Esta columna es un espacio dedicado a la búsqueda del sentido de las palabras. Un ejercicio arqueológico, etimológico y, si se puede decir, biográfico. Cada entrega nos permitirá conocer la historia, el significado, el uso y el sentido de una palabra.
Mauricio Montoya y Fernando Montoya
«Es la fe la que las hace verdaderas,
no las reliquias las que hacen verdadera a la fe».
Umberto Eco.
Según la hagiografía (vidas de los santos) San Judas Tadeo, no el Iscariote, murió martirizado en Persia en el año 62 de nuestra era. Este hombre fue uno de los reclutados por Jesús para que hiciera parte de su grupo de 12 apóstoles y luego predicara el mensaje del nazareno por todo el mundo. La leyenda cuenta que su cabeza fue brutalmente golpeada por una maza y luego cercenada con un sable persa. Sin embargo, no se dice nada del resto de su cuerpo, el cual, posiblemente, pudo haber sido desechado o dejado a menester de los animales carroñeros, en las llamadas torres del silencio, como era costumbre en el zoroastrismo / Mazdeísmo (antigua religión del imperio Persa).
A pesar de esto, en días pasados llegó hasta el devoto municipio de El Santuario (Antioquia) una parte, según dicen, del hueso del fémur de un santo. Un fragmento óseo que los creyentes afirman perteneció a San Judas Tadeo y por lo tanto debe ser considerado como una verdadera reliquia. Bajo este panorama, reliquia es la palabra de la que nos ocuparemos en nuestro espacio de hoy. Derivada del latín (reliquiæ), en su acepción religiosa, una reliquia tiene que ver con los restos físicos u objetos personales de un santo/a o persona venerada.
En las distintas religiones del mundo, las reliquias suelen ser consideradas sagradas e impregnadas de un gran valor místico. En Kandy (Sri Lanka), por ejemplo, los budistas resguardan un diente de Buda que según la tradición llegó allí en el año 483 a.c en la cabellera de la princesa Hemamala, la cual lo escondió para que no fuera destruido por los enemigos de la nueva religión. Hasta el día de hoy, el diente es venerado en un templo (Dalada Maligawa) y cada año, entre julio y agosto, se realizan ritos y procesiones durante diez noches en honor al canino izquierdo del iluminado. Por otra parte, los musulmanes tienen entre sus reliquias el manto o túnica que usó el profeta Mahoma, el cual se encuentra en el palacio (museo) de Topkapi en Estambul. Además, los saudíes conservan, con sigilo, la piedra negra que está incrustada en la Kaaba (lugar sagrado para el Islam) y que según la creencia islámica se remonta a los tiempos de Adán en el paraíso.
No obstante, son los cristianos católicos (también los ortodoxos y algunos de otras iglesias) los que más han seguido la tradición de las reliquias. Entre ellas pueden contarse: La leche materna con la que María amamantó al niño Jesús (ubicada en la iglesia de la Colegiata de san Lorenzo de Montevarchi – Arezzo / Toscana – Italia); los restos de los tres reyes magos (enterrados en la catedral de Colonia – Alemania); los regalos (oro, incienso y mirra) de esos mismos tres reyes magos (resguardados en el monasterio ortodoxo de San Pablo en el Monte Athos en Grecia); el cáliz, conocido también como el Grial, con el que Jesús celebró su última cena (hay varios candidatos, pero el más famoso se encuentra en la catedral de Santa María de Valencia – Valencia – España); el cráneo de San Juan el bautista (existen 4 de estos cráneos en el mundo. Dos en catedrales católicas -una en Roma/Italia y otra en Amiens/Francia-, uno en un museo -Munich /Alemania- y otro en una Mezquita -Damasco/Siria-. Cada lugar afirma la autenticidad de su reliquia por encima de las que poseen los otros) o la cruz en la que fue ajusticiado Jesús, encontrada por la madre del emperador Constantino en Jerusalén y luego repartida en pedazos por todo el mundo y llamada, en cada lugar, Vera-Cruz (el trozo más grande de la cruz se encuentra, según la cristiandad, en el Monasterio de Santo Toribio de Liébana en Cantabria – España).
Pero nuestro mundo social y político no se queda atrás en relación con estas costumbres. Coleccionistas; familias que conservan, en sus casas, las cenizas de seres queridos; personas que usan o guardan objetos que pertenecieron a familiares o amigos que ya no están; cuerpos embalsamados, como el de Evita Perón o el del mismo Lenin, que siguen siendo venerados por sus admiradores; tesoros coloniales o restos humanos de trabajadores, como los que hoy por hoy reclama el presidente de Colombia (Gustavo Petro) a los gobiernos de España y Panamá, son algunas de las reliquias que hacen parte de nuestros imaginarios individuales y colectivos.
En este sentido podría decirse que todos, sin excepción, poseemos reliquias (un libro, una moneda, una joya, un reloj, entre otros). El quid del asunto está, entonces, en el valor que les damos, el cual, sin miedo a decirlo, tiene mucho de místico. La atracción de las reliquias es tal que, aunque la neguemos, terminamos pensando como nuestros abuelos frente a la existencia de las brujas: ‘Yo no creo en las brujas pero de que las hay las hay«.
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