Los Influencers, la enfermedad del Siglo XXI

En la Real Academia Española (RAE), la palabra «influencer» prácticamente no existe, ya que la respuesta a la consulta es: «La palabra influencer no está en el Diccionario». Primero definamos qué es un influencer: es un anglicismo usado en referencia a una persona con capacidad para influir sobre otras personas, principalmente a través de las redes sociales. La RAE también recomienda alternativas válidas como influidor e influenciador.

Dentro de toda esta narrativa para profundizar el concepto de influencer, es innecesario, dado que la actual Generación Z, nacida a partir de los años 2000, obtuvo gran influencia dentro del desarrollo de las diferentes redes sociales.

Ahora bien, ¿hasta dónde estamos dispuestos a dejarnos influir por todos estos mal llamados influencers? Si bien las redes sociales, como YouTube, TikTok, Facebook e Instagram, ofrecen contenido con una gran diversidad de influencers haciendo cosas estúpidas para entretener o de manera forzada obtener carcajadas en sus espectadores, un claro ejemplo de cómo todos estos personajes que sí o sí deben hacer el ridículo para obtener like y seguidores es la huilense Yina Calderón. Hace meses atrás, causó un tsunami de críticas cuando se estrenó el videoclip «Como duele el frío» cover en versión guaracha, una burla para la cultura del vallenato, por el degradado video y sus modelos. Su parafernalia no termina ahí, pues no bastándole con su video ridículo, también arremetió contra el autor de esta obra musical, el artista Wilfran Castillo, asegurando la influencer Yina Calderón que por su culpa la plataforma de YouTube le habría eliminado el videoclip.

Del mismo modo, ¿hasta dónde están dispuestos a llegar o qué herramientas utilizar con el fin de cautivar a su público? Un asunto que llamó la atención del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar fue el caso del reconocido influencer Carlos Feria, quien realizó bromas pesadas a su hija en redes sociales. Una de esas pesadas bromas fue escupirle en la boca. Tras la polémica, el YouTuber respondió a los medios diciendo: «No pasa nada, soy el papá».

Asimismo, la psicóloga. Vanessa Tejada expone su opinión sobre el tema: «Ahora está muy de moda ser ‘influencer’, pero, ¿a costa de qué? ¿Qué nos pasa como sociedad? Es preocupante este tipo de conductas, pero más preocupante es quienes consumen y les parece atractivo este tipo de contenido. Los traumas de infancia existen. La salud mental no es un juego», escribió la psicóloga.

Puedo seguir narrando más sobre los influencers y seguir hablando sobre sus estupideces en aras de entretener, pero en lo que estoy de acuerdo en gran medida es lo resaltado por el YouTuber Yeferson Cossío, donde expone que compró más de 300 regalos para los niños de Pereira y que la inversión fue de 30.000.000 de pesos. Solo le sacó 1.000.000 de pesos. Trasquila el gato de su hermana y gana más de 30 millones y expone que los influencers hacen contenido idiota y que el público los idiotiza.

Una sociedad retorcida donde el más estúpido tiene más relevancia, donde el más pendejo le presta atención a los influencers que hablan sobre salud mental sin tener el mínimo conocimiento en esa área, con parafernalias como la ley de la atracción, cómo hacer que tu pareja te quiera, cómo causar impacto y juegan con la salud mental de sus espectadores como si la misma fuera un juego, pues al final del día esto es lo que nos agrada y ni hablar de los que te pueden volver millonario.

Estamos ante una era en la que la estupidez es valorada, la mediocridad es aplaudida y la ignorancia es venerada. Pero, ¿a quién le importa? Si puedes ser millonario trasquilando gatos, ¿por qué molestarse en estudiar? Si puedes ser famoso por hablar idioteces, ¿por qué molestarse en aprender algo realmente valioso?

Por último, me queda una interrogante ¿Somos nosotros los estúpidos o son los influencers? ¿Somos nosotros los que hemos creado este mundo donde la ignorancia es premiada? ¿O son ellos los que nos han hecho creer que la estupidez es una virtud? Tal vez la respuesta sea una combinación de ambas. ¿Queremos una sociedad superficial y banal? ¿O queremos una sociedad crítica y objetiva? La decisión está en nuestras manos, y está en nosotros elegir qué tipo de contenido apoyamos y promovemos.

PD: Un agradecimiento especial a mi amigo Esneyder González, por sus aportes a esta columna de opinión.


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Joan Steven Zuñiga Pacheco

Estudiante de derecho de la universidad Santo Tomás Sede Medellín y Estudiante de Administración pública Territorial en la escuela superior de Administración Pública ESAP.

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