“los adultos mayores son uno de los grupos etarios con mayor ideación suicida, es decir, la intención de quitarse la vida.”
No séssi usted ha tenido la oportunidad de visitar un hogar de adultos mayores, el panorama que se respira en esos lugares lo hace a uno entender un poco más de la verdad de la soledad, la familia y el amor. Para muchos, la vejez es la llegada de una etapa que marca el final de la vida, a la que la sociedad ha condenado a cierta invisibilidad. En realidad, uno descubre lecciones importantes a través de los jardines llenos de sillas y mecedoras, el olor a medicamentos y las múltiples miradas de personas curiosas por tener un visitante en un lugar así.
La experiencia es ambigua, por un lado hay cierta sensación de desconexión, de tristeza porque muchos “abuelitos” añoran viejos pasados, otros han olvidado incluso sus nombres, no tienen noción del tiempo y otros solo esperan partir. Sin embargo, en ese ambiente de soledad hay tintes de cercanía entre ellos mismos, o cuando los visitan sus familiares, ellos logran recomponerse para compartir, así sea un momento; algunos que están completamente vividos encuentran ahí un espacio para pasar los largos días. Eso sí, todos tienen una personalidad marcada y me atrevo a decir que la esencia de ellos mismo sigue intacta.
Unos más aventureros que otros, más románticos, solitarios o amables que otros, en esas casas o refugios hay años de caminos recorridos, éxitos, fracasos, aprendizajes, enfermedades, decepciones; es un pequeño mundo humano. Durante cada una de mis visitas me pregunté si al final se logran sentirse completos, ya sin afanes, sin esperar. Y al mismo tiempo, recuerdo que ellos también fueron jóvenes y que les hemos condenado a muchos de ellos, a morir en soledad y lejanía.
De esto último pocas veces se habla, pero los adultos mayores son uno de los grupos etarios con tasas elevadas de ideación suicida, es decir, la intención de quitarse la vida. Asociado a ello, no solo está el abandono, sino la falta de poder valerse por sí mismos, su independencia económica, o la desgraciada enfermedad. Para tomar una decisión final así, puede tener sentido hacerlo en un momento en que no parecen tener valor, pero es allí donde debería ser más atenta la mirada que tenemos con el adulto mayor velando por su atención y protección.
Es interesante que algunos colegios tienen convenios con centros geriátricos para que los jóvenes puedan realizar su labor social. Por experiencia propia, pude reconocer que muchos de mis conocidos, en esos momentos de acercamiento, pudieron ver de cerca situaciones complejas como jóvenes y tener aprendizajes positivos acerca de la ayuda, el servicio, el amor mismo. Ahí, encontrando a dos grupos en los extremos de la vida hay un intercambio bonito, de aprendizajes valiosos para ambos.
A veces en esos lugares que no se imagina, pueden ser el espacio perfecto de construcción del tejido social, porque los adolescentes también se enfrentan a unas problemáticas de salud mental, depresión y suicidio. En ambos grupos existen denominadores comunes que les hacen sentir que sus vidas no son suficientes, que están “solos” o que en el fondo no son amados. En el contexto actual creo relevantes estas interacciones y también el papel de la familia como institución básica y necesaria para el buen desarrollo de los seres humanos. Con el adulto mayor, de recordar su papel, de visitarlos, de cuidarlos, es triste ver que muchos se quedan esperando una visita que nunca llega. Por otro lado, en los más jóvenes, de motivarlos y darles las herramientas para salir adelante.
No olvidemos que las futuras generaciones se están formando, ven el ejemplo de sus progenitores. El valor de una vida es igual durante toda la existencia de ese ser, enseñar y reforzar esto puede permitir una sociedad más sana y en paz.
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