Tal cual como el pobre Ulises, Juan Gabriel Vásquez, Santiago Gamboa y Pablo Montoya, siguen navegando por diversos mares buscando un camino “correcto” que los lleve de vuelta a ese hogar deseado, al punto de partida.
Estos tres escritores tienen en común muchos aspectos, uno de ellos es que vivieron en París en diferentes épocas, pero con el mismo sueño: ser escritores. Los han traducido y han logrado ganar diversos premios con los libros que día a día escribieron con una rigurosidad apoyada en la ausencia de esa tierra anhelada. El asunto radica directamente en el desconocimiento que existe de estos escritores en Colombia, en sus calles, en sus ciudades.
Juan Gabriel Vásquez, quien ganó el Premio Alfaguara con su libro El ruido de las cosas al caer (2011), no es tan conocido como un escritor popular, sino como un escritor de la academia. Lo mismo le sucede a Santiago Gamboa, quien ha sido finalista de los premios Rómulo Gallegos y Médicis con su novela El síndrome de Ulises; y a Pablo Montoya, ganador del Rómulo Gallegos con su novela histórica Tríptico de la infamia.
Y se puede seguir con una lista de premios que han ganado cada uno de estos escritores valorados en Europa y en otros países de América Latina, pero que son de difícil reconocimiento en los lectores colombianos. ¿A qué se debe todo esto? Una de las razones radica en la falta de lectura que hay en nuestro país, cifra que según el informe del Cerlalc (Centro regional para el fomento del libro en América Latina y el Caribe) va disminuyendo cada año, ya que los colombianos leen entre 1,9 y 2,2 libros al año por cada habitante. Es un resultado bastante mínimo a comparación de países como Argentina o España.
Además de esto, está el desconocimiento total de los “nuevos” escritores colombianos, pues desde 1982, cuando Gabriel García Márquez ganó el Premio Nobel de Literatura, Colombia se convirtió en una esfera hermética en la que sólo se reconoce a Gabo como el “único” escritor colombiano existente, agotando sus libros y enseñando en cada colegio y escuela cuanto se pudo de las historias de nuestro Nobel, cuestión que no está mal pero que generó un cierre total para la visión y la apertura de nuevos escritores que venían trabajando o empezaron a trabajar en mundos que no eran Macondo, pero que quedaron eclipsados por la ola de mariposas amarillas y coroneles de las mil y una guerras que vivió nuestro país.
Juan Gabriel Vásquez volvió a Colombia cuando descubrió que su última novela, La forma de las ruinas, debía escribirse en su tierra, tener la esencia bogotana en su punto más alto. Así que regresó de Barcelona con la idea de entregarse de tiempo completo a la historia de Jorge Eliecer Gaitán y Rafael Uribe Uribe. Para llevar esta empresa Juan Gabriel dejó su espacio en el Espectador, la columna que escribía semana a semana y que gozaba de buenos lectores. Se alejó también de El País de España, donde también dedicaba buena parte de su tiempo a la construcción de columnas sobre literatura y política colombiana. La forma de las Ruinas lo llevó a ser semifinalista del premio Biblioteca de Narrativa Colombiana, galardón que se le dio a Andrés Felipe Solano por su libro Corea: Apuntes desde la cuerda floja. Juan Gabriel hace poco fue galardonado con el premio Casa de las Américas en Portugal por su novela Las Reputaciones, y su última novela ya va en la segunda edición.
Lo mismo le sucedió a Santiago Gamboa, quien ahora vive en Cali pero que en gran parte de su vida fue un escritor viajero. Pasó por España, Francia, Italia e Inglaterra y sus libros siempre hablan de esa experiencia de viajes, de ese ir y venir constante sin encontrar un punto fijo donde quedarse. Solo basta leer Vida feliz de un joven llamado Esteban, Los impostores, Océanos de arena y tantos libros del escritor bogotano que a los dieciocho años decidió viajar a Madrid con el sueño de ser escritor, estudió filología hispánica y se doctoró en literatura cubana en la Sorbona. Después de tanto viajar, y por algunos asuntos familiares, vuelve a su país y se establece en la sucursal del cielo. Dos años después de su regreso Santiago Gamboa nos entrega Volver al oscuro valle, novela de 500 páginas en donde el sexo y el erotismo son su punto central y están acompañados de la buena poesía de Rimbaud. Esta novela hace parte de las once finalistas del Premio Biblioteca de Narrativa Colombiana 2016.
Y el caso de Pablo Montoya, quien ha sido un escritor anónimo, es que se abrió un espacio entre los escritores de gran nombre con el premio Rómulo Gallegos que recibió en 2015, y ahora con el José Donoso otorgado en Chile. Ha sido profesor de la Universidad de Antioquia y prepara su quinta novela con la cual busca un reconocimiento en su país, pues al igual que los otros dos autores, Pablo Montoya goza de gran renombre en las tierras lejanas donde siempre lo reciben con los brazos abiertos.
Aunque es difícil aceptarlo, estos escritores son más respetados y admirados en los países donde habitan o habitaron, mientras que en este país del sagrado corazón no nos damos la oportunidad de ver a otros autores con propuestas diferentes. Un día estaba de visita en la librería Lerner del Centro de Bogotá, y mientras caminaba por las diferentes secciones de libros me dediqué a leer un poco los títulos de los escritores colombianos. Me atreví a preguntarle a uno de los ayudantes cuál de estos tres escritores es el que vende más, y con una voz pausada y muy concreta me respondió que era Juan Gabriel Vásquez, quien tiene más ventas junto a Evelio Rosero y Pablo Montoya (este último gracias al Premio). Santiago Gamboa vende poco pero logra estar entre esa lista de autores solicitados. Sin embargo, todos ellos no entran al otro grupo selecto de Márquez, Mutis, Fasciolince, etcétera.
Todo esto no es más que el ejercicio de una desinformación constante por parte de algunos medios de comunicación, de los profesores de literatura, de los colegios que dejan que la noticia sea Maluma, Shakira o cualquiera que sea capaz de llamar audiencia. Abrirle paso a este tipo de temas nos ayudaría a salir un poco de tanta noticia violenta y desalmada que nos ocupa diariamente.
Tres Ulises navegan por las aguas diáfanas del olvido en su país, luchan por escribir siempre sobre sus ciudades y aunque ahora ellos están radicados en Colombia, siguen siendo tan desconocidos como el primer día que decidieron partir de su tierra para buscar su sueño. No todo es un balón entre los pies, no todo es el vídeo musical del momento. La vida está compuesta de otros elementos que no queremos explorar, nuestro país tiene tanto talento que preferimos que otros le agradezcan a estos escritores lo que nosotros deberíamos agradecerles: llevar las letras colombianas por el resto mundo.