Cinco de la mañana. Buses, chivas y busetas comenzaron a realizar el recorrido por las calles no pavimentadas de Chigorodó. El objetivo era recoger a todos los trabajadores que van a las diferentes fincas bananeras, desde donde se embarcan entre 500 y 3000 cajas de banano diariamente, que llegarán según el destino, veinte o treinta días después. Las condiciones de la mañana presumían un día despejado. Yo estaba muy contento de conocer el proceso de producción del banano y de indagar por lo que pasaba en esas mismas fincas en las décadas de los 80 y 90: los miembros sindicalizados, luchadores y defensores de su dignidad, muchos de ellos desterrados y asesinados.
Varios de los habitantes del barrio Brisas de Urabá cumplen ésta rutina… ¿Cómo llegaron hasta allí? ¿Cómo formaron su barrio?
Marina, Marta, Víctor y todos quienes se reúnen en la Junta de Acción Comunal a conversar y decidir, llegaron de diferentes municipios aledaños a Chigorodó, o desde las mismas veredas, huyendo de amenazas, víctimas de destierros y buscadores de nueva vida; cuentan que el plástico y los palos de teca fueron la base para construir sus ranchos, aunque “cuando hay política aprovechamos y les quitamos para los tubos”, dice alguno de los habitantes. Se empezaron a realizar actividades conjuntas, como por ejemplo rifas, con el fin de recolectar dinero para instalar servicios públicos. Por esa época Banacol (empresa bananera) compró un terreno en el barrio y construyó la urbanización Montecarlo para sus trabajadores, lo que sirvió para expandir redes de servicios públicos, tomándolas desde allí.
Muchas y pequeñas historias hay detrás de la formación de éste barrio: acuerdos comunitarios, convites colectivos, ausencia del Estado, intervenciones de varios actores armados, son algunas acciones que los han determinado. Al conocer el lugar de trabajo de las personas con quienes compartí en esos meses y comprender algunas de sus realidades pienso en el comentario crítico que hace el pensador David Harvey sobre la producción mundial de los alimentos y sobre el consumo: “Podemos tomar diariamente nuestro desayuno sin pensar en la cantidad de gente que participó en su producción, y que todas las huellas de explotación están borradas del objeto, no hay marcas de dedos de la explotación en el pan de todos los días.». Pienso también en la cantidad de historias que hay en la vida de cada uno de los trabajadores de ésta finca, desde quienes bajan el banano de la planta hasta quienes lo desmanan, lo separan, lo sellan y empacan.
Muchos de ellos se prestaron para conversar conmigo durante todo el día y acercarme como observador a su cotidianidad, no hubo conclusiones más que una cálida despedida de todos. Las 1500 cajas quedan terminadas a eso de las 4:30. Yo regreso a la cabecera municipal de Chigorodó
Cinco de la tarde. El final del día nunca se pierde en Urabá: imperecedero se queda en cada uno de los recuerdos que tengo de ese lugar.
[author] [author_image timthumb=’on’]https://fbcdn-sphotos-c-a.akamaihd.net/hphotos-ak-ash3/t1/1794546_1408925892698605_1221194799_n.jpg[/author_image] [author_info]Cristian Zuluaga Politólogo. Estudiante de Derecho en la Universidad de Antioquia. Leer sus columnas. [/author_info] [/author]
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