“El inconformismo es una tendencia creciente en todo el país. Los extremos ideológicos alimentan esta tendencia, con convocatorias a marchas que tendrán lugar sin medir las consecuencias. Faltan esfuerzos para encauzar la protesta social hacia el diálogo constructivo y el entendimiento. La población colombiana se prepara para vivir una vez más los trastornos que causan las protestas y el vandalismo en los principales puntos del país.”
Será difícil mantener un diálogo constructivo si Gustavo Francisco Petro Urrego, y sus fanáticos aduladores, no reconocen que los procesos democráticos no avanzan mediante una retórica divisiva, sino mediante el respeto a las instituciones establecidas. Por un lado, desde la izquierda se pide que se apoye a su presidente ante la acusación del CNE de violar los topes de campaña. Por otro, la oposición convoca el 17 de noviembre, para manifestarse contra su mandatario, poner de relieve los abusos del Pacto Histórico en el poder y llamar la atención sobre los problemas del hambre, la falta de medicinas y una población que pierde rápidamente la esperanza. La fragmentación de un colectivo que refuerza las divergencias de una sociedad polarizada; la constitución de una ciudadanía dividida en dos grupos opuestos, fracturada e incapaz de encontrar un término medio o de aceptar las diferencias que constituyen su esencia.
La consecución de la paz en Colombia depende del establecimiento de un sistema democrático sólido que pueda definir eficazmente los límites, abordar las discrepancias y orientar la agenda social del país. El panorama es complejo; el llamado a permanecer en las calles probablemente resultará en un paro cívico nacional que tendrá un efecto desestabilizador sobre el gobierno y su narrativa de cambio. El resurgimiento de células guerrilleras y milicias urbanas, el desbordamiento del narcotráfico, la sistematización de los asesinatos selectivos y las tomas de poblaciones, las falsas acusaciones, las chuzadas y el abuso de autoridad son factores que tienen el potencial de encender los ánimos y activar la movilización de la sociedad colombiana. Si bien la protesta es un escenario legítimo y constitucionalmente protegido, es desaconsejable cuando está infiltrada, como en 2019, fuerzas oscuras, encapuchadas, que en las vías de hecho demuestran su incapacidad de dar la cara al país y argumentar sus posturas.
En estos momentos no es aconsejable permanecer indiferentes ante el daño que le están haciendo al país los gobernantes de izquierda. Quienes han demostrado incapacidad para gobernar con eficacia, pero han sido expertos en malversación de fondos, están causando un daño significativo a los colombianos honestos y trabajadores, que se están dando cuenta de que es necesaria una acción colectiva para evitar que continúe la erosión de las instituciones democráticas del país y el deterioro de la red de seguridad social. La entidad gubernamental, presidida por Gustavo Francisco Petro Urrego, está dando muestras de incompetencia gerencial, lentitud administrativa y toma de decisiones populistas, que en conjunto conducen a un futuro cada vez más desencantador para Colombia.
Gustavo Francisco Petro Urrego muestra las características de un sujeto mitómano, narcisista y paranoico, que desde la sordera extrema presenta una fuerte tendencia a actuar con arrogancia. La aproximación de su presidente a la realidad y a las exigencias de una sociedad que enfrenta una situación compleja a nivel nacional es defectuosa. En el historial del gobierno se cuentan más de 180 masacres, 350 líderes sociales asesinados y la cifra sigue en aumento, niños muriendo en la Guajira, corrupción en la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres, aumento del precio de la gasolina, destrucción del sistema de salud, caída de la inversión extranjera, disminución de los indicadores de vivienda, preocupante estado de las exportaciones, nulo crecimiento en la venta de vehículos, cuestionables balances del comercio y el turismo, crisis del empleo, atentados contra la infraestructura y demás logros registrados por la izquierda política colombiana en este cuatrenio.
La autodestrucción que ya es evidente dentro del movimiento de izquierda está impulsada por los grupos «petristas» y el pseudo-intelectualismo que los acompaña. Estos grupos buscan crear confusión entre el público en general y silenciar a cualquier individuo que exprese opiniones diferentes a las de su mandatario. La fragmentación de intereses está dando lugar a un llamado a la protesta que alimenta el inconformismo de la comunidad frente a un Estado que, desde el nepotismo que acompaña a Gustavo Francisco Petro Urrego, intenta priorizar y sintetizar las aspiraciones de sus intereses políticos particulares. El paso en falso de su presidente ha sido la dispersión de objetivos, lo que se ha traducido en la fractura de la unión de fuerzas, el incumplimiento de acuerdos pasados y la diseminación de las reformas estructurales que quiere imponer en el tejido social colombiano. Las evidencias presentadas hasta ahora llevan a concluir que quienes se proclaman agentes de cambio desconocen el adagio: «El que mucho abarca, poco aprieta».
La falta de perspicacia política administrativa de Gustavo Francisco Petro Urrego ha dado lugar a que las discusiones sobre la agenda general del país se centren en tres áreas clave: la supuesta implicación del gobierno en el terrorismo, su evasión de temas urgentes a menos que consigan aplausos, y su recurso al engaño, la mentira, para obtener ventajas. Aquellos con un nivel básico de conciencia y responsabilidad cívica recordarán que la izquierda desempeñó un papel importante incendiando el país y montando una narrativa que puso en jaque la institucionalidad. Se comprometió con el ideario de los movimientos guerrilleros de maneras que, en última instancia, fueron perjudiciales para el proceso político. Un estado de caos donde la rebeldía y la intolerancia prevalecen sobre la autoridad, la disciplina y el respeto. La crisis social es un problema persistente que afecta negativamente a la esperanza de vida. El estrés, la depresión y la ansiedad prevalecen debido a que la sociedad, las autoridades y el gobierno cada día se adecúan a los antojos y demandas de los grupos subversivos.
La izquierda vive un prolongado periodo de luchas internas y un preocupante nivel de frustración. Además de las afiliaciones y movimientos políticos, los ciudadanos inconformes deben encauzar su descontento, abstenerse de la violencia injustificada y considerar razones más allá de sus creencias ideológicas. Las causas sociales deben apoyarse en acciones coherentes, en un colectivo generacional con sentido de pertenencia y que, desde la responsabilidad social que tiene como parte activa y protagónica de la ciudadanía colombiana, enaltezca la identidad nacional con los fundamentos de la sociedad y la democracia. Es hora de actuar contra las fuerzas ocultas cuyo único propósito es desestabilizar al país. Esto debe hacerse con el pleno respaldo de las autoridades. El diálogo requiere voluntad de negociación y capacidad de proponer y argumentar para llegar a acuerdos, en lugar de limitarse a exigir.
Es claro que el país debe atender el inconformismo social y, simultáneamente, educar a la sociedad para que las expresiones del colectivo colombiano no se conviertan en un tema persistente. La expresión democrática ganará la visibilidad que requiere cuando se entienda que las convocatorias a manifestaciones y movilizaciones deben mantenerse separadas de los disturbios. Para Gustavo Francisco Petro Urrego y los impulsores del cambio, la función social de vigilancia y control de los acontecimientos políticos es fuente de incomodidad. El uso reiterado de una retórica agresiva tanto desde los micrófonos como desde la tribuna presidencial en las plataformas digitales poco contribuye al avance de los principios democráticos. El reto de desacreditar la formación de la opinión pública representa una frontera crítica entre los sistemas democráticos y autoritarios.
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