Al cumplirse 19 años del horrendo ataque que perpetuara el ELN en contra del oleoducto central de Colombia y que causó una conflagración en el corregimiento Machuca del municipio de Segovia en Antioquia, dejando 84 personas incineradas y decenas de heridos, recuerdo este encuentro inesperado con una de sus víctimas:
Me habían asignado la fila 8, en el medio, pero mientras hacía el web check-in decidí que no quería ir rodeado de nadie y me cambié a la fila 21, que aparecía totalmente vacía al costado derecho; 21 K, ventana, perfecto para el regreso a casa después de una semana extenuante de trabajo.
Cuando abordé, la vi a lo lejos ya sentada en la misma fila 21, sobre el pasillo, mirando hacia la ventana y frotándose las manos para combatir el frío de esa mañana. Me acerqué, le pedí permiso y me senté. Tan pronto me acomodé, fue inevitable mirar sus manos: mostraban cicatrices de quemaduras –no parecían muy recientes, pero fácilmente se advertía que fueron graves-. Desplazaba su pulgar derecho por la pantalla de su teléfono móvil y, de pronto, entró una llamada:
-Aló?. Hola! Si ya estamos en el avión.
-(Habla su interlocutor).
-Fue maravilloso: me cogió las manos, me las frotó, me dijo que era una mujer muy valiente, que siguiera luchando y sobre todo, que rezara por él.
-(…)
-Imagínese, fue un privilegio, me voy cargada de esa buena energía.
Colgó y rápidamente empezaron a mostrar las pantallas los anuncios de seguridad (esos que probablemente el día de una emergencia nos lamentaremos de no interiorizar así los hayamos escuchado y visto mil veces).
Era inevitable: la conversación no podía tener un escenario diferente a un encuentro con Francisco.
No sólo la curiosidad, sino la inenarrable expresión melancólica, esa suerte de duelo permanente que su rostro revelaba, lo que me impulsaron a vencer la timidez y a hablarle –afortunadamente en nuestra fila no había nadie en medio-, a preguntarle por su historia:
-“Me llamo María Cecilia Mosquera (la mirada fija en el horizonte a través de la ventana, su rostro muestra aflicción), soy víctima del ataque terrorista en Machuca (Segovia), el 18 de octubre de 1998. Perdí a mi esposo y a mis tres hijos”.
-*Silencio* (el corazón se te hace trizas, piensas que era mejor no haber hablado).
-“Fueron los del ELN”.
-“A través de la Fundación Víctimas Visibles, a la que pertenezco hace años, tuve la oportunidad de ser invitada a una audiencia con el Papa y ayer estuvimos con él” (intentaba sonreír, pero el peso de sus heridas impedía que su rostro se iluminara).
-“Ahora viene la etapa más difícil, la del perdón. Ya que ellos están en proceso de paz, no sé si los voy a poder perdonar”.
-“Le dije al Papa que no había sido capaz de perdonar y que no sé si lo iría a lograr”.
En la madrugada del 18 de octubre de 1998, el ELN detonó una carga explosiva sobre el oleoducto central de Colombia, el crudo fluyó por el río pocuné y produjo una conflagración en la cabecera municipal de Machuca; 84 personas murieron incineradas, 30 sobrevivieron, entre ellas María Cecilia.
El ELN inicialmente no reconoció su responsabilidad, pero después, en un comunicado indicó que “los compañeros” no midieron correctamente el peligro que representaba para la población.
María Cecilia me muestra en su celular el video de su encuentro con el Papa, otra vez se dibuja en sus labios esa sonrisa que no termina de ser tal, que ineludiblemente se mezcla con su amargura; aterrizamos y me arrepiento de mi curiosidad.
-Adiós María Cecilia, le digo, fue un placer conocerte.
Le tiendo la mano y me conecto de alguna forma con su dolor.