Los nuevos imperios no solo disputan fronteras, disputan Wi-fi

“La revolución digital nos permitió libertad. Y, como en toda utopía traicionada, descubrimos demasiado tarde que la red que nos conecta también nos atrapa”


Hubo un tiempo en el que el mundo se repartía a punta de espada, pólvora y tratados secretos. Hoy, los nuevos conquistadores no necesitan ejércitos ni flotas imperiales: les basta con un servidor, un algoritmo y, eso sí, mucha de nuestra atención. En los mapas del siglo XXI—esos que ya no se imprimen, sino que se calculan—, las fronteras no las trazan los Estados sino las grandes corporaciones tecnológicas. Bienvenidos al nuevo orden digital, donde: Google, Amazon, Apple, Microsoft y Facebook dominan más territorio simbólico que cualquier imperio del pasado.

El Atlas de la revolución digital publicado por Le monde diplomatique edición cono sur es, en esencia, un espejo: nos muestra cómo el sueño libertario de la red se convirtió en un régimen de control, allí donde internet prometía descentralización, cooperación y conocimiento libre, surgió el “capitalismo de vigilancia” que Shoshana Zuboff diagnostico con precisión quirúrgica. En nombre de la conectividad, entregamos voluntariamente nuestra intimidad, y lo hacemos con una sonrisa. Nadie nos invadió: dimos las llaves de la casa a quienes nos ofrecía Wi-fi gratis.

La ironía es cruel. La revolución digital no necesita tanques ni golpes de Estado. Llego disfrazada de innovación y bienestar, pero su campo de batalla son nuestros datos y su botín, nuestra conducta. Como apunta los ensayos del Atlas, mientras los usuarios creímos estar navegando libremente, las plataformas nos están programando: cada clic, cada “me gusta” y cada desplazamiento de dedo es un voto de silencio al nuevo orden tecnológico.

El resultado de todo esto es: una geopolítica del territorio virtual, donde los Estados-Nación compiten por influencia en la nube y los ciudadanos se convierten en materia prima de una economía global de la vigilancia.

No se trata de negar los beneficios—sería absurdo—. La digitalización permitió democratizar el acceso a la información, mejorar el servicio en salud, educación y comunicación. Pero, como en toda revolución, el problema no es la herramienta, sino quien la empuña. El sueño libertario de los pioneros se desvaneció en los balances financieros de Silicon Valley. El garaje donde Gates o Page imaginaron una internet libre, se transformó en la sede de un cartel digital que acumula poder y riqueza con una eficacia que haría sonrojar a cualquier magnate del siglo XIX.

Lo más alarmante es que el colonialismo digital no requiere coerción. Se alimenta del deseo de pertenecer, del miedo a desconectarse. En la era del “capitalismo del like”, como lo definió Byung-Chul Han, la servidumbre es voluntaria y el control se disfraza de entretenimiento. La dominación se mide en tiempo de pantalla, no en kilómetros conquistados. Y en esta guerra sin balas, los usuarios somos soldados obedientes a generales corporativos.

Frente a este escenario, cabe una pregunta incómoda: ¿podrá la democracia sobrevivir a un entorno mediado por los algoritmos que deciden lo que vemos, pensamos y votamos? El Atlas es claro: la desinformación y la manipulación política ya no son efectos colaterales, sino mecanismos estructurales de un sistema que comercia con la verdad. La política digital no solo se libra entre Estados Unidos y China, sino entre los derechos humanos y la rentabilidad.

Quizás el único contrapeso posible esté en una ciudadanía digital consciente, capaz de exigir transparencia, regulación y soberanía tecnológica. Volver al espíritu de los orígenes—ese que soñaba con una red libre y colaborativa—no es nostalgia, sino supervivencia. Tim Berners-lee lo advirtió: “lo tenemos que hacer ahora”. La pregunta, claro, es si aún tenemos control o si el algoritmo ya decidió por nosotros.

La revolución digital nos permitió libertad. Y, como en toda utopía traicionada, descubrimos demasiado tarde que la red que nos conecta también nos atrapa.

 

Andrés David Arana Gutiérrez

Investigador Académico, consultor y asesor en temas relacionados con Geopolítica y Geojurídica Digital e Inteligencia artificial. Columnista y articulista de medios escritos digitales nacionales e internacionales. 

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