Un fantasma recorre Europa, el fantasma de la extrema derecha, bueno, más que un fantasma en el sentido decimonónico y no marxista de la palabra, se trata de un “demonio” que ya se ha impuesto con contundencia en Hungría y en Italia, pero que, en perspectiva crítica, amenaza con afincarse en el corazón fundacional de la Unión Europea. Porque con el avance de Agrupación Nacional en las elecciones europeas y su impresionante crecimiento en las elecciones legislativas anticipadas -el harakiri de Macron-, ya no resulta descabellado afirmar que por primera vez la extrema derecha se encuentra a las puertas del Elíseo.
Este crecimiento responde tanto a factores endógenos como exógenos, pero que obedecen, en mayor medida y como resultado de coyunturas específicas, a una efectiva estrategia de posicionamiento social y cultural liderado por Marine Le Pen, quien logró, por un lado, convertir una formación demonizada por décadas en una alternativa de poder viable para un segmento importante del electorado francés, y por el otro, aprovechar el desgate de un presidente en aprietos que al convocar a elecciones anticipadas hundió las posibilidades del centro y le entregó un espacio de crecimiento a los extremos.
Pero desde un análisis más práctico, el impresionante crecimiento de Agrupación Nacional -que en un lapso de dos años pasó de 4.248.629 a 10.628.312 votos- es resultado de la capacidad de Le Pen para consolidar un proceso de desdemonización que no solo le “lavó la cara” al partido, sino que también lo acercó a las principales inquietudes de un electorado que resiente de los anclajes identitarios que han moldeado los ideales de la comunidad europea a lo largo de la última década.
Al parecer, la calificación de Agrupación Nacional como partido fascista o pro-nazi ya no resulta siendo un factor estrictamente disuasorio para millones de ciudadanos que, sin encontrar respuestas estructurales en los partidos tradicionales, se sienten convocados por una formación que aunque viene atenuando sus propuestas más radicales, se caracteriza por su nacionalismo, xenofobia, euroescepticismo y su omnipresente cuestionamiento a las políticas migratorias. Algo que va muy en contravía de aquellos objetivos globalistas que han caracterizado el tándem Francia-Alemania como eje armonizador de la Unión Europea.
El proceso de desdemonización que inició Marine Le Pen en 2015 cuando expulsó de la cúpula del partido a Jean-Marie Le Pen y censuró las posiciones más radicales, también derivó en una dinámica de acumulación de fuerzas que como síntesis de tres ciclos electorales, hoy la tiene rozando una mayoría absoluta como líder de la primera fuerza en la Asamblea Nacional. Lo que podría obligar a Macron a gobernar en una incómoda cohabitación con un primer ministro que solo buscará apuntalar la aspiración presidencial de Le Pen de cara al 2027.
Pero la apuesta también es arriesgada, ya que, ante un presidente desgastado que no tiene la reelección por delante, no se desestima que la cohabitación resulte siendo un dramático escenario de desgobierno en el cual Agrupación Nacional tendría -a los ojos del electorado- su “cuota” de responsabilidad. Sin dejar de lado que Macron conserva la potestad -pasado un año- de disolver el Parlamento y convocar a nuevas elecciones. Para ese momento su calidad de presidente no estará en juego, pero sí las posibilidades de Agrupación Nacional que seguro jugará a no perder un impulso que ahora deja a Le Pen muy bien posicionada para su cuarta aspiración presidencial.
Y aunque para eso todavía faltan varios años y el escenario es incierto, ya Le Pen logró una victoria social muy importante, algo que Agrupación Nacional nunca hubiera logrado bajo la dirección de su padre: convertirse en una alternativa de poder viable y con la capacidad electoral para llegar al poder.
Porque el demonio de la extrema derecha -que parece que cada vez asusta menos en el viejo continente- camina con paso firme hacia el Elíseo.
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