“Es tan corrupto el político que pide la coima al contratista, como el contratista que acepta trabajar bajo esas condiciones”.
El pasado martes en la noche, la Fiscalía capturó al todavía senador por el Partido Liberal Mario Castaño oriundo de Pácora, Caldas en la salida del Capitolio Nacional por presunta corrupción. La investigación que adelanta la Fiscalía se conoció días antes de las elecciones al Congreso de marzo de este año, pero ese hecho no afectó que el capturado senador fuera reelegido para el periodo 2022 – 2026 obteniendo más de 60 mil votos.
Según registran medios de comunicación como El Espectador (ver), el ascenso de Castaño en la política fue vertiginoso, pasó de ser auxiliar de Contabilidad en la Gobernación de Caldas a uno de los políticos más influyentes de su departamento. Las prácticas de Castaño que están configurando su delito son la petición de coimas a contratistas o funcionarios públicos que “gracias” a su gestión ubicó en distintas entidades públicas como el SENA. Los apadrinados por Castaño debían darle un porcentaje de su salario mensual como “agradecimiento”.
Aunque este senador es de los pocos políticos capturados por estos hechos, la verdad es que este tipo de prácticas es más común de lo que parece sin distinguir partidos ni ideologías. En conversaciones cotidianas de parroquianos que hablan de política, siempre sale a reducir que los políticos “sacan su tajada”, sea en contratos que gestionen o mediante coimas que le piden a la gente que ayudan a “colocar en puestos”.
Casualmente la semana pasada, hablando de corrupción, una persona me comentó que una concejal de Medellín le propuso trabajar en la Alcaldía de esta ciudad como contratista, gracias a “unas cuotas” que ella tenía. La única condición que le ponía la concejal para darle el puesto era que le diera un 10% de su salario mensual en efectivo. Según la “honorable”, esa era la “cuota que tenía el partido” y que, como concejal, tenía que “comer”. Ante esa petición, la persona no aceptó el cargo.
Gran parte de la indignación que vive el país con la clase política es por la corrupción. La ciudadanía no siente que los recursos públicos -que son sagrados-, se inviertan adecuadamente. Es lo que nos tiene hoy en un panorama electoral impredecible donde sí o sí va a haber cambio. Lo de Castaño y la concejal de Medellín nos pone a reflexionar sobre qué tan éticos somos el resto de los ciudadanos que no somos parte de la política activa.
Es tan corrupto el político que pide la coima al contratista, como el contratista que acepta trabajar bajo esas condiciones -es otra discusión si lo hace por necesidad y porque no tiene otra oferta de empleo a la mano-, porque es cómplice de actos que sabe que no son correctos ni legales. El dinero con el que se le paga al contratista es público, gracias a la contribución que hacen mediante impuestos y regalías, los ciudadanos y las empresas, no del político corrupto.
La corrupción no nos es tan lejana, podemos caer en estas prácticas con acciones que pueden parecer sencillas como no hacer la fila en el banco porque “soy más avispado”, decirle al tránsito que “me colabore” para que no me “parta” o pagar a alguien para que nos haga un examen académico o la tesis de grado.
Ser correcto puede parecer el camino más difícil y costoso comparado con el que toma “el avispado” pero no podemos pretender mejorar nuestra sociedad sino actuamos con ética. Tal vez no lograremos cambiar el país de un día para otro, pero seguro sí impactaremos positivamente a nuestro círculo más cercano. Hagamos nuestro aporte.
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