo debemos pasar nuestros ojos en los libros de Juan Gabriel Vásquez, Santiago Gamboa, Tomás González, Héctor Abad Fasciolince, Pablo Montoya, entre otros.
Lo que ha hecho Mario Mendoza es una especie de espectáculo sobre el hecho de escribir y lo que son las historias de una Bogotá que, según él, es misteriosa y oscura. Sus narraciones se han convertido en un gusto desmedido por los jóvenes que aman ver sangre y relatos de prostitutas, travestis y sobre todo, de hechos que desbordan una ficción que ya no puede más con las exageraciones.
Aunque es cierto que tales cosas pasan, por ejemplo que el amado asesinó a su amada por celos, el hecho está en la narración que se convierte en algo dramático y desproporcional, sino, pensemos en un libro como: Relato de un asesino. Su afán por querer hacer realismo sucio lo ha llevado a desdibujar un poco el verdadero sentido de éste. ¿Qué pensaría Roberto Arlt sobre estos textos? El escritor argentino que como diría Cortázar –parafraseo-: “no es muy pulcro para el ejercicio de la sintaxis”, sin embargo sus historias sobre las periferias de Buenos Aires son delicadas y sutiles, no hostigan ni agotan al lector con tanta descripción sucia y desmedida. El asunto es mostrar, no ridiculizar a la sociedad. El ejercicio es exponer y no llegar al punto del relato burdo.
Aunque Mendoza es un crítico de la violencia de este país, cayó en el mismo punto que los canales de televisión: vender sangre e historias amarillistas con el fin de adquirir un público. Siento que eso hace Mendoza, no quiero que esto que digo se tome como una envidia, mucho menos como un insulto al escritor. Pero es solo un aspecto de verdad sobre lo que su escritura ha logrado, llegando a un punto de desprestigio por la literatura y el acto de escribir que puede notarse al leer sus novelas o escuchar sus conferencias, cargadas de un dolor desmedido por la vida de narrador que le tocó vivir.