¿Cuál es la medida del amor verdadero? ¿El amor por el otro? ¿Amor propio? ¿Amor por todos? Cuando los ideales de Libertad, Igualdad y Fraternidad nacieron con la Revolución Francesa, ni sus mismos abanderados se dieron cuenta de los monstruos que se creaban. Víctimas de la mismas revolución. Como Kronos se comió a sus hijos, la revolución los devoró a ellos; pero siguió consumiendo la humanidad. Ese amor por el otro representado como conocimiento y la sabiduría que debía residir en cada uno: no era el amor verdadero.
Cada quien por su lado, cada quien como puede, hasta donde puede. ¡Hasta la muerte si es necesario!
Así pasó la historia de la humanidad, la lucha por dos de los tres ideales. La eterna pugna entre la igualdad y la libertad. El origen de los males y las guerras. La necesidad de propiedad y la satisfacción de mínimos esenciales de vida. La adquisición o la equidad. La mano invisible o el control absoluto. Ninguno fue la medida del amor verdadero.
Marcó la historia de la humanidad la pugna de los azules versus rojos. Amor por todos, sí, por todos los que son de mi color. Color que no solo se traduce en banderas, sino en pieles que con cada latitud cambia, que con cada grado sobre Greenwich o la Línea Ecuatorial propone una visión nueva de mundo alejada de esos ideales, de esos menesteres propios de los colores empuñados posrevolución. Colores que olvidaron lo principal entre seres iguales: el amor, pero por todos sin importar el color.
Por esos colores, y por estos, la lucha por la razón tuvo lugar en los campos de batalla. Consignas vociferadas por unos y otros trascendieron de década en década. Justamente: de guerra en guerra. Al terminar y decidir que la razón podía ser de los dos, sin ni siquiera estar en ese acuerdo, decidieron la reivindicación de todos aquellos colores y latitudes que habían sido agraviadas en la pugna. Ciudades, naciones y la humanidad devastada. Procuraron el amor verdadero.
¿Cómo reivindicarlos? ¿Cómo saciar años de guerra sobre sus casas, años de odio sobre su color de bandera y piel? Usaron el cine, entre otros.
Una forma universal de comunicación con el objetivo de despertar emociones, alivianar cargas, de hacer útil lo superfluo. La forma de hacer reír sobre la miseria misma, y “gozar” en la lejanía de la guerra a través de una pantalla de 3.5mm o el TV de una sala. Nos escondieron ese desierto llamado realidad, y enseñaron un mundo donde todo es posible. Donde no importa el color de bandera o piel, siempre hay un objetivo cumplido, así sea a la guerra misma. ¡Ah! Alabados sean los hombres que encontramos la manera de destruirnos. El eslabón perdido.
Fue como a través del cine y mensajes de solidaridad y sobre todo, mensajes de aquel valor perdido, de la fraternidad, pretendieron llegar a todos y saciar el mal. Empezaron a dar amor, del propio, con intenciones de ser amor para todos. Se abrió un espacio para unos, otros y los que sobraban para reivindicarlos a como dé lugar
Pero llegó tarde y tras años de atrocidades. Así se ha visto cómo en tan magno espacio se ha premiado lo mejor, en un principio, no solo del cine como arte, sino de esta reivindicación. En su momento galardonado y recopilando aquello que diera memoria y sentimientos sobre el casi exterminio judío. Ahora, y con talento de sobra eso sí, se han tornado como un reconocimiento ante comunidades, zonas, y colores que se han encontrado en histórica zozobra y yugo de la libertad y la igualdad. Siempre enmarcado en un sesgo ideológico inamovible que llamaron “multiculturalismo”, solo un aparato que disfraza todo el odio que la modernidad nos ha obligado a guardar.
Empuñando la bandera del “multiculturalismo” dimos como ganadores a negros, asiáticos, minorías, amarillos, rojos, azules, y todo color, sexo o religión nos inventamos. ¡Ahora sí! Amor para todos, la medida del amor verdadero. Pero disfrazado, aún disfrazado. ¿Cuán difícil es entender que esa medida de amor la encontramos tras ese olvidado valor de la fraternidad? Aquí estamos presentes viendo ganar los colores como reivindicación, pero en el fondo odiando lo que toman como si, nunca por esa diferencia, hubiesen tenido el derecho.
Libertad, igualdad, fraternidad y 3.5mm… Han sido los elementos necesarios para recapacitar sobre la deuda de la humanidad con la humanidad. Del hombre deshumanizado con el hombre que nunca fue considerado tal. Siempre sesgados. Que como todos los años, se apaguen las luces, se prepare todo y se dé marcha… ¡luces, cámara e ideología!