“La estela del socialismo en Cuba se había irradiado en el resto de Latinoamérica.”
En la tesis XV sobre el concepto de historia dice Walter Benjamin que «los calendarios no cuentan el tiempo como los relojes, son monumentos de una conciencia de la historia» ¿hay en Latinoamérica rastros de este calendario? En 2019, unos meses antes de la emergencia por pandemia, se celebraron 30 años de la caída del muro de Berlín. En Latinoamérica varios países conservan un fragmento de los restos del muro derrumbado que, quizá por la coyuntura política de la región, se traten de restos de decoración sin conmemoración.
Gran parte del tiempo del calendario latinoamericano se recogen las ruinas de aquel muro del 9 de noviembre de 1989, no para usar esos pedazos como material de una nueva propuesta política, sino para intentar reconstruirlo. Emular las bases socialistas en lo que, sin duda, ha sido una estructura sostenida en sus grietas y en la decadencia de su concreto. Porque la conciencia histórica de un calendario suspendido se manifiesta como deterioro y no como transformación. Frente a la imposibilidad de anular la historia, parece más fácil tratar de imitar el pasado que tomarlo en cuenta para transformarlo.
Pero, ¿cómo aprendió a suspenderse el calendario en Latinoamérica? Por la palabra. Lo que César Vallejo a principios del siglo XX había descartado por su experiencia del comunismo en Rusia, lo recogieron Gabriel García Márquez y otros autores del Boom latinoamericano en forma de socialismo. Una literatura que trataba de exponer un momento específico del autoritarismo regional, el de las derechas de la Guerra Fría.
Cuando Carlos Fuentes pensó en 1967, en una carta a Mario Vargas llosa, que cada uno de los autores del boom se dedicaran a trabajar un dictador del siglo XIX y siglo XX hasta la Guerra Fría, se proponía lo que más tarde, en su ensayo La nueva novela hispanoamericana (1969), formula Como tesis, tan apreciada por Alejo Carpentier García Márquez y Vargas llosa:
«Ya hemos indicado algunos de los desafíos tradicionales para nuestra literatura, nuestra historia ha sido más imaginativa que nuestra ficción. El escritor ha debido competir con montañas, Ríos, selvas, desiertos de dimensión sobrehumana ¿Cómo inventar personajes más fabulosos que Cortés y Pizarro? ¿Más siniestros que Santa Anna o Rosas? ¿más tragicómicos que Trujillo o Batista? Reinventar la historia, arrancarla de la épica y transformarla en personalidad, humor lenguaje, mito, salvar a los latinoamericanos de la abstracción e instalarlos en el reino humano del accidente, la variedad, la impureza: solo el escritor en América Latina puede hacerlo.»
Alejo Carpentier en novelas como el recurso del método o el siglo de las luces, demuestra su entusiasmo con esta propuesta, porque le permite promover el discurso oficial del socialismo cubano a través de una crítica a las dictaduras de la derecha latinoamericana de las primeras décadas del siglo XX.
Más adelante, en medio de una Guerra Fría e incluso después de la caída del muro de Berlín, el colombiano García Márquez no solo escribe novelas como El Otoño del patriarca o El general en su laberinto, sino que realiza reportajes como «Cuba de cabo a rabo» (1975) donde defiende la institucionalización del socialismo en la isla, ya que en ese año se celebraría el primer congreso del partido comunista donde se sentarían las bases de la nueva constitución, aprobada en 1976. García Márquez que había llenado de elogios al sistema cubano por su resistencia frente al bloqueo, no ocultaba su rechazo al unipartidismo cubano. En este mismo reportaje, que naturalmente no se publicó en la isla, reconocía que lo peor de la prensa socialista en Cuba era que los medios de información estaban bajo la dirección y el control del partido comunista. García Márquez pensaba que en Cuba podía producirse una reforma política que abriera el régimen a la diversidad de opinión interna y a la disidencia intelectual. Y aunque el escritor colombiano siempre rechazó el socialismo de la URSS y Europa del este, los principales aliados de Fidel Castro entre 1960 y 1992, no deja de ser paradójico que, según el Gabo, lo mejor de la Cuba socialista emergiera justo cuando la isla del Caribe se acoplaba más plenamente a la órbita soviética.
Si la Unión Soviética fue una estrella que dejó de brillar en 1989, la estela que había dejado en Cuba logró irradiar su luz en el resto de Latinoamérica. Gracias a una legitimación en los proyectos políticos-narrativos de los escritores que durante la misma época se consolidaban en el panorama intelectual. Aunque más adelante muchos de ellos se distanciaran formalmente del programa cubano.
A partir de todo esto, y reconociendo que al sistema soviético siempre le interesó tener de aliados a los artistas e intelectuales, me pregunto si la precipitación de los intelectuales latinoamericanos por apoyar un programa político, que heredaba los preceptos nada secretos de la represión de Berlín del Este, respondería a una urgencia emocional por lo nuevo que subestimaba la historia, y por ello Carlos Fuentes proponía reescribirla en ficción.
Y de ser así, ¿cuáles fueron las consecuencias de esa responsabilidad política que asumieron los escritores? ¿La suspensión del calendario como conciencia histórica?
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