Esta columna es un espacio dedicado a la búsqueda del sentido de las palabras. Un ejercicio arqueológico, etimológico y, si se puede decir, biográfico. Cada entrega nos permitirá conocer la historia, el significado, el uso y el sentido de una palabra.
Mauricio Montoya y Fernando Montoya
«No es una revolución, majestad, es una mutación»
Grafitti de Mayo del 68 pintado en la universidad de Nanterre.
En el contexto de un ambiente político tenso y marcado por la polarización, reforma ha sido la palabra que ha levantado polvareda en estos dos últimos años, especialmente en Colombia. Reforma pensional, reforma a la salud, reforma educativa, reforma agraria, reforma a la justicia, reforma tributaria, entre otras, son los términos que más se leen y se escuchan en titulares de prensa y en los medios de comunicación.
Para muchos, las reformas son necesarias y deben ser aplicadas cuando un sistema u organización presenta un nivel de agotamiento. Mientras que para otros, las reformas son sinónimo de peligro y desestabilización, pues llegan a generar desorden al cuestionar los modelos establecidos.
Tal vez el uso más recurrente de la palabra reforma sea el asociado con el tema religioso, esencialmente en lo referido a la reforma protestante liderada por personajes como Jan Hus, Juan Calvino, Ulrico Zuinglio y Martín Lutero en el siglo XVI y que tuvo como consecuencia, la consolidación de un proyecto cristiano católico que se conoció como la contrarreforma, una estrategia para responder a lo que los Papistas romanos consideraban como una herejía.
En este sentido, reforma es el concepto que traemos para la columna de esta semana. Proveniente del latín, señala “la acción de volver a dar forma a algo”. Incluso, el prefijo Re, uno de los componentes léxicos de la palabra reforma, significa “hacia atrás”. Así entonces, una reforma no implica necesariamente un cambio radical o una revolución, sino más bien una revisión de algo institucionalizado. Lutero, por ejemplo, no quería acabar con la Iglesia, sólo deseaba introducir algunos cambios, suprimiendo asuntos como las indulgencias, el purgatorio o los beneficios eclesiásticos. En otras palabras, Lutero era más un reaccionario que un revolucionario.
Por otra parte, en el escenario histórico del Nuevo Mundo, unas reformas recordadas, por el impacto negativo, en cuestiones de poder, para la élite de los criollos (hijos de españoles nacidos en América), fueron las reformas Borbónicas, aplicadas en el continente en el siglo XVIII y que tuvieron como resultado la modificación en la forma de administración de las colonias españolas. Los Borbones crearon dos nuevos virreinatos, restaron poder a la Iglesia católica, redujeron la burocracia criolla y crearon monopolios estatales sobre productos como el tabaco, el aguardiente y la pólvora.
Sin embargo, la palabra reforma bien podría tener la connotación de cambio o transformación. En el escenario político, verbigracia, se habla de reformas liberales o de reformas conservadoras. Entre las primeras podríamos citar las llevadas a cabo en Colombia en el año 1851 (la abolición de la esclavitud, la disolución de los resguardos y la expropiación de tierras al clero) o las promovidas por algunos gobernantes, entre ellos Benito Juárez, en México entre los años 1855 y 1863 (la nacionalización de los bienes de la Iglesia, la libertad de cultos, el matrimonio civil…). Como curiosidad, vale decir que la principal avenida de Ciudad de México, conocida como el Paseo de la Reforma, recibió ese nombre en honor a las reformas realizadas por Benito Juárez tras el derrocamiento del emperador francés Maximiliano I quien, irónicamente, había sido el abanderado de su construcción, bautizándola, originalmente, Paseo de la Emperatriz.
Otro tipo de reformas son las constitucionales, muy utilizadas por algunos gobiernos para beneficios particulares y que lo único que dejan en evidencia es el poco respeto que se le guarda a la carta magna. Un caso particular es el de Colombia, cuya Constitución tiene 33 años de promulgada, pero más de 60 reformas a lo largo de este período de tiempo. No es que no puedan reformarse las constituciones, lo problemático es cuando esas reformas, como la de la reelección o la federalización de territorios, tienen nombres e intereses propios.
Bajo esta perspectiva, una reforma tiende más a pensarse como un ajuste que como un cambio. Reformas son las que se implementan en documentos legales, en proyectos de infraestructura, en reglamentos deportivos, en manuales de convivencia o en normas que rigen nuestra vida en sociedad. La esencia está en animar reformas benéficas para la humanidad y no retrógradas.
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