Si algo caracteriza la discusión política sobre la democracia en el país, es que ha tomado un aura sobrenatural, y cuasi divina, gracias a un grupete de matones que, actuando semejante a una secta –y con martillo en mano– van amedrentando a quien ose señalar los indiscretos y muy perjudiciales fallos de dicho sistema.
No pretendo aquí esbozar un tratado entero sobre las razones fundamentales para desestimar a la democracia como herramienta para la transición del poder público, ni mucho menos pretendo crear un aire de animadversión hacia ella. Soy, desde que tengo consciencia, un demócrata completo.
Es para mí, hasta el momento, la única manera efectiva de disminuir la violencia política y permitir un mejor ambiente donde sean, las ideas y las palabras, las armas predilectas de las personas, y no las pistolas y las balas. Sin embargo, ello no le da la perfección pretendida por el grupete de matones –principalmente en redes sociales–, ni tampoco un cheque en blanco para validar cualquier idea que a la comunidad se le ocurra.
Los límites de la democracia
El principal problema del endiosamiento de la democracia radica en el desconocimiento que existe sobre sus límites que, dicho sea de paso, son tan simples como los de cualquier herramienta que el hombre haya creado alguna vez. El primero, y más importante a mi parecer, es la calidad de la idea política que se quiera someter a escrutinio.
Acudiendo a un ejemplo llevado al absurdo –para el tiempo en el que estamos–, no es posible someter en democracia la idea de suspender, eliminar o degradar los derechos inalienables de ningún individuo o grupo social bajo cualquier razón. Ello sería un atentado a la esencia misma de los derechos humanos y terminaría, como la historia nos enseñó duramente, en un genocidio indescriptible.
El segundo, y más olvidado en Colombia, es que no es un sello de garantía de cosas inamovibles o eternas. Este apunta más a aquellos lideres políticos con delirios mesiánicos que sienten, al ganar una simple elección municipal, la voz misma del Dios abrahámico para cumplir con alguno de sus misteriosos designios.
Al igual que la moda, la popularidad o las cosas ampliamente generalizadas en una sociedad, las elecciones en democracia son cambiantes y con un sello de caducidad claro y específico. No porque el país escoja a un populista en unas elecciones, significa que siempre será así. El ejercicio democrático, al igual que el mercado –y como lo señaló Mises– es un “ejercicio constante de descubrimiento”. Así pues, aceptar este y otros límites, que no abordo por temas de extensión, es la mejor manera de dimensionar en sus justas proporciones a la democracia.
Y hablando de populistas…
Es inequívoco, irrefutable y axiomático que la democracia es cuna del populismo como fenómeno social. Es la primera gran verdad que debemos aceptar y dejar de esconder –infantilmente– bajo la alfombra de la sala. El auge de estos seres creídos todopoderosos, con aires adanistas y de talante dictatorial, es la señal de una comunidad esquiva ante el problema, y que no le interesa tratar esta infección hereditaria, lo que traduce en una sentencia de muerte segura para el sistema democrático, cosa que solo puede terminar con el ascenso de su antítesis: el totalitarismo. La otra cara de la moneda está en los grandes errores que se generan en el otorgamiento del poder público a personas diametralmente opuestas a la definición de idoneidad.
El caso más reciente de lo anterior, lo encontramos en los Congresistas María Fernanda Carrascal y David Racero. Carrascal, perteneciente a la Comisión Séptima de Cámara de Representantes, es ponente de una reforma laboral que, el Banco de la República, a través de un estudio técnico, ha demostrado que causará la perdida de cerca de quinientos mil empleos. Sin embargo, esta impresentable ha salido en medios a decir que dicha reforma es para “Formalizar empleos, no arrebatarlos”.
¿A quién le debemos creer?, ¿a una persona elegida bajo una lista cerrada, fuertemente criticada por imparcial, que no posee medio estudio en temas económicos y que solo sabe ser “influencer”?, ¿o a un cuerpo técnico, con alto grado de educación en temas laborales y contrastados por pares académicos ciegos de igual renombre? Usted decide.
Del otro lado, y de forma más burda y ofensiva para cualquiera con dos gramos de materia gris, tenemos a Racero, Presidente de la misma corporación que Carrascal, y el cual, no sabe diferenciar entre una bajada de precios por baja inflación de un programa de descuentos de unas cuantas cadenas de supermercado:
Cuando alguien da el primer paso y toma la iniciativa, los demás pierden el miedo y asumen el reto.
Tras bajar precios ARA, se han sumado Olímpica y Éxito.
No es necesario imponer, la invitación del gobierno nacional es bien recibida.
Ganamos todos!
— David Racero (@DavidRacero) May 16, 2023
AQUÍ, el Gerente Comercial de Grupo Éxito desmiente que la campaña sea por invitación del Gobierno. Es solo una temporada de promociones que hacen todos los años.
Lo coyuntural, y grave del asunto, es que ambos tienen el poder suficiente para cambiar nuestras leyes económicas –que de hecho lo están haciendo–. Semejante error no es para pasar desapercibido y en necesario empezar a gestar soluciones reales para que personas así no puedan ser tan determinantes en la vida de todos.
No insinuó que se pongan límites o más requisitos para ser elegido Congresista –que no sería tan mala idea si se sabe hacer–, afirmo, que se debe empezar a limitar la influencia de estos seres en nuestros derechos económicos en general. Seguir pretendiendo darle demasiado poder al Estado y, por consiguiente, a la democracia, nos está arrojando a un abismo del que solo con sangre y sufrimiento podremos salir. Todavía estamos a tiempo.
Este artículo apareció por primera vez en nuestro medio aliado El Bastión.
Comentar