En días anteriores sostenía una reflexión con un amigo sobre los procesos de diseño urbanístico que han logrado tener los municipios de área metropolitana, en relación al eje estructurante que ha sido el río Aburrá o vías importantes de esta región. Y sobre esta reflexión, sobrevinieron varios tópicos en la materia, pero uno de ellos nos creó interés: los puentes y las relaciones que gestan bajo estos. Básicamente el puente como estructura física que nos ha permitido sortear los extremos del rio o de la vía en la posibilidad de comunicar un lado y otro, también han creado espacios para el miedo. Entre diálogos, reflexiones primarias de arquitectura, sociología del espacio, e historia de la ciudad, nos pensábamos en lo que sucede al en el área metropolitana del Valle de Aburrá(AMVA): del centro hacía el norte, que no dista de las relaciones socio espaciales del centro al Sur.
Aproximadamente 17 puentes entre punto cero y la calle 83 sur en el Municipio de la Estrella al sur y 8 puentes entre punto cero y Hatillo en Barbosa al norte. Una mirada simple a estos datos, nos permite concluir que: al Sur vive la mayoría de habitantes del área AMVA y al norte menos población, lo que conlleva a una mayor densificación del territorio sur, y por ellos la necesidad de conectar laderas con más puentes. Esto dado a las actividades asociadas a la vida y desarrollo de la urbe que toman mayor auge en el centro y sur del AMVA. Otras miradas más nos llevan a concluir que esto es posible dado a la ‘economía de aglomeración’- que tiene relación con la anterior mirada-. Y una que otra más crítica, nos dice que los municipios del sur tienen mayores aportes al AMVA y por eso mayor retribución en materia de proyectos de infraestructura.
Consientes de estas situaciones y realidades de nuestro proceso de conurbación y los efectos, en este caso de materia de seguridad asociada a la infraestructura pública, nos quedaba una inquietud básica, que además es el foco de interés de esta reflexión: Los bajos de los puentes como puntos de topofobia e imaginarios del miedo para la ciudadanía. Y sobre ello, lo importante en un breve análisis sobre la geografía del delito – y acciones contrarias a la convivencia- junto con la geografía de la percepción: Comisión de delito, y percepción sobre el impacto social del delito en lugares que el ciudadano del común evita frecuentar o visitar.
En principio se diría que los bajos de los puentes hoy están habitados por las personas en condición de calle, y sobre estos se tejen imaginarios de: suciedad, enfermad, hurtos, consumo de estupefacientes. Pero una realidad más aproximada permite entender que en estos espacios se teje una estructura de economías ilegales que tienen como “tapón” a estos habitantes en condición de calle. Sobre la recreación del imaginario colectivo, el habitante de calle ha sido ese que ha logrado dimensionar y construir en la sociedad lecturas topofobicas de espacios o de lugares que no tienen lugar para aquellos ciudadanos de la urbe. Importante mencionar que no estoy haciendo relación a los “bajos de los puentes” o la zona del metro donde se llevan economías de elementos de segunda, esta reflexión hace referencia a los espacios ‘abandonados’ que cruzan el río aburrá o vías.
Es acá donde está el reto de la institucionalidad, de los municipios, de intervenir de forma estratégica estos espacios, no solo bajo los puentes, si no los lugares que históricamente han sido referenciados por las comunidades como zonas del no acceso. Un reto mayúsculo que podría necesitar de acciones integrales, no solo con la oferta institucional para aquellos que deseen dejar la calle, si no con intervenciones de recuperación del espacio y transformación de los imaginarios, es en esto último donde el reto toma su mayor impacto.
En una próxima columna sobre esto, algunas estrategias aplicables al AMVA que han sido positivas en otros territorios.
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