Esta columna es un espacio dedicado a la búsqueda del sentido de las palabras. Un ejercicio arqueológico, etimológico y, si se puede decir, biográfico. Cada entrega nos permitirá conocer la historia, el significado, el uso y el sentido de una palabra.
Mauricio Montoya y Fernando Montoya
“¿Heredarán los robots la Tierra?
– Sí, pero serán nuestros hijos”
Marvin Minsky, científico estadounidense y uno de los padres de la IA.
En días pasados, el multimillonario y dueño de la red social X, Elon Musk, revolucionó las redes al dejarse fotografiar con una figura femenina, al parecer, creada por la inteligencia artificial y de la cual se decía era su pareja. Sin embargo, como suele suceder, muchas veces en las redes sociales, todo era parte de una fake news (falsa noticia).
No obstante, este acontecimiento será nuestra excusa para la columna de esta semana, la cual estará dedicada a la palabra Robot. Proveniente del checo “Robota”, que significa esclavo, fue usada por primera vez por el escritor Checo Karel Čapek en una obra teatral de ciencia ficción titulada R. U. R. (Robots Universales Rossum) y presentada en Nueva York en 1922, 104 años después de la publicación de “Frankenstein o El moderno Prometeo” y 14 años antes del estreno del largometraje de Chaplin (Tiempos Modernos) que sólo vio la luz hasta 1936.
La obra de Čapek era una recreación, en alguna medida distópica, en la que unas especies de clones de los seres humanos, tipo máquinas o robots, que eran construidos por una empresa y dotados con aptitudes pensantes, con el fin de aliviar las cargas laborales de los hombres, se rebelan y terminan por destruir a la especie humana. Aunque algunos creen que Čapek se inspiró en una leyenda Checa del siglo XVI que cuenta la historia de un Rabino que creó una criatura llamada Gólem (en la tradición judía una figura fabricada a partir de materia inanimada), la diferencia era que el Gólem había sido creado para servir y proteger a los judíos de los antisemitas y no para pensar y destruir a la humanidad.
Quienes crecimos entre las décadas de los años 80 y 90 recordaremos tres famosos programas de televisión. El primero, llamado “Los supersónicos”, una familia muy peculiar que vivía en el año 2062 en una sociedad completamente futurista y cuya empleada del servicio era Robotina (Rosie), una robot encargada de realizar todas las labores domésticas; el segundo, “La pequeña Maravilla”, una androide, en forma de niña, construida como proyecto personal de un ingeniero (protagonista de la serie) que trabajaba en una empresa cibernética en los EE.UU; y el tercero, “Fuera de este mundo”, el cual contaba la historia de una adolescente, mitad extraterrestre, que tenía el poder de detener y reanudar el tiempo. Todas estas producciones, no eran más que formas de soñar una sociedad en la que pudiéramos delegar funciones y controlar lo incontrolable.
En tiempos más recientes hemos asistido al boom de filmes como el de “Matrix” y a su vez a variaciones como las presentadas en el “Animatrix”, una recopilación de nueve cortos animados que brindan finales alternativos a la serie cinematográfica. Para el caso particular de esta nota, el episodio titulado “El segundo Renacimiento”, en sus dos partes, contradice de manera tajante lo expresado en el epígrafe de esta columna. Las máquinas, después de ser creadas, usadas, esclavizadas y violentadas deciden levantarse y responder a la humanidad con el exterminio del planeta tierra y el control pleno de sus habitantes.
En la actualidad, la Inteligencia Artificial (IA) y los avances tecnológicos se han convertido en el sueño de empresarios que buscan reducir costos en la mano de obra y en el de empresas que buscan vender soluciones que aseguren rapidez, eficiencia y satisfacción. Una euforia desbordada. Basta con mirar la caja registradora de las empresas que venden juguetes eróticos, entre ellos muñecas sexuales (en términos de ventas, las muñecas sexuales suponen aproximadamente 2.800 millones de dólares anuales, lo que representa alrededor del 8% del total de 40.600 millones de dólares de la industria de los juguetes sexuales).
Así las cosas, no son las revoluciones las que preocupan sino el uso que los seres humanos hagan con lo que ellas producen. Ojalá no tengamos que ver en un futuro cercano a un grupo de androides pintando graffitis y a otro colectivo de sus congéneres persiguiéndolos.
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