Esta columna es un espacio dedicado a la búsqueda del sentido de las palabras. Un ejercicio arqueológico, etimológico y, si se puede decir, biográfico. Cada entrega nos permitirá conocer la historia, el significado, el uso y el sentido de una palabra.
Mauricio Montoya y Fernando Montoya
“El verdadero destierro se encuentra allí donde no hay lugar para la virtud”.
Cicerón
Existe una historia, para varios: apócrifa, en la que Sócrates, el reconocido filósofo griego, prefirió ingerir la cicuta a ser condenado al ostracismo, una sentencia que era considerada, por muchos, peor que la muerte. En el mundo grecolatino ser sentenciado al destierro era una tragedia. Este tipo de pena era impuesta a quienes se les señalaba de ser enemigos dañinos o perniciosos para el buen desarrollo y/o los principios de la Polis, la República romana o el imperio.
Sin embargo, casos de ostracismo como el del general y estadista ateniense Arístides, conocido con el título de “El Justo”, tuvieron más de conspiración política que de acusación moral. Una anécdota narrada por Plutarco, refiere que el día de la votación contra Arístides, para que fuera desterrado, un campesino analfabeta, que no conocía en persona al juzgado, se acercó al propio general y le solicitó que escribiera en su óstrakon (fragmento de cerámica en el que se plasmaba el nombre de aquel a quien se proponía desterrar. Además, término del que deriva el concepto de ostracismo) el nombre de Arístides, ante lo que el político ateniense preguntó:
– ¿Arístides le ha causado algún daño?
– En absoluto ―respondió el hombre― ni lo conozco, pero me molesta oír que por todas partes lo llamen “el Justo”.
Otro caso muy sonado en la historia griega fue el del ostracismo de Tucídides, culpado por negligencia en la guerra del Peloponeso, cuando era general, y desterrado por 20 años de Atenas, tiempo que utilizó para dedicarse a la escritura y convertirse, a posteridad, en el padre de la historia política.
En la antigua Roma, por ejemplo, la legislación (Derecho Romano) avalaba el destierro. A este se condenaba por cuestiones políticas y religiosas, pero desde el año 18 a. C, fue aprobado por el emperador Augusto, gracias a la Lex Iulia de Adulteriis Coercendis, para las mujeres adúlteras, quienes eran sancionadas con el envío a la isla Pandataria (hoy llamada Ventotene y ubicada en el golfo de Nápoles). De Pandataria fueron “huéspedes” Julia la mayor, hija del propio Augusto, denunciada por infidelidad; y Julia Livila y Agripina la menor, imputadas de conspirar contra su paranoico hermano, el emperador Calígula.
Pero aunque la palabra (ostracismo) no sea utilizada en la actualidad con su significado original, puede decirse que vocablos como exilio; denominaciones diplomáticas como “persona non grata”; acciones forzadas de desplazamiento; y políticas migratorias como las de la deportación, bien podrían fungir como sinónimos de ostracismo.
En el primer escenario (exilio), vale recordar los exilios a los que fue sometido Napoleón Bonaparte después de sus derrotas. Las islas de Elba y Santa Elena fueron los lugares elegidos por sus enemigos para que Europa y el resto del mundo desterraran de su pensamiento cualquier síntoma de bonapartismo (cosa que no fue del todo posible, pues como se sabe, la segunda república francesa -1848/1852- fue interrumpida por la figura de Napoleón III, sobrino de Napoleón, que fue proclamado como emperador entre 1852 y 1870).
Por otra parte, en el contexto de la declaratoria de una “persona non grata”, resulta valioso traer a la memoria al entonces embajador de Suecia en Chile, Harald Edelstam, quien ejerció su cargo durante los últimos días del gobierno de Salvador Allende y los primeros meses de la dictadura de Augusto Pinochet. Este embajador, no solo se opuso a la represión sino que brindó asilo, primero en la embajada y luego en su país natal, a centenares de perseguidos por el régimen. Edelstam fue declarado “persona non grata” por la junta militar y expulsado del país en diciembre de 1973 (no dejen de ver la película “El clavel negro”, un acercamiento a la vida política de este diplomático).
Ya en casos como los del desplazamiento forzado, bastaría con citar los acaecidos en Colombia desde el siglo XIX y que seguimos presenciando, hasta hoy, en territorios como el Catatumbo (región del departamento de Norte de Santander que limita con Venezuela).
Por último, no pueden pasar desapercibidas las políticas antimigratorias de deportación aplicadas por los gobiernos de EE.UU (Obama deportó alrededor de 3 millones de inmigrantes entre 2009 y 2017, mientras que Biden, tan solo en 2024, hizo lo mismo con 271.484 personas). Dichas políticas fueron la bandera de campaña del actual presidente norteamericano (Donald Trump) y serán, por cuatro años, una de sus principales estrategias de populismo.
Desde estas perspectivas, el ostracismo y sus variables parecen estar más vigentes que nunca. Ojalá (todavía podemos soñar) que, algún día, ciertos políticos, y también, algunos personajes de la vida pública, decidan, por el bien de todos, un “ostracismo voluntario”.
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