El pasado 7 de abril se conmemoraron 30 años del tristemente célebre genocidio de Ruanda, en el que, de la manera más brutal, fueron asesinadas alrededor de setecientas mil personas, en una fratricida y barbárica guerra civil. Uno pensaría ingenuamente, que este tipo de acontecimientos funestos no se repetirían en la historia moderna, no habría motivo para que un pueblo exterminase a otro bajo ningún pretexto en la nueva era. Pero aquí vamos, viendo impotentes, de brazos cruzados, como el “pueblo de Dios” borra de la faz de la tierra con artillería pesada a una población acorralada que en su mayoría se defiende con rocas.
Tampoco, infortunadamente, es el único genocidio que estamos presenciando en vivo y en directo. En el continente madre, están ocurriendo cosas que el mundo ignora (o quiere ignorar), y que son, en su mayoría, fruto de los desalmados procesos coloniales llevados a cabo por Europa y Estados Unidos, y, quizá porque el foco de atención se lo roba Eurovisión o la guerra en Ucrania, con unos medios de comunicación totalmente vendidos a las estructuras de poder, cuya información parcializada invisibiliza naciones enteras que no parecen relevantes porque no hacen parte del G7 o porque su PIB no figura en las estadísticas desarrollistas.
La RAE define como genocidio el “exterminio o eliminación sistemática de un grupo humano por motivo de raza, etnia, religión, política o nacionalidad”. Por su parte, las formas de llevar a cabo un genocidio no son únicamente las armas, el hambre, el destierro y el desarraigo; la violencia simbólica y estructural son también formas de llevar a cabo un genocidio, y eso precisamente, es lo que está sucediendo en varios flancos y en varios países africanos, una “eugenesia”, una limpieza social, al mejor estilo de las prácticas nacionalsocialistas.
Etiopía
Es un país de 120 millones de habitantes, ubicado en el llamado Cuerno del África, en una zona que se ha caracterizado por guerras y hambrunas, pero que alguna vez fue un gran imperio conocido como Abisinia, con una riqueza patrimonial y natural sin precedentes. Con el transcurso de los tiempos, en el 2020 estalló un conflicto armado en la región del Tigray, pero la génesis de este conflicto se remonta a los tiempos del emperador Haile Selassie y su lucha contra el Frente Democrático Revolucionario del Pueblo Etíope (FDRPE), del cual se desprendería el partido político armado llamado: Frente de Liberación Popular de Tigray.
El conflicto ha dejado miles de muertos, especialmente de la etnia Amhara, que ha sufrido de forma más severa la escalada violenta, tan solo en la masacre de Mai Kadra (región limítrofe con Sudán), ocurrida entre el 9 y 10 de noviembre de 2020; según cifras de la BBC[1], fueron estrangulados y asesinados con palos, piedras, cuchillos, machetes y hachas, más de 600 personas en total indefensión (igual que en Ruanda). El asesinato sistemático ha continuado sin que se hayan dado pronunciamientos significativos de la comunidad internacional.
República Democrática del Congo
Es un inmenso país con una desafortunada historia, ocupa el puesto 11 de los 195 países (reconocidos por la ONU) en extensión territorial, con una población de 99 millones de habitantes. Antes llamado como el Congo Belga, fue la propiedad privada del sanguinario Leopoldo II de Bélgica, a quien se le atribuye la muerte de alrededor de 10 millones de personas (muchas de ellas mujeres y niños), sin contar la mutilación de manos y pies, práctica muy utilizada para presionar a la población para que mantuviera y aumentara la producción de caucho al mejor estilo de la Casa Arana (a propósito del centenario de La Vorágine).
En 1960, El Congo alcanzó la independencia, bajo el nombre de República de El Zaire, pero la suerte del país no cambiaría. Bajo la dictadura de Mobutu Sese Seko (quien llegó al poder con la ayuda de Estados Unidos) se instauró una cleptocracia, que no solo desangró las arcas del estado, sino que sumió al país en una guerra civil, focalizada en el sur del país contra los rebeldes Katanga (Fuerzas aliadas del Frente Nacionalista e Integracionista), cofinanciados en gran parte por la empresa sudafricana AngloGold Ashanti, según reza un informe de Human Rights Watch.[2] Mobutu fue derrocado en 1997 tras finalizar la llamada ”Gran Guerra del Congo”.
El líder de este grupo insurgente, Germain Katanga, fue condenado por la Corte Penal Internacional (CPI) en mayo de 2014 a 12 años de prisión por crímenes de guerra y de lesa humanidad (la misma corte que emitió la orden de captura contra Netanyahu) por la masacre cometida al pueblo Hema, en la Villa de Bogoro, donde fueron asesinadas doscientas personas, y las mujeres de la tribu (de todas las edades) fueron secuestradas para servir como esclavas sexuales de los combatientes.
En 1960 la provincia de Katanga proclamó su independencia de la República Democrática del Congo, aunque dicha situación fue revertida por los gobiernos siguientes. Aun así, las guerrillas que han dominado buena parte del territorio, se siguen financiando con la extracción y comercio del coltán y de diamantes, y, para variar, una potencia predadora del nuevo mundo, se beneficia de la caótica situación: cuando todavía era conocido como El Congo Belga, se convirtió en uno de los mayores proveedores de uranio a Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial y buena parte de la Guerra Fría.
El Congo ha sufrido dos grandes guerras, la primera (1996-1997) y la segunda (1998-2003), esta última ha sido llamada por los historiadores contemporáneos como la II Guerra Mundial Africana o la Guerra del Coltán, por la magnitud del conflicto (que incluyó a otros estados como Ruanda), y porque en ella murieron más de 5 millones de personas, el número más elevado en un conflicto desde la II Guerra Mundial. Quizá por esta misma situación, se esté presentando nuevamente un ataque en contra de la población civil y con la connivencia de las mismas potencias.
En la actualidad, se vive una guerra entre el movimiento subversivo M23 (23 de marzo) financiado por Ruanda y el gobierno Congoleño presidido por Félix Tshisekedi, que ha dejado cientos de víctimas y que busca básicamente apoderarse de las minas de coltán y de diamantes. Según la Oxfam, millones de personas se enfrentan al hambre:
“La República Democrática del Congo está envuelta en una compleja crisis humanitaria que dura décadas. La situación en el último año se ha deteriorado de forma gravísima debido al aumento del número de combates dentro del país, así como su intensidad. La crisis ha multiplicado por ocho el nivel de hambre. Se han perdido cosechas enteras, generándose una grave escasez de alimentos. Millones de personas carecen de acceso a agua apta para el consumo y se ven obligadas a beber de fuentes que podrían estar contaminadas”[3].
Así mismo, trece millones de personas requieren ayuda humanitaria urgentemente, y hasta la fecha, cinco millones han sido desarraigadas de sus hogares para poner a salvo sus vidas y la de sus familias, originando la mayor crisis de desplazados del continente africano. Aunado a esta gravísima situación, debe sumarse, por un lado, la reaparición del ébola, que en su última oleada cobró alrededor de 11.000 vidas, y por otro, la viruela símica que hace fuerte presencia en la región.
Las noticias no son nada alentadoras y, desafortunadamente, El Congo y Etiopía no son los únicos casos preocupantes; Sudán y Senegal viven una situación parecida. France 24, respecto a Sudán, titula[4]:
“Tras un año desde el inicio de la guerra civil en Sudán, millones de personas se han visto obligadas a huir, buscando refugio en países vecinos. Naciones como Sudán del Sur reciben diariamente alrededor de 1.800 nuevos desplazados, exacerbando aún más la precaria situación. Egipto es otro de los países de acogida, albergando a más de medio millón de sudaneses, sin embargo, la vida de los refugiados presenta grandes desafíos y las perspectivas de retorno y estabilidad son cada vez más distantes”.
A modo de conclusión, traigo a colación las palabras que Milan Kundera escribió en la primera parte de su famosa novela “La insoportable levedad del ser” y que parecen sentenciar la historia de África, que como bien lo diría Francia Márquez, es un continente empobrecido, colonizado y recolonizado hasta el hastío y cuyo panorama no parece cambiar en el futuro cercano mientras las potencias hegemónicas sigan aprovechándose de sus falencias económicas y, paradójicamente, de sus recursos naturales:
“El mito del eterno retorno viene a decir, per negatio-nem, que una vida que desaparece de una vez para siempre, que no retorna, es como una sombra, carece de peso, está muerta de antemano y, si ha sido horrorosa, bella, elevada, ese horror, esa elevación o esa belleza nada significan. No es necesario que los tengamos en cuenta, igual que una guerra entre dos estados africanos en el siglo catorce que no cambió en nada la faz de la tierra, aunque en ella murieran, en medio de indecibles padecimientos, trescientos mil negros. ¿Cambia en algo la guerra entre dos Estados africanos si se repite incontables veces en un eterno retorno? Cambia: se convierte en un bloque que sobresale y perdura, y su estupidez será irreparable” (p. 4).
Todas las columnas del autor en este enlace: Jorge Diego Mejía Cortés
[1] «Ethiopia’s Tigray crisis: ‘Civilians massacred’, says Amnesty International». BBC News. 13 de noviembre de 2020.
[2] «The Curse of Gold | Human Rights Watch». Archivado desde el original el 11 de diciembre de 2008.
[3] https://www.oxfam.org/es/que-hacemos/emergencias/crisis-en-la-republica-democratica-del-congo#:~:text=La%20Rep%C3%BAblica%20Democr%C3%A1tica%20del%20Congo%20est%C3%A1%20envuelta%20en%20una%20compleja,ocho%20el%20nivel%20de%20hambre.
[4] https://www.france24.com/es/programas/migrantes/20240417-un-a%C3%B1o-de-%C3%A9xodo-millones-de-desplazados-por-la-guerra-en-sud%C3%A1n
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