La Ruta de la Seda es un concepto poco conocido por estos días, e integra una parte importante y sustancial de los tratados de libre comercio a nivel mundial, donde China es el protagonista.
Este concepto se forjó alrededor del año 130 a. C. bajo el periodo de la dinastía Han, creándose exclusivamente para establecer una red cultural y comercial que beneficiara a diferentes regiones, ayudando además a la integración de civilizaciones tales como la misma China, India, Roma, Persia y Grecia, y entregándole también –en un inicio– al gigante asiático el monopolio de las exportaciones por alrededor de quince siglos. Luego con los años y la modernidad, se conformó un largo camino hasta Occidente.
Posteriormente, en el año 2013 comienza a gestarse la Nueva Ruta de la Seda en donde China toma la iniciativa de liderar en el Pacífico asumiendo diversos acuerdos. Dentro de estos importantes convenios se compromete a, en primer lugar, instaurar una franja económica con miras a perfeccionar la conectividad dando prioridad a su infraestructura vanguardista. En segundo lugar, reestablecer la antigua Ruta de la Seda Marítima –hoy del siglo XXI– siendo parte del proyecto Belt and Road, invirtiendo más de 40 billones de dólares en la nueva extensión para, finalmente, crear un banco asiático de inversiones con el propósito de mejorar los mercados y vigorizar la economía asiática.
Hoy día, Latinoamérica no está ajena a estas negociaciones, constituyéndose Chile, Perú y Argentina como los socios comerciales más importantes de este megaproyecto, que bien sabemos, el objetivo comercial de China es extender sus negociaciones con los países de LATAM para desarrollar nuevos corredores comerciales y así animar a una vasta inversión, aunque, se ha hablado de que esto de por sí conlleva el ejercer fuertes influencias, tanto económicas como políticas.
China en los últimos años ha abarcado grandes mercados en mi país (Chile) debido al sistema facilitador de la inversión extranjera, y su influencia va en fuerte alza.
Por ejemplo, en el año 2013 comienza a invertir en State Grid International Development Limited, concretando la compra del 97,145% de la Compañía General de Electricidad Distribución S.A. (CGE Distribución S.A.) que, como se sabe, es el principal proveedor eléctrico de la región metropolitana.
Luego, en el rubro de minería, específicamente en el año 2022, la empresa BYD Auto, cuyos vehículos circulan por nuestras calles, se adjudicó una (1) de cinco (5) cuotas de explotación del litio, siendo esta compañía la total proveedora de los buses eléctricos RED Metropolitana.
Esto, sin mencionar su posición sobre la agroindustria, el rubro de la alimentación, la tecnología y las telecomunicaciones, y no menor, el sector salud, instalando un laboratorio de Sinovac con la planta de rellenado y distribución de vacunas (fill & finish), productora de más de 60 millones de dosis de CoronVac, esperando luego concretar un centro de I+D en el norte de mi país.
Pese a que pudiera ser provechoso para Chile y Latinoamérica, y considerando todos sus avances, la pregunta es: ¿Por qué casi el mayor porcentaje de inversiones disponibles en diversos rubros, son adquiridas por China?, no siendo ecuánime con la participación de otros países en empresas o proyectos en territorio chileno. Y establezco esto porque es importante contrarrestar su influencia.
Paso a exponer mis razones lógicas.
Nuestro país siempre ha sido diverso en cuanto a la adjudicación de otros países en las inversiones. Esto ha logrado que Chile pueda elegir al mejor proveedor de diferentes bienes y servicios, pero al ser solo un país el mayor socio económico a elección del Gobierno, puede este nocivamente ejercer dominio político al ser el “gran” mantenedor de sectores tan importantes como la energía de nuestros hogares o tener el completo control de nuestra red de transportes terrestres.
Si bien han sido varios los Gobiernos que sembraron tratados internacionales con países asiáticos estatistas, realmente no se ha tomado el peso político de la situación, ya que los Gobiernos actuales, aquellos que hoy por hoy abundan en Latinoamérica, son ad-hoc con el pensamiento e ideología de China. Pero llegado el momento de un eventual cambio de Gobierno: ¿Cuáles serán las nuevas condiciones que se impondrán?, ¿será China tan imparcial o con una óptica “cultural” como expresa el análisis de IED (Inversión Extranjera Directa) perteneciente a la Biblioteca del Congreso Nacional de Chile (BCN)?
Claramente, ahora todo funciona bajo las reglas del libre mercado, aunque es bastante claro que países como China, Rusia e Irán, desde tiempos inmemorables, han buscado imponer normativas estatistas, coartar todas las libertades de sus habitantes y amedrentar por medios coercitivos con la finalidad de implantar su sesgo político e imperante. Ciertamente, ¿qué nos dice que Latinoamérica no es un sector de interés para estos países, siendo aun tan vulnerable políticamente?
Pongo especial énfasis a los hechos que, últimamente, han sucedido en distintas naciones de la región, como por ejemplo, los provocados por Pedro Castillo (Perú) o Gustavo Petro (Colombia), a sabiendas que también son fuertes inversores de Gobiernos de países como Venezuela y Cuba.
Queda a la reflexión, ¿no creen?
Este artículo apareció por primera vez en nuestro medio aliado El Bastión.
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