“He escogido la prepotencia para el inicio de esta explicación sobre las causas perdidas, no por su fácil atribución de superioridad o arrogancia, sino porque es la actitud con la cual se enjuician a estas almas. Los filósofos han llegado a ser acribillados de “prepotentes” desde siglos atrás, casi desde el comienzo mismo de la filosofía. ¿No es acaso la condena a Sócrates una condena a la prepotencia filosófica?”.
Las siguientes palabras tratan de un problema al que algunas almas solidarias, como son llamadas por Camus, han decidido hacerle frente. Luchar contra las causas perdidas podrá parecer algo superfluo y carente de importancia, pero en un mundo donde lo superficial abunda en todos los medios quizá nos refrescará la conciencia. Sea la causa que sea, aún cuando todo parece ir en nuestra contra, nada anima a luchar a favor de las mejores cosas, de las más virtuosas o buenas. A un sueño de filósofos o poetas es reducida esta actitud. La sitúan de manera onírica o, peor aún, la toman como burlas en festines reales, donde los hombres imbuidos en la realidad se regocijan de su mundanidad y abandono. Estas almas solidarias tienen que buscar refugio ante la ofensiva, pero son pocas las que consiguen un lugar que les provea seguridad, incluso aunque sea momentánea. La filosofía ha acogido a gran parte de ellas, pero no les ha dado armas o armaduras para regresar a la lid. Los filósofos lo saben y con todas las cosas en contra deciden afrontar esta batalla.
He escogido la prepotencia para el inicio de esta explicación sobre las causas perdidas, no por su fácil atribución de superioridad o arrogancia, sino porque es la actitud con la cual se enjuician a estas almas. Los filósofos han llegado a ser acribillados de “prepotentes” desde siglos atrás, casi desde el comienzo mismo de la filosofía. ¿No es acaso la condena a Sócrates una condena a la “prepotencia filosófica”? Impiedad y corrupción son el veredicto que el jurado usa para condenarlo. Tuvo oportunidad de librarse de esta condena: dejar la practica filosófica y no cuestionar las creencias, pero Sócrates, inspirado en esa prepotencia filosófica, rechaza contundentemente esto. Dejar de filosofar nunca será una salida para el filósofo. En su defensa, Sócrates irrita al jurado con su negativa a adular y apelar impacientemente o arrebatado de emociones por su vida. ¿Es entonces aquella misión filosófica tan importante para arriesgar la vida? ¿Acaso no era una causa perdida luchar por la importancia del cuestionamiento y la búsqueda por la verdad? Sócrates, consciente de su condena, muestra el destino que le espera a las almas solidarias en la sociedad: «filosofad, cuestionad las convenciones y recibirás hostilidad y persecución». Puede que esto sea considerado como el peor mal del ejercicio filosófico y a pesar de esto, Sócrates nos advierte de algo mucho peor: «Yo voy a sufrir la muerte, a la que me habéis condenado, pero ellos sufrirán la iniquidad y la infamia a que la verdad les condena». Y antes de acabado su juicio profiere la última sentencia:
Ahora bien, a vosotros mismos os pido una sola cosa: varones, castigad a mis hijos, cuando sean mayores, afligiéndolos con esos mismos hechos con los que precisamente yo os molestaba a vosotros, si os parece que se preocupan de las riquezas o de cualquier otro bien antes que de la virtud, y si creen ser algo, cuando no son nada; reprochádselo como yo os lo reprocho a vosotros, ya que no se preocupan de lo que es necesario, y creen ser algo aunque no son dignos de nada. Y, si hacéis esto, mis hijos y yo habremos recibido de vosotros la paga justa. Pero es hora de marcharse, yo a morir y vosotros a seguir viviendo; ahora bien, quién de nosotros va a una mejor suerte, es incierto para todo el mundo, excepto para la divinidad. (Apología, 41e, AKAL)
Esta prepotencia filosófica tiene un principio irreductible: el principio de la docta ignorancia. El cual se redujo al comúnmente conocido sólo sé que nada sé, que hoy se entiende en la medida en que el filósofo no puede en ningún caso dar pruebas de su verdad. ¿Por qué entonces la filosofía decide luchar contra causas perdidas como el bien, la verdad y la virtud, si nunca nos podrá dar pruebas de ellas? ¿Por qué elegir la filosofía si ya la ciencia nos garantiza el conocimiento de todo el contenido del mundo? ¿No es acaso la filosofía la lucha misma contra las causas perdidas? Podría ser más fácil si estas causas fueran tan sencillas como la que mueve a Larsen, personaje principal en Juntacadáveres, abrir un prostíbulo en la Santa María onettiana. Desafiar el orden moral y social en un pueblo conservador con el fin de destapar la hipocresía de la comunidad es una tarea que un alma solidaria haría parecer muy sencillo. Pero no, estas almas deciden atacar las causas más ideales bajo el influjo de la prepotencia.
Tal vez esta prepotencia se pueda comprender en una prepotencia del conocimiento, en una actitud vital que no acepte las verdades generalizadas. Husserl y los fenomenólogos, al igual que lo hizo Sócrates, reafirman su mirada al mundo bajo el rechazo a aceptar las cosas como son. ¿Qué nivel de prepotencia es la búsqueda por describir y entender la esencia de las experiencias sensibles? ¿No es acaso una lucha perdida reivindicar el compromiso radical con la autenticidad y fidelidad a la experiencia vivida? Los fenomenólogos dicen: Rechacemos, ante todo, cualquier teoría o creencia preconcebida sin antes someterla a un examen riguroso en la conciencia. Nada es como es para el alma solidaria, para el prepotente filósofo. Y aunque el mundo condene esta actitud, aquellas almas la aceptan y reivindican. Podrán acribillarlas y excluirlas, pero esta prepotencia, entendida como firmeza contra la conformidad, será la que valorice esta actitud. Dice Patočka: podrán anular la existencia de estas almas, sin embargo, es así como ellas han entrado en la historia.
Las luchas de la filosofía nunca serán perdidas, hay que buscar un apoyo para concientizarnos más
Lo filósofos más que prepotentes son humildes, no?