Los libros y su destino

«Es lo que nuestros politólogos y cientistas políticos debieran estar haciendo: desvelar la naturaleza mafiosa y hamponil de este Estado narcoterrorista. Un fenómeno inédito, como lo señalase Lech Walesa, que no tiene parangón con ningún régimen dictatorial o totalitario conocido. No es la ONU quien debiera ocuparse del caso Venezuela, ni muchísimo menos la OEA: son la Interpol y el FBI.»

Antonio Sánchez García @sangarccs

Habent su fata libelli
Terentianus Maurus

Soy un lector desordenado y compulsivo. Motivado por mis intereses y mis curiosidades, antes que por una metódica investigación intelectual. En permanente interacción con lo que voy viviendo, voy leyendo. Saltando de la realidad a la ficción, que es la fuente que fundamenta y nutre lo real. De la filosofía, sólo lo que me esclarece el presente, una utopía, pues toda filosofía es una reflexión metafísica acerca de la esencia de su tiempo. Destilado y elevado a la máxima abstracción nominalista, Heidegger la llamó Ser y Tiempo. Una aventura siempre maravillosa que me lleva de la Italia del Renacimiento a la Inglaterra isabelina, de la Alemania de Goethe y Heine a la Francia de Rabelais. Y desde luego de la Venezuela de Lope de Aguirre al Chile de Portales. Cuando cae la noche y me abate el cansancio, me basta mirar los lomos de mis libros, para sentir un gozo de vida irrenunciable: allí está, a mi espera, la aventura. Bernal Días del Castillo y esa maravillosa narración de nuestra insuperable Guerra de Troya, la hazañosa conquista de México por ese primer latinoamericano, Hernán Cortés; o Perú De Lacroix y José Manuel Restrepo, la narración de la utopía fundacional, esa nunca metabolizada y comprendida epopeya de Bolívar, el Sísifo y Prometeo que pre-anunció esta tragedia. Su maldición.

Ahora mismo, esparcidos y amontonados sobre la mesa de mi despacho, en diaria visita y permanente revisión, tengo a Ramón Díaz Sánchez y su extraordinario Guzmán, Elipse de una ambición de Poder – publicado cuando contaba con 47 años y un caudal de sabiduría y conocimiento que no es común entre los narradores contemporáneos de nuestro pasado, así él haya sido antes un literato que un historiador; Lenin, de Hélène Carrère d’Encausse, que me ha llevado a comprender que Ulianov era tanto o más cruel y sanguinario que Stalin; Repúblicas en Armas, del historiador francés Clément Thibaud, un exhaustivo estudio de la historia de armas de la guerra de Independencia; la Introducción a la filosofía, en dos pequeños tomos de la maravillosa editorial alemana Suhrkamp, de Ernst Bloch; La Democracia en América, una de las obras más sobresalientes del extraordinario Alexis de Tocqueville; Socialismo, de Ludwig van Misses; la Antología personal de Jorge Luis Borges y una biografía de Fidel Castro, de Volker Skierka. Más aparente heterogeneidad, imposible.

Ya arrinconados para volver a sus anaqueles, 1914, El Año de la Catástrofe, de Max Hastings; Joaquín Sánchez Covisa y su estupendo estudio Economía, Mercado y Bienestar; Tiempo de la vida y Tiempo del mundo, de Hans Blumenberg; Democracia, Justicia y Socialismo, de Friedrich Hajek y El Orden y el Tiempo, una breve introducción a Antonio Gramsci, de Manuel Sacristán. Bases de una cultura desordenada y heteróclita, formada al calor de la vivencia de esta espantosa tragedia, causada también, y en gran medida, por los delirios del ágrafo y bufonesco marxismo venezolano. Los intelectuales y las academias, de todos los matices y colores, han echado paletadas de tierra sobre el cadáver de nuestra democracia, antes que alzarse contra el delirio y el extravío. Jamás supieron hacer una autocrítica práctica de su ominosa declaración de amor y sus ditirambos al tirano caribeño, padre de nuestras desdichas. Entonces llegaron al clímax de su sabiduría: honrar a un asesino serial como ejemplo de dignidad continental. Lo seguimos pagando.

Cada día van sucediéndose otros libros, que se reciclan y dan vueltas de un rincón al otro, que en Venezuela ya no llegan ni se podrían comprar libros nuevos. Dos amados amigos ya desaparecidos, Luis Penzini y Álvaro Jiménez Pocaterra, sabiéndome voraz y ansioso lector, solían regalarme libros que importaban a ese fin según advertían de mis necesidades. Pero a estas alturas, todo lo que se puede saber para comprender que nos encontramos recluidos en un campo de concentración, en el que muchos de los prisioneros son al mismo tiempo, consciente o inconscientemente, nuestros propios carceleros, ya lo sabemos. Marx descansa en paz en sus obras completas, en alemán. De él hace ya muchos años que no hay nada que aprender. La Teoría Crítica, que fuera una de mis pasiones intelectuales, ya dijo todo lo que había que decir y de Adorno, mi maestro, queda una deuda no saldada, que pudo haber sido de extraordinaria importancia para tener un atisbo de comprensión sobre el fenómeno de gansterización del Estado y de la política que hoy sufrimos en grado extremo en Venezuela: en 1940 reconoció el fracaso del marxismo como instrumento de comprensión del nazismo, deslindó a la economía capitalista de toda responsabilidad en el expansionismo hitleriano y prometió un estudio sobre la transformación del Estado Nazi en una mutual mafiosa y pandillesca de grupos delincuenciales. Es lo que nuestros politólogos y cientistas políticos debieran estar haciendo: desvelar la naturaleza mafiosa y hamponil de este Estado del Narcoterrorismo Mundial. Un fenómeno inédito, que como bien lo afirmase Lech Walesa no tiene parangón con ningún régimen dictatorial o totalitario conocido. No es la ONU quien debiera ocuparse del caso Venezuela, ni muchísimo menos la OEA: es Interpol y el FBI.

Aún no llegamos al clímax de Fahrenheit 451 y el piromaníaco terrorismo de las SS: no se amontonan libros y se los usa de combustible ilustrado en fogatas de la barbarie. No sobra la literatura libertaria venezolana ni los libros tienen la más mínima importancia en nuestra cultura política. Nos condena la agrafia y el analfabetismo. O no estaríamos en este trance.

Habent sua fata libelli, decían los latinos: los libros tienen su propio destino. El de los venezolanos es la intrascendencia. Puede ir tirándolos a la basura.