AUTORRETRATO. Recibí la luz. El don de mostrarla con mis manos. Ella y yo construimos un refugio capaz de aislar los quebrantos. Unidos éramos una faz de la certeza. Pues eso que denominaba mi tiempo, estaba tramado por una especie de lúcida fortuna. Pablo Montoya, en su libro Hombre en ruinas.
He aquí un diálogo fraterno, entre finales de febrero y principios de marzo de 2024, con el escritor colombiano Pablo Montoya, en torno a su nueva novela, Marco Aurelio y los límites del imperio, cuyo protagonista es el emperador y filósofo estoico. Pablo Montoya, en el momento de nuestra conversación, reside en Madrid. Senegal vive en Calarcá, pequeña ciudad cafetera de Colombia. No hay distancias entre ambos. Nos une, en particular, la vigente presencia de un hombre con su perdurable libro y sus cada vez más vivas y frescas enseñanzas filosóficas, Meditaciones, de Marco Aurelio. Aquel peculiar sabio romano, quien a pesar de ser guerrero cristalizó a lo largo de su vida estados de conocimiento y conciencia propios de místicos orientales. Ese conquistador a quien no solo las batallas, siempre con sus lúgubres secuelas para el ser humano y las civilizaciones, sino la formación que recibió desde niño, lo condujeron a cavilar profundo sobre el sentido de la vida y la muerte: “La salvación de la vida consiste en ver enteramente qué es cada cosa por sí misma, cuál es su materia y cuál es su causa. En practicar la justicia con toda el alma y en decir la verdad. ¿Qué queda entonces sino disfrutar la vida, trabando una buena acción con otra, hasta el punto de no dejar entre ellas el mínimo intervalo?”, escribió. Quienes hemos leído gran parte de los libros de Montoya; cuantos, de una y otra manera, reconocemos las estoicas virtudes de Pablo como escritor y persona, ciudadano y hombre cuya obra literaria enraíza en surtidores de elegante belleza y profunda filosofía, siempre con la música como razón esencial de su vida y sus pasiones estéticas; donde en sus novelas lo pretérito no se disocia de sus compromisos sociales y políticos contemporáneos con su país y su región, ni mucho menos de Latinoamérica y del mundo, sabemos que si esta novela suya trata no solo sobre la Roma decadente del siglo en que vivió Marco Aurelio, su pensamiento, su obra, sino que también puede leerse como representación moderna del mundo que, hoy por hoy, nos atañe a todos, en lo moral, en la paz y la guerra, en la fragilidad del ser humano, cualquiera que sea nuestra filosofía, religión o creencia. Nunca, en ningún período de crisis o de esperanzas fracasadas en este siglo XXI, será extemporáneo para un novelista divulgar y sintetizar su interés por los estoicos y la presencia histórica de Marco Aurelio, junto con Séneca y Epicteto uno de los más sobresalientes y reconocidos en nuestra época, trayendo a este visionario espiritual y ético hasta nuestro tiempo, como de manera tan oportuna y adecuada en lo histórico, lo poético y filosófico, lo hace en su novela el narrador Pablo Montoya. Herodiano dijo de Marco Aurelio que era “el único de los emperadores que dio fe de su filosofía no con palabras ni con afirmaciones teóricas de sus creencias, sino con carácter digno y su virtuosa conducta”. Marco Aurelio y los límites del imperio de Pablo Montoya será una novela que despunte por su lenguaje, por su transparencia y su temática, sobre el tipo de fatigantes tópicos esgrimidos hasta la fatiga intelectual, sin materia y sin espíritu, por alto porcentaje de nuestros presentes novelistas colombianos. En Random House, el sello editorial que le publica a Montoya, saldrá en este mes de abril. Hace poco (junio 2023) de Montoya se publicó aquí mismo, La muerte anda suelta, que reúne sus Cuentos de Niquía, Réquiem por un fantasma y El beso de la noche. Este diálogo fue fruto de la confianza y deferencia que Pablo me concedió como uno de los primeros lectores de su novela.
Cuando comenzó a escribir su novela en el Retiro, Medellín, ¿pensó que la concluiría lejos de Colombia, nada menos que en Madrid, desde donde podría visitar lugares relacionados con Marco Aurelio?
Nunca se me atravesó ese pensamiento. La estadía de Madrid se presentó sorpresivamente. Por un lado, Alejandra, mi esposa, ganó una beca posdoctoral María Zambrano, la cual nos permitió que nos radicáramos en España por dos años. Por el otro, estaba escribiendo la novela cuando, en noviembre de 2022, caí enfermo. Me dio una severa parálisis facial que me obligó a parar la escritura y la lectura durante varios meses. Esta situación y la obtención de la beca de Alejandra, me hicieron tomar la decisión de pedir una comisión de estudios en la universidad de Antioquia, donde trabajo, y venirme a Madrid a descansar del trajín académico y los compromisos públicos que llevaba como profesor y escritor. De tal manera que, por fortuna, me vi viviendo en un país donde la tradición literaria grecolatina es muy sólida. Creo que Madrid terminó siendo el lugar más indicado para culminar mi Marco Aurelio. Y aunque no visité muchos vestigios de la Antigua Roma hispánica, sí hablé con varios especialistas españoles en literatura griega y romana. Entre ellos, Carlos García Gual, Vicente Cristóbal, Jorge Cano y David Hernández de la Fuente. Y escucharlos me fue muy útil para llevar a cabo la escritura del libro.
Ahora bien, frente a los “lugares relacionados de Marco Aurelio”, antes había viajado a Roma, al Cairo, a Alejandría y a Estambul (la antigua Bizancio) tras las huellas del emperador. Incluso, deseaba hacer el recorrido a lo largo del Danubio, desde la actual Belgrado hasta la antigua Novas, y de allí bajar por tierra hasta Estambul, para tratar de captar algo del paisaje que vio Marco Aurelio en su desplazamiento hacia las provincias romanas de Asia menor. Pero no lo hice por el resquebrajamiento de mi salud. Con todo, algo de esos viajes me sirvieron para escribir “Viaje a Oriente”, que es tal vez uno de los capítulos de la novela que más me gusta.
Marco Aurelio y los límites del imperio comienza con el capítulo titulado “La Gran plaga”, sobre la epidemia en Roma de los años 164-165 d.C. Los historiadores la consideran unas de las razones de la caída del imperio romano. ¿Alguna relación con la plaga que azotó a nuestro planeta durante los años anteriores al comenzar a escribir su novela?
Al empezar la pandemia, en 2020, y vernos tan implacablemente confinados, Alfonso Carvajal me pidió un ensayo sobre literatura y pestes para un libro que después publicó bajo el título Nadie se salva solo. Me sumergí en varias obras que describen grandes epidemias, desde Las guerras de Peloponeso de Tucídides y La naturaleza de las cosas de Lucrecio, hasta El diario de la peste de Daniel Defoe y La peste de Albert Camus. Entonces me topé con la que fue la primera pandemia que estremeció al mundo. Sucedió durante el mandato del emperador Marco Aurelio y sus efectos fueron demoledores para la estabilidad del imperio que dirigía. En realidad, diezmó una buena parte de las legiones romanas y se dice que tanto Marco Aurelio como Lucio Vero murieron por aquel flagelo.
Por otro lado, acababa de terminar La sombra de Orión y era consciente de que había culminado, con esta novela, el ciclo de mi obra narrativa dedicada a la violencia en Medellín. Sabía, además, que debía ocuparme de un pasado más lejano y extraterritorial para oxigenarme un poco, ya que las pesquisas realizadas sobre los desaparecidos de Colombia me habían dejado exhausto. Entonces, poco a poco, fui indagando en el siglo II y en la vida y la obra de Marco Aurelio. No demoré en concluir, por lo demás, que ambos períodos, el de él y el nuestro, se parecían mucho. Épocas de inmensa incertidumbre, de grandes cambios climáticos y de una continua rapacidad por parte de los poderosos. Y como estábamos zamarreados por la situación de angustia colectiva por el coronavirus, me pareció pertinente comenzar la novela con el momento en que la peste llega a Roma. La verdad es que la primera motivación que me lanzó a escribir sobre Marco Aurelio fue la pregunta: ¿cómo gobernar en medio de una debacle generalizada apoyándose en principios de la filosofía estoica?
¿Cuándo tuvo conocimiento de Marco Aurelio?, ¿cuándo lo leyó por primera vez, fragmentado en sus aforismos o con la lectura completa de Meditaciones?
Mi padre, cuando yo era un niño de siete años, me habló con entusiasmo de la Vida de los doce Césares de Suetonio. Me aprendí de memoria, en el orden cronológico de sus gobiernos, la lista de ellos y de la mano de mi papá supe algunas características de esos hombres que mandaron en Roma, desde Julio César hasta Domiciano. Menciono esto porque, aunque en Suetonio no está Marco Aurelio, con este libro inicia mi curiosidad por la antigüedad romana. Más tarde, cuando vivía en Tunja, vendrían las motivaciones propiamente literarias y mi interés por algunas novelas históricas como Memorias de Adriano de Marguerite Yourcenar. Recuérdese que Marco Aurelio es el remitente de la larga carta que escribe Adriano en esta novela. Por lo tanto, al lado del sibarita y vanidoso emperador que recrea Yourcenar, para mí ondeaba siempre la figura reservada y distante del joven estoico.
Ahora bien, fue al escribir Lejos de Roma cuando leí Meditaciones por primera vez. Era un hombre de más cuarenta años y algunos pasajes de ese libro me llamaron la atención. Aquellos vinculados con la condición del exilio y los que hablan de la brevedad de la vida, la fragilidad de la memoria y la devastación que envuelve las cosas materiales. En Lejos de Roma, de hecho, hay un anacronismo textual porque mi Ovidio cita alguna consideración de Marco Aurelio. Desde entonces, me he apoyado en ciertos pensamientos suyos en mis ensayos para tratar de interpretar los modos en que el exilio ha sido entendido por la cultura occidental en su doble versión: tanto la pesimista y sombría como la cosmopolita y vitalista.
En las novelas, biografías y estudios, tantos, que leyó y consultó, ¿hay referencias a Marco Aurelio y la música?
En Meditaciones no recuerdo haber encontrado referencias a la música. En cambio, en la correspondencia entre Marco Aurelio y Frontón hay una que retomé para mi novela. Frontón, en los consejos que le da a su discípulo para que sus discursos sean eficaces ante el senado, hace una comparación con la voz del dirigente imperial. Dice que esa voz debe ser como la de una trompeta. Acaso porque la música ha sido tan importante para mí, traté de crearle un contorno musical a la formación de Marco Aurelio. Para ello me basé en la Historia Augusta. El biógrafo dice allí que un tal Andrón fue el maestro de música y geometría del muchacho elegido. Pero las consideraciones de Andrón sobre la música que aparecen en la novela son de índole contemporánea. El pensar, por ejemplo, que la música no tiene sentido, o que este depende del oyente, es algo que corresponde a las ideas que Stravinski plantea en su Poética musical. Igualmente, uno de los raptos iniciáticos que le otorgo al Marco Aurelio adolescente es de carácter musical. En alguna de mis correrías musicológicas, cuando hacía el doctorado e indagaba en las teorías sobre el origen de la música, vi una grabación, en el Museo del Hombre de París, que me impactó. Se trataba de un niño de Nueva Guinea que se introducía un abejorro en la boca para que allí resonara una especie de música primordial. Una experiencia de este tipo, entre lúdica y cósmica frente a la luz y al sonido, es la que le ofrezco a Marco Aurelio.
En Lejos de Roma, una de las novelas breves que considero entre las cinco más hermosas y profundas de la literatura colombiana de finales del siglo XX y lo transcurrido del siglo XXI, son seductoras algunas descripciones eróticas que vive Ovidio. No muchas, pero intensas. ¿Hay momentos semejantes cuando describe alguna intimidad sexual del emperador y filósofo?
Erotizar al Ovidio del exilio me pareció necesario porque él escribió una obra poética en la que el tema del placer y la imaginación amorosos ondea con vigor. Pero erotizar a una figura como la de Marco Aurelio, que la historia ha tratado como si él fuera un sabio frugal, era atrevido. El Marco Aurelio de las Meditaciones es claro con respecto a este tipo de vivencias. El sexo es una necesidad física y procreativa. Uno de esos asuntos indiferentes planteados por el estoicismo. “Eyaculación de un moquillo acompañada de cierta convulsión”, así define la cópula Marco Aurelio. Pero mientras yo escribía, me decía que someter la novela solo a lo expresado por Meditaciones era limitarme demasiado. Y es que asuntos íntimos son pocos en este libro, salvo quizás el homenaje a sus padres, maestros y amigos que aparece en el primer libro. Incluso, en las novelas sobre Marco Aurelio que leí, el asunto de la intimidad amorosa está como expulsado. Sin embargo, poner a un emperador sin estos relieves, y sobre todo en la Roma imperial, me parecía algo aburrido.
Hay diferencias, por supuesto, entre el goce sexual de Ovidio en Lejos de Roma y el de Marco Aurelio en esta nueva novela. Uno es un poeta nostálgico que debe aprender a amar desde el lugar marginal adonde ha sido desterrado. El otro, en cambio, es el César que vive una última relación amorosa en el centro de Roma. Aunque ambos hombres son ancianos, o al menos se saben otoñales y prontos a la muerte. Por tal motivo, el erotismo en los dos es de carácter renovador. Es una antesala radiante de los sentidos previa a la muerte. Con respecto a Marco Aurelio, me atrajo de entrada la presencia de una concubina innombrada que, según la Historia Augusta, tomó el emperador entre sus libertas luego de morir Faustina, su esposa. ¿Por qué y para qué un hombre de cincuenta y seis años, recién enviudado, toma a una concubina para vivir con ella? Bueno, esta pregunta intenté responderla en la novela.
En Tunja, durante sus clases de literatura musical, ¿algún maestro o condiscípulo le habló de Marco Aurelio o de los estoicos?
En ese entonces polemizábamos, más bien, sobre las opiniones de Platón. Pero la figura del filósofo músico, como regente máximo de una república latinoamericana, nos parecía tan utópica como imposible. La enseñanza que se nos dio en Tunja fue especialmente teórica y en ella el solfeo, la armonía y el contrapunto ocuparon un espacio mayor. Pero es verdad que esos aprendizajes estuvieron marcados también por lo social y la política ya que se trataba de una escuela de clara estirpe soviética. Y hasta donde recuerdo, en ese contexto, nunca se mencionó a Marco Aurelio.
¿Entonces, en este importante período de su vida, la filosofía y en particular el filósofo aún no aparecían?
La filosofía ocupó un gran espacio en mi formación en Tunja porque desde esa ciudad realicé mis estudios a distancia de filosofía y letras en la Universidad Santo Tomás de Aquino. En este sentido, cuando adelanté el curso de Filosofía Antigua, leí sobre estoicismo y supe de Marco Aurelio. Pero las lecturas estuvieron encaminadas a estudiar las Consolaciones de Séneca.
¿Cuáles autores o qué libros lo indujeron a tener la certeza de que iría a escribir dos novelas sobre personajes de la antigüedad romana?
Las motivaciones fueron, en principio, existenciales. Mi propia experiencia del exilio en lo que tiene que ver con Ovidio. Y, frente a Marco Aurelio, la vivencia de la que fue la primera gran pandemia planetaria. Luego vendrían las lecturas. En Lejos de Roma, la inmersión en la obra de Ovidio, y en especial en aquella que él escribió desde Tomos (Trísticas y Pónticas), fueron cruciales. En el caso de Marco Aurelio, Meditaciones se volvió fundamental y también el conocer la correspondencia del emperador con personas de su círculo más íntimo. Estas dos obras me fueron ratificando en el deseo de escribir Marco Aurelio y los límites del imperio. Ahora bien, en la medida en que comencé a hacerlo me adentré en muchos autores y sus respectivas obras. Recuerdo, por ejemplo, la lectura de las obras capitales de Tácito y Suetonio. La que hice de Historia Augusta, ese arsenal de anécdotas sugestivas y chismes perversos sobre algunos Césares. Igualmente, señalo las obras de Herodiano y Eutropio, dedicadas a los emperadores. Leí asimismo la imponente Decadencia y caída del imperio romano de Edward Gibbon y varios libros reveladores sobre Roma de Pierre Grimal y Paul Veyne. Y leí también el magnífico Destino fatal de Roma de Kiley Harper, que trata sobre el papel que las pestes y el cambio climático ejercieron en la caída de Roma. Menciono también, entre estas lecturas copiosas, las que hice de las biografías sobre Marco Aurelio. Además de la que hay en Historia Augusta, atribuida a Julio Capitolino, me detuve en la de Ernest Renan, Marco Aurelio o el fin del mundo antiguo. Esta y el Marco Aurelio de Anthony Birley me parecieron maravillosas. Pero en mi ambición de querer leerlo todo, abordé también las biografías de este emperador escritas por Pierre Grimal, Yves Roman, Augusto Fraschetti, Veronique Boudon-Millot y Benoït Rossignol. Y, por supuesto, no podría pasar por alto los apasionantes estudios sobre Marco Aurelio de Pierre Hadot.
Estoy pensando que, como elemento esencial de su estética literaria, de su estilo, del hilo narrativo y del fondo de su pensamiento, ha sido cardinal en su vida La muerte de Virgilio, de Hermann Broch.
Con Orlando Mejía Rivera, el autor de interesantísimos estudios sobre la medicina en Roma y de la novela Galeno, el médico de Pérgamo, hablamos una vez sobre las que nos parecían las mejores novelas históricas sobre la Roma antigua. Y allí, al lado de Los idus de Marzo de Wilder, Memorias de Adriano de Yourcenar y Yo, Claudio de Graves, poníamos sin vacilar a La muerte de Virgilio de Broch. Para mí, que he sido un lector admirado de la literatura alemana de la primera mitad del siglo XX, que me formé como lector y escritor leyendo a Franz Kafka, a Thomas Mann, a Robert Musil y a Hermann Hesse, esta novela de Broch es única.
Virgilio atisba la muerte y en ese tránsito de unas horas transcurre el palpitar de una existencia y de una civilización. Broch se apoya en la intuición poética, en la lectura detenida de la obra de Virgilio y acaso en las ideas de Jung sobre el inconsciente colectivo, y lo que logra hacer es impresionante. Mi deuda con La muerte de Virgilio tiene que ver con el capítulo “La conversación” de Marco Aurelio y los límites del imperio. En la de Broch hay un diálogo entre Virgilio y Augusto que me dio luces para escribir el que propongo entre Marco Aurelio y Livio Tertulo, uno de sus amigos. Así como en La muerte de Virgilio se enfrenta la autoridad con el poeta, en mi novela sucede algo semejante.
Qué interesante si a su editor se le ocurriera editar en un solo volumen Lejos de Roma y Marco Aurelio y los límites del imperio.
En el medio habría que poner el poema en prosa Hombre en ruinas, que es una inmersión en los sentidos del vestigio a propósito de la primera visita que hice al foro romano. Así se publicaría un volumen que actuaría como los tres movimientos de una especie de sonata.
¿Aquí cierra su ciclo novelístico sobre Roma? En algún diálogo anterior le pregunté si se atrevería a novelar a Adriano, Séneca o Virgilio.
Con Adriano, luego de la novela de Yourcenar, es mejor no meterse. Lo mismo sucede con el Virgilio de Broch. Son obras tan recias y sus personajes tan inolvidables que es difícil volver a alcanzar con ellos tales alturas. A cada una de ellas les he dedicado, de todas maneras, algunos ensayos. En cuanto a Séneca, escribí una peregrinación literaria y algún día saldrá al lado de las otras que he realizado a lo largo de los años. En mi viaje a la Vía Apia, hace unos años, estuve buscando su tumba y jamás la encontré. Aunque sí volví a su obra, que es uno de los momentos prodigiosos de esa confluencia que hubo en Roma entre filosofía y literatura. Sin embargo, no creo que escriba una novela más sobre esos tiempos. Es muy posible, acaso, que trace cuentos cortos o prosas poéticas sobre este período. De hecho, revisando las notas que hice para escribir Marco Aurelio y los límites del imperio tengo la impresión que de ellas podría salir algún pequeño libro.
¿Marca un hito existencial y temático esta novela en su vida?
Marca el inicio de la vejez. Quizás también represente mi madurez literaria. En todo caso, ha sido una novela que la entendí, mientras iba escribiéndola, como una meditación sobre la muerte pautada por epifanías poéticas y filosóficas.
Si hubiera decidido escribir sobre otro de los estoicos, ¿quién de ellos habría llenado sus expectativas?
Marco Aurelio, por su vida y su personalidad, por lo que él representa para estos tiempos de crisis que nuestra civilización vive, era el estoico indicado para la novela que quería escribir. Séneca o Epicteto, o cualquier otro estoico como Helvidio Prisco o Trásea, que fueron condenados a muerte por la represión del poder imperial, resultan interesantes, pero nunca me atrajeron con la suficiente fuerza.
¿Qué tiene su novela sobre Marco Aurelio, que no encontramos en las más de diez novelas que de él circulan en español? ¿Por ejemplo las de Gallo, Haefs, Caliani, Vidal, Machuca o Renouvier?
De estas novelas, leí las de Gallo, la de Haefs y la de Renouvier. Cada una tiene su tratamiento peculiar de Marco Aurelio. La de Gallo es un cuestionamiento, a mi juicio bastante excesivo, de la participación del emperador en las persecuciones cristianas sucedidas en Lugdunum. La de Haefs es una mezcla de novela policíaca e histórica atravesada de un humor y una maraña de situaciones que la hacen ardua de seguir. Y en la Ucronía de Renouvier la visión ensayista, de tipo historicista y enciclopédica, parece devorarse la trama narrativa.
En Marco Aurelio y los límites del imperio el lector encontrará una novela en la que el asunto estilístico de la escritura prevalece. En esto se hermana con Memorias de Adriano y La muerte de Virgilio. En mi novela el respeto por las fuentes históricas aparece, pero no se desdeña el espacio que en la ficción merece la imaginación y la reinvención de un pasado lejano. Y aunque hay una cierta admiración desplegada sobre el personaje principal, se plantea a la vez una crítica a la figura del emperador guerrero.
Propongo, por otro lado, un tratamiento erótico de Marco Aurelio que no figura en ninguna novela de las que leí. Y es que estos autores que revisé sospecho que se dejaron llevar por la imposición que la historia, por un lado, y el estoicismo, por el otro, han hecho sobre Marco Aurelio. Esto sucede también con Faustina, la emperatriz. Las fuentes antiguas, y hasta las más recientes, han caído en una valoración misógina de ella simplemente porque fue la madre de Cómodo, uno de los emperadores malvados. En lo mío, se toma distancia frente a estas manipulaciones de la historia. De tal manera que Faustina, y otras mujeres más, como la madre de Marco Aurelio y su concubina tardía, son reivindicadas.
Finalmente, debo precisar que Marco Aurelio y los límites del imperio no tiene nada que ver con la última moda de las novelas históricas sobre Roma, que mezclan el didactismo histórico con lo policíaco y el cine o la serie espectacular.
¿Incorporó, evidentes o trasversales, o con leves cambios añadiendo a estos su propio pensamiento, pasajes de las Meditaciones? Recuerdo que Broch, incorporó en su colosal novela, sin pérdida de su originalidad, cerca de 100 fragmentos de los textos de Virgilio.
Mi novela está no solo enlazada con los escritos que hoy podemos leer de Marco Aurelio –sus cartas y Meditaciones–, sino con otras obras tanto de la antigüedad greco latina como de nuestra modernidad. En el pasaje en que el emperador habla sobre el alma con el médico de cabecera de Faustina, por ejemplo, se deslizan ideas de Homero, de Platón, de Aristóteles, de Virgilio, de Galeno y del propio Marco Aurelio. En el caso de Meditaciones, no he contado las referencias que hago a este libro. Eso habrá que dejárselo a los lectores juiciosos. Pero mi novela, repito, se articula continuamente con diferentes pasajes de Meditaciones. Otros ejemplos serían los capítulos “La desnudez y la libélula” y “La adopción”, que están fundados en el primer libro en el que Marco Aurelio hace una evocación, tan breve como agradecida, de sus familiares y maestros.
¿Algo en concreto de la personalidad de Marco Aurelio lo impulsó a escribir su novela? El filósofo o el emperador, o el contenido de Meditaciones.
Su tendencia a la melancolía y su modo de ver las cosas humanas en su verdadera esencia. Sus inolvidables definiciones de la fugaz existencia de la materia viviente. La entereza del gobernante ante un mandato, como fue el suyo, signado por la crisis en sus dimensiones varias (la peste, la guerra, las calamidades naturales, las invasiones bárbaras, el crecimiento de la secta cristiana). Hay un pasaje de Meditaciones que, mientras escribía la novela, funcionó en mí como una premisa y un estímulo. Es el fragmento 17 del libro II que comienza con estas palabras: “El tiempo de la vida humana, un punto; su sustancia fluyente; su sensación, turbia; la composición del conjunto del cuerpo, fácilmente corruptible; su alma, una peonza…”
¿Encontraremos en su novela más personajes reales que de ficción?
Hay más reales que de ficción. Pero el tratamiento de esa supuesta realidad histórica es bastante subjetivo. Es probable, además, que los personajes de ficción atrapen con más eficacia a los lectores. Pienso, verbigracia, en la nodriza de Marco Aurelio, en su única y última concubina y en su amigo Livio Tertulo.
Un lector observador, con buen bagaje histórico y literario, ¿puede reconocer antiguos protagonistas romanos que en realidad son personajes de nuestra época? En algún sitio, de los más interesantes que ha tenido la historia antigua me encontré, voy a decirlo sin rodeos, con Borges y María Kodama.
Homenajeo en esta novela a dos escritores que considero mis maestros. Ambos son recientes y, en principio, no tendrían nada que ver con Marco Aurelio. Pero como lo mío es ficción y no historia, y creo que la literatura permite la conjunción de todas las temporalidades, me permití algunos anacronismos. El primero de ellos es Borges, que tiene un encuentro con el emperador en la biblioteca de Alejandría. Allí el vagabundo ciego, que ha nacido en Hispania, le habla a Marco Aurelio de sus concepciones librescas y de su idea de que el cosmos es una biblioteca. El segundo, es León Tolstoi. Livio Tertulo, el amigo entrañable del emperador, es de algún modo el pacifista ruso que tanto me ha enseñado sobre el rechazo radical que se debe asumir frente a la dinámica de la guerra en el mundo de los hombres.
¿En cuál de sus protagonistas, además de Marco Aurelio, encontramos a Pablo Montoya con sus juicios sobre la muerte, el poder, los valores humanos, el amor, la familia?
En Livio Tertulo. Él me posibilitó poner a dialogar a Marco Aurelio con nuestro tiempo desde una perspectiva crítica. Nunca quise, en realidad, hacer un homenaje beato al emperador, pese a la admiración que siento por Meditaciones. También me propuse introducir en la novela ciertas consideraciones mías en torno a la guerra y a la paz, a la esclavitud y al cristianismo, a la escritura y a la cuestión del hombre solar. A todo esto, habría que agregar que Livio Tertulo padece una enfermedad similar a la que tuve durante la escritura de la novela.
¿Eludió a propósito algo íntimo sobre la vida de Marco Aurelio que prefirió no tratar en su novela?
Al contrario, me adentré en terrenos no frecuentados por los escritores que han abordado la vida y la época de Marco Aurelio. El tema, por ejemplo, de la guerra y las posiciones contrariadas frente a ella por parte de la nobleza romana. O el asunto del amor con su concubina innombrada. O la cotidianidad de la vida familiar de Marco Aurelio. O la recreación de su viaje a Oriente después de haber controlado la usurpación de Avidio Casio. En fin, me arriesgué tanto que recreé la iniciación del emperador en los misterios de Eleusis apoyándome en las interpretaciones que hacen Albert Hofmann, Gordon Wason y Carl Ruck a propósito de esos rituales alucinatorios que, durante siglos, fueron casi un secreto tanto religioso como estatal.
¿Igual satisfacción literaria, poética e histórica al escribir sobre Marco Aurelio que sobre Ovidio? ¿O mayor, tal vez por las proporciones del personaje?
Fui consciente de una mayor responsabilidad con las fuentes históricas en el caso de Marco Aurelio. Con Ovidio, lo confieso, me sentí más libre, sobre todo porque gran parte de su exilio es un terreno desconocido. Es verdad, por lo demás, que en mi novela sobre Ovidio hay más espacio para lo poético que en la novela sobre Marco Aurelio, cuya proyección busca la expresión filosófica y su figuración con respecto al poder. De ahí la dificultad que tuve al tratar estos perfiles. Lo digo porque hasta la escritura de este libro, yo había sido alguien que buscaba personajes libertarios o, en todo caso, marginales y críticos con la autoridad. Aunque nunca desconocí que la esencia periférica de esta novela residía en el lugar limítrofe desde donde Marco Aurelio hace el recuento de su vida. En todo caso, Lejos de Roma como Marco Aurelio y los límites del poder me han dejado satisfecho. Quiero decir que, así como están escritas y publicadas, fue como las imaginé.
¿Durante el proceso de escritura le sucedió algo sincrónico, algo prodigioso, fuera de lo común, donde interviniera de alguna manera la presencia de Marco Aurelio o alguno de los personajes que reúne en esta obra?
Yourcenar cuando escribía su Adriano hizo hasta sesiones espiritistas para convocar la pequeña alma vagabunda de su personaje. Al terminar de escribir su novela, eso lo dice en algún lado, pronunció varias veces el nombre de Adriano para cerrar la comunicación intensa que mantuvo con aquella existencia remota. Tales circunstancias son ilustrativas a la hora de mostrar lo que pasa con los escritores cuando emprenden las pesquisas en el ayer.
Frente a mi relación con Marco Aurelio, quisiera precisar que, en el momento en que caí enfermo, estaba acabando el capítulo de “Viaje a Oriente”. Debí entonces abandonar la escritura durante varios meses. En la depresión, llegué a creer que hasta ahí llegaba la novela. Sin embargo, en la medida en que fui recuperándome y, sobre todo, cuando acudí a las medicinas indígenas empecé a tener un fuerte contacto con Marco Aurelio. En medio de mi abatimiento, veía su figura o su ser o su pensamiento –no sé cómo describirlo– emerger de mis crisis curativas y decirme que en la fragilidad estaba la fuerza. Quizás fue en esas ocasiones que entendí con mayor amplitud el sentido de la filosofía estoica que tanto ayudó a los hombres de la Antigüedad y que, a lo largo de los siglos, ha continuado insuflando de valor a quienes han enfrentado los momentos aciagos de sus vidas.
Luego vino la convicción de que mi intervención, digamos personal, debía darse en la novela a través de Livio Tertulo. Este personaje, como dije antes, es el trasunto más claro no solo de esa postración física que sufrí, sino también de algunas de mis consideraciones frente a lo que fue y ha sido Roma para la historia de la humanidad. Supongo que, si no hubiera sido por esta experiencia de la consternación y el dolor, la novela habría carecido del toque de actualidad crítica que posee. Habría sido una mera recreación literaria de un personaje del pasado.
¿Consultó y leyó directo en otros idiomas bibliografía sobre Marco Aurelio?
Las fuentes que consulté fueron sobre todo en castellano y en francés. Leí ensayos en inglés y algunos fragmentos en latín del texto de Eutropio y de la Historia Augusta concernientes a Marco Aurelio. En esto último la ayuda de mi maestro de latín, Albeiro Valencia, fue fundamental. Hay, por otra parte, una bibliografía extensísima sobre el emperador y su obra y mi conclusión es que sobresalen, en lo que tiene que ver con los últimos cien años, los estudios ingleses y franceses. De hecho, en lo que va del siglo XXI los franceses han escrito tres biografías –dos de ellas, las de Yves Roman y Benoït Rossignol, muy documentadas– amén de los importantes ensayos de Pierre Hadot.
¿Habrá lectores para esta novela, más en España y Europa, que en Colombia y Latinoamérica?
Ahora hay un gran interés por el estoicismo en Occidente. Viviendo en España, me he dado cuenta de la fascinación que lectores de este país sienten por Marco Aurelio. Nuevas traducciones de Meditaciones (las de Jorge Cano y David Hernández de la Fuente) han salido publicadas en los últimos meses, y el público se lanza sobre ellas con avidez. He estado en varias conferencias sobre los estoicos de la Roma imperial y la asistencia de la gente, en Madrid, siempre es numerosa. España tiene, además, una muy respetable tradición filológica en lo que respecta a los estudios clásicos. En Colombia y en América Latina, a pesar de los centros de estudios que hay en México y Argentina, no creo que se dé este interés tan pronunciado. Quizás porque pensamos que las raíces latinas ya no nos incumben tanto. Entre nosotros, es cierto, no hay ruinas romanas y ahora las nuevas generaciones están más interesadas en aproximarse a nuestras desdeñadas raíces indígenas y africanas. Pero es evidente que, al ser colonizados por Europa y particularmente por España, hemos recibido la impronta de la antigüedad greco latina. No sé si seamos genuinos herederos de esa tradición. Pero con el solo hecho de ser hablantes del español, del francés y del portugués, somos profundamente latinos. Roma nos pertenece porque ella también ha modelado nuestro ser.
¿Cuál es la diferencia literaria, humana, entre el Pablo Montoya de La sombra de Orión y Marco Aurelio y los límites del imperio?
Son dos escritores distintos, pero complementarios. El de La sombra de Orión está más comprometido por el pasado reciente de nuestra violencia nacional y su preocupación apunta al testimonio y a la denuncia de los horrores de la desaparición forzada. Por esta razón, el procedimiento de esta novela –la polifonía, la condición metaficcional y fragmentada– es de índole moderna. Mientras que Marco Aurelio y los límites del imperio es una obra más sencilla desde el punto de vista de su estructura. Ella pone, acaso, al escritor frente a situaciones más universales. Creo, sin embargo, que ambas marcan la doble faz de un mismo proceso creativo. Por un lado, el de mis preocupaciones por la violencia colombiana. Por el otro, el de mis pesquisas extraterritoriales. En las dos novelas he tratado de expresar las formas en que un escritor se sitúa tanto en su país como en el universo. En el hoy como en el ayer.
¿Qué autores y libros le absorben en estos momentos?
Estoy escribiendo ahora una novela sobre El Bosco y el impacto de su obra en la América colonial. Mis lecturas giran, por lo tanto, en torno a este pintor y a cómo fue su recepción en la España de los siglos XVI y XVII. También estoy sumergido en la lectura de los escritores españoles de esa época. Leo la poesía del Siglo de Oro, en especial la de Garcilaso de la Vega, Juan de la Cruz y Francisco de Quevedo. Para tratar de comprender mejor el entorno en que vivió El Bosco, El otoño de la edad media de Huizinga me ocupa en estos últimos días. Y estoy, por último, revisitando algunos de los textos claves de Erasmo de Rotterdam para comprender mejor el carácter transformador que tuvo su pensamiento en la religiosidad de esos siglos.
En varios de sus libros, Pablo, encuentro la luz como un elemento real y metafórico, casi místico, y este componente lo descubro descrito con profundidad espiritual en casi todas las novelas del poeta, dramaturgo y novelista noruego Jon Fosse. En la parte donde usted se refiere a Bizancio, describe a Marco Aurelio reconociendo que sus horas “pasaban en medio de un arrobamiento estremecido por la luz”.
No conozco la obra de Fosse, pero es evidente que el tema de la luz y su esencia poética es una constante en la literatura desde los tiempos de Lucrecio hasta nuestros días. En mi obra aparece tratado en Lejos de Roma y Solo una luz de agua, Giotto y Francisco de Asís. En lo que respecta a la nueva novela, el deseo de volver sobre este tópico obedeció a los “espléndidos” días que pasé en Estambul. Y es que este asunto del hombre solar que se trata en Marco Aurelio y los límites del imperio tiene que ver particularmente con la luz mediterránea tan bien asumida, por otra parte, en Bodas de Albert Camus, libro que valoro tanto.
Alguna traducción y estudio de las Meditaciones, que quiera recomendarnos…
De los recientes estudios sobre Marco Aurelio, los más profundos y minuciosos son los de Pierre Hadot. Estos se encuentran en La ciudadela interior, los Ejercicios espirituales y filosofía antigua y en el trabajo crítico sobre el primer libro de Meditaciones. El otro texto que recomiendo, así esta mirada sea del siglo XIX y algunas de sus consideraciones sean rebatibles, es Marco Aurelio o el fin de mundo antiguo, de Ernest Renan. Lo recomiendo por la alta lección ensayística que ofrece este autor, por su escritura luminosa, por la vastedad de su conocimiento y la actualidad de su mirada.
¿Por qué esa bella imagen del lirio, esta flor en particular, al morir Marco Aurelio?
La flor es la condensación más bella de la luz que ofrece la naturaleza. Ver una flor es un acto tan estético como espiritual. Se me ocurrió en algún momento que la madre de Marco Aurelio llevaría una especie de diario de notas breves, registrado en pequeñas tablillas de boj. La que más llama la atención de su hijo es una referida a un lirio visto en un día de invierno. Luego, mientras iba pensando cuál debía ser la escena final de la novela, me encontré con los cartuchos que yo había sembrado en mi casa del Retiro. Recuerdo que, después de un tremendo aguacero, y entre los últimos resplandores del crepúsculo, vi una de esas flores cuyo blancor parecía recoger toda la claridad de un espacio que pronto se hundiría en las tinieblas. Pensé, entonces, que mientras Marco Aurelio agonizaba, una flor de este tipo se le perfilaría en la percepción. Esa flor habría de comunicarlo, en el momento de su muerte, con la flor de las notas de su madre. Mejor dicho, supuse que en tanto Marco Aurelio va entrando al útero de la muerte, recuerda el de su nacimiento. Y todo ello debía hacerse a través de la evocación de un lirio.
¿Con qué músico o pieza musical clásica, de fondo podemos leer Lejos de Roma y Marco Aurelio y los límites del imperio?
No quiero constreñir al lector con este tipo de consejos. Solo podría decir que corregí esta novela escuchando andantes y adagios de Bach, Telemann, Haendel y Vivaldi. Músicas minimalistas sencillas y tonales. Ragas hindúes para bansuri y sitar.
En su anterior novela, La sombra de Orión, me encuentro con este fragmento que en su toma de yagé con el taita Alberto, se me ocurre leerlo e interpretarlo como presagio del personaje que protagonizaría su novela sobre Marco Aurelio. Esta pregunta es fundamental, Pablo, y tal vez va a remitirlo a leer aquel fragmento en el capítulo llamado La cura. Dice, como intuyendo al personaje romano que vendrá luego en su ciclo narrativo: “La luz no existía en esos itinerarios, solo sombras que, curiosamente, lo guiaban. ¿Por qué presencio todo esto?, se preguntó de nuevo. Y como si alguien tuviera el don de responderle, se le develó otra imagen. Estaba él mismo con una túnica blanca atravesada por una banda purpura. Arengando en medio de una especie de asamblea, incitaba a la guerra…”
No había pensado en este fragmento. Anticipa, sin duda, a Marco Aurelio y lo pone en situación clara con Pedro Cadavid, el alter ego de mis novelas. Tal vez todo esto tenga que ver con que, durante mis trances provocados por las medicinas ancestrales, se me haya arrojado a tiempos remotos y que, en ellos, me hubiera visto arengando multitudes y proponiendo la guerra como único camino. No me cuesta creer que si la rechazo tanto ahora, y sea un pacifista incondicional, es porque antes fui un hombre exacerbado y bélico. Uno de esos que tuvo entre sus manos decisiones militares parecidas a las de ese emperador estoico en cuyos escritos, no obstante, abominó de la guerra.
Madrid, marzo de 2024
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